Por Luis Ignacio Lula Da Silva. Ex Presidente de Brasil
Después de realizar con eficiencia y hospitalidad la que ya está considerada una de las mejores Copas Mundiales de fútbol de todos los tiempos, Brasil acaba de ser el anfitrión de otro importante encuentro internacional, la VI Cumbre de Jefes de Estado de los BRICS, realizada en Fortaleza y Brasilia del 14 al 16 de julio. El término BRICS fue acuñado para designar a un grupo de países emergentes –Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica– que aceleraron su desarrollo con el inicio del nuevo siglo y se convirtieron en uno de los motores del crecimiento global, sobre todo después de 2008, con el estallido de la crisis financiera norteamericana y europea. Al lanzar el acrónimo BRICS, el economista Jim O’Neill quería llamar la atención a las oportunidades de negocio abiertas a los inversionistas globales en esas cinco grandes naciones. Después de todo, cuentan con casi el 40% de la población mundial, lograron crear mercados internos sólidos y plataformas exportadoras y, en menos de veinte años, según el FMI, saltaron del 5.6% al 21.3% del PIB mundial.
Esas oportunidades continúan existiendo y han crecido aún más debido a los numerosos proyectos de modernización y expansión de la infraestructura y del aparato productivo que los BRICS ya están ejecutando o van a ejecutar en los próximos años: solo en Brasil se invertirán hasta 2018 más de 400 mil millones de dólares en plantas hidroeléctricas, puertos, aeropuertos, refinerías de petróleo, ferrocarriles, carreteras, gasoductos, etc. Sin hablar del potencial de expansión de sus mercados internos, gracias a la incorporación en el mundo del trabajo y del consumo de millones de pobres y excluidos. Todo eso lleva a los analistas –a pesar de la recuperación muy lenta de los países desarrollados, que tiene un impacto coyuntural negativo en todas las economías– a destacar la solidez y las perspectivas favorables a mediano y largo plazos de los países que componen los BRICS.
Pero las naciones del grupo fueron mucho más allá de la atracción de inversiones. Recuerdo que cuando nos reunimos por primera vez en junio de 2009, en Rusia decidimos transformar lo que no pasaba de ser una sigla en una efectiva articulación económica, geopolítica y estratégica para favorecer el crecimiento de nuestros países y de sus aliados regionales y, al mismo tiempo, impulsar una nueva agenda de desarrollo multilateral y de reforma de la gobernanza global. Los defensores del status quo internacional, refractarios a cualquier iniciativa para hacer más justo el orden económico y político mundial, intentaron descalificar a los BRICS alegando que no se trataba de una alianza creíble.
La Cumbre de Fortaleza y Brasilia –que tuvo como tema el crecimiento con inclusión social y sustentabilidad– acaba de desmentir categóricamente tales pronósticos. Demostró que los países emergentes han superado las posiciones meramente reivindicatorias del pasado y asumido de una vez por todas un papel proactivo en el escenario internacional. En ella se tomaron decisiones no solo concretas, sino claramente innovadoras, que van desde las facilidades de comercio hasta el combate a los delitos cibernéticos. Pero las principales medidas fueron la creación de un banco de desarrollo con capital inicial de 50 mil millones de dólares para financiar proyectos de infraestructura y plantas industriales sostenibles y un fondo de reserva de 100.000 millones de dólares para ayudar a los países miembros en eventuales crisis de liquidez.
Esa actitud innovadora se extiende también al modelo democrático de gobierno que será adoptado por los dos organismos, en los cuales los cinco países tendrán idéntico peso, con presidencias rotativas y deliberaciones obligatoriamente por consenso. Así como Sudáfrica hizo con sus vecinos en la Cumbre de Durban, la presidenta Dilma Rousseff, cuya determinación y capacidad negociadora fueron fundamentales para los acuerdos conseguidos, invitó al encuentro de Fortaleza y Brasilia a todos los jefes de Estado sudamericanos, dejando en claro que la actuación de Brasil en los BRICS se da a partir del compromiso estratégico que el país tiene con la integración regional. Además de los dirigentes políticos, el evento contó con la participación de cientos de líderes empresariales, sociales e intelectuales de nuestros países. No tengo duda de que las decisiones tomadas por los BRICS, útiles a los países miembros y sus aliados, tendrán también una incidencia positiva en el propio gobierno global. No son medidas reactivas, sino creativas; no son contra nadie, y sí a favor del crecimiento global y de una comunidad internacional cada vez más incluyente y equilibrada.