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OPINIÓN
Brillo (MPN): "La fantasía de Vaca Muerta". Calalesina (LMN): "Un casino para Vaca Muerta"
07/11/2014

Un casino para Vaca Muerta

La Mañana de Neuquén

Por Adriano Calalesina.

En el esquema que se desprende de la industria petrolera, la contracara del trabajo rudo parece ser el entretenimiento aislado y casi autómata que solo se vive en los casinos, ese lugar deslumbrante donde el éxito y el fracaso hacen equilibrio en una cuerda floja. La noticia de la instalación de salas de juego a la vera de la Ruta 7 de Centenario -hoy convertida en el vía petrolera paradigmática de Vaca Muerta- tiene algo de lógica. Está dentro de lo que sucedió en Rincón de los Sauces y poco más tarde en Añelo, con comunidades que han naturalizado la industria de la ganancia y el derroche, el lujo y la pobreza. Esto muestra a las claras que Centenario está cambiando su matriz productiva y social, que desde su fundación estaba forjada por la fruticultura, el contacto vecinal y el valor del trabajo. Hoy un estudio de diagnóstico, a cargo del Consejo Federal de Inversiones y el Colegio de Arquitectos, intenta entender qué pasará con las nuevas relaciones humanas, el crecimiento poblacional y la economía, luego de este fenómeno que, por momentos, parece ser tan ficticio como real, como es Vaca Muerta. Si se produce, el cambio será violento: habrá abundante dinero circulando solo para un sector. Se revalorizarán las propiedades, muchas de mala calidad, e incluso se podrían hasta comprar zonas enteras de muy bajo valor para construir edificios y viviendas “en tira”. El casino y la promesa de victoria en el azar son como el gran sueño americano. Si alguien pudo ganar, no hay que resignarse si una mayoría pierde. Una encuesta de este diario que contó con 1.750 votos, arrojó que el 60% no adhiere a las salas de juego. Llama la atención ese 40% que, a esta altura, debe haber asimilado que Centenario ya no es el mismo.

José Brillo: La fantasía de Vaca Muerta

La Mañana de Neuquén

Por José Brillo (*)

Se ha instalado mediáticamente que la solución a los graves problemas energéticos que afectan al país se encontró mágicamente luego de que la Agencia de Información Energética de Estados Unidos (EIA) -el país de los fondos buitre contra el cual despotrica el gobierno- anunciara en el 2011 que la Argentina se ubica entre los primeros países del mundo en reservas de shale gas y shale oil.

La verdad es que la riqueza hidrocarburífera está, es tangible y potencialmente redituable en determinadas condiciones. Cada pozo -y hay que hacer miles- cuesta entre 7,5 (según YPF) y 15 millones de dólares, entre tres y cinco veces más que en el caso de los recursos convencionales, porque hay que ir por debajo de los 2.500 metros de profundidad y con costos operativos elevados. Citando un informe de Morgan Stanley de los últimos días, el valor mínimo del petróleo para que la producción sea rentable en la Argentina está por encima de los 80 dólares bbl, mientras que en Eagle Ford, Texas, algunos pozos requieren un valor mínimo de 60 dólares bbl.

Ante la caída del precio del crudo, que en la Argentina llegó a los 78 dólares bbl, muchos analistas salieron a desmentir riesgos sobre las inversiones programadas para Vaca Muerta. Es un error considerar la rentabilidad del shale sólo a partir del petróleo y no del gas, que en la Cuenca Neuquina tiene proporciones muy significativas pero precios inciertos y regidos por normas secundarias basadas en subsidios y sujetos a la aprobación discrecional del gobierno nacional (Gas Plus). Ello, enmarcado en un deplorable escenario macroeconómico signado por la falta de reglas claras y por la posición dominante de YPF sobre el resto de las empresas petroleras.

Con poco debate y extorsión a los gobernadores sobre las negociaciones de las deudas provinciales, más promesas de inversiones, el gobierno nacional e YPF, una empresa mixta con capitales de Wall Street, lograron aprobar, con la excusa de atraer inversiones en el sector hidrocarburífero y con una fuerte oposición parlamentaria, una nueva ley de hidrocarburos.

Sin embargo, las inversiones, en casi todos los rubros, dejaron de llegar a la Argentina por el irresponsable manejo de la economía, la escasa idoneidad y la incapacidad para resolver los problemas macroeconómicos del país. Según anunció la Cepal, las inversiones extranjeras en el país disminuyeron el 20% en el último año.

Llegamos a esto por aislarnos del mundo occidental y mercantilista, por los índices distorsionados del Indec que afectan nuestra capacidad para conseguir préstamos, por la inflación (la segunda más alta del mundo después de Venezuela, aunque nos siguen de cerca Siria y Sudán, dos países actualmente en guerra civil), por los controles a la exportación e importación -inclusive cuando se trata de insumos o semillas de soja-, por las expropiaciones, por los controles de precios, por las limitaciones a comprar e invertir en otras monedas y porque las próximas elecciones son en un año y los inversores, que ya perdieron confianza en este gobierno, esperan que la próxima administración genere un ambiente de negocios distinto donde prosperen las inversiones, se creen empleos y se expanda la economía.

Por ello, la rentabilidad del shale en la Argentina es aún incierta y las inversiones siguen siendo mínimas. Las empresas especulan con realizar ensayos y no perder posiciones en cuanto a sus áreas. Es potencialmente positivo contar con recursos no convencionales aunque su producción hasta ahora haya sido lenta; lo seguirá siendo hasta que asuma un nuevo gobierno que genere condiciones para la inversión.

No obstante, y llegado ese momento, es imprescindible abordar una estrategia integral para lograr el autoabastecimiento, el que, a no dudarlo, nos costará inversiones, esfuerzos y sacrificios a los argentinos.

Es preciso desarrollar una enérgica estrategia de recuperación de yacimientos de hidrocarburos convencionales definiendo un valor del gas en cuenca productora más atractivo para la inversión y las operaciones de extracción. Esto posibilitará el uso de nuevas tecnologías de recuperación secundaria y terciaria y poner en producción pozos hoy cerrados que tienen un costo superior a los 2,50 dólares del valor de boca de pozo que se paga en las cuencas productoras. Los convencionales requieren menos inversión y menores costos operativos y sus reservas tienen más horizonte de vida. A la luz de una mayor producción de petróleo, es imprescindible producir más combustibles optimizando y construyendo nuevas refinerías en el país.

Deberíamos también modificar la matriz energética de la Argentina, donde los combustibles fósiles representan hoy un 87,3% del consumo (gas 51,3%, petróleo 34,7% y carbón 1,7%); la hidroelectricidad, un 4,6%; la nuclear, un 3% y otras energías (eólica, solar), un 5,1%. Debemos ser uno de los pocos países o regiones en el mundo con esa dependencia del gas y el petróleo. Europa, con el 65%; Estados Unidos, con el 64% (donde, restando el carbón, los hidrocarburos representan menos del 30%); Chile, con el 63%; Brasil, con el 57%; Uruguay, con el 43% y China, con el 23% de hidrocarburos en su matriz, son ejemplos de un mayor equilibrio e independencia de las distintas fuentes energéticas.

Un paso importante para alcanzar el autoabastecimiento debería ser impulsar fuertemente la hidroelectricidad, hoy con sólo un 4,6% de participación producto de la falta de inversiones en el sector. Las últimas grandes centrales se construyeron en el país a principios de la década de los 90. Argentina ha requerido durante las últimas dos décadas -y no se hizo nada- una capacidad instalada nueva de 1.000 MW por año para sostener la demanda; esto es, una central hidroeléctrica de gran capacidad por año. No deberíamos dejar de pensar, tampoco, en otras fuentes de energía como la nuclear, la eólica, la solar y los biocombustibles. Los vientos fuertes de la Patagonia ofrecen factores de capacidad para granjas eólicas superiores al 35%, lo que la convierte en uno de los mejores lugares del mundo para su desarrollo. Dinamarca, por ejemplo, obtiene el 30% de su energía de las granjas eólicas.

Otro de los aspectos primordiales es llevar a cabo una fuerte racionalización energética acompañando el cambio de la matriz. Restringir el uso de GNC para los automotores, cambiar el régimen tarifario para distintos sectores industriales y residenciales, procurar eficiencia energética en el transporte y en la vivienda, optimizar los horarios para una mayor racionalización del consumo, controlar y restringir el consumo energético en el sector público e incentivar el ahorro domiciliario, entre otras medidas.

Vaca Muerta es una pieza importante del rompecabezas energético, aunque sólo tiene un futuro promisorio si hacemos las cosas bien. Simultáneamente, debemos diseñar una política energética de largo plazo, con objetivos estratégicos consensuados y permanentes, e implementar una política de transformación de la matriz, de búsqueda de opciones energéticas y de racionalización y eficiencia, lo que requiere una acción mancomunada entre el gobierno nacional, las provincias, las empresas y los consumidores.

(*) Exdiputado nacional neuquino. El artículo fue escrito en colaboración con Fernando Rodríguez, analista de mercados energéticos para el Departamento de Energía de Estados Unidos


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