Dos conocidos periodistas, uno simpatizante de las posiciones del gobierno, el otro crítico, brindan sus opiniones sobre el actual momento del país, a la luz del litigio con los fondos buitres y las políticas (y sus resultados) del kirchnerismo.
(Por Álvaro Carlos Otero) Algunos comentaristas atribuyen a un capricho ideológico el rechazo de la Argentina ante las negociaciones planteadas por el juez Griesa, quizá como solución al embrollo que creo por salir de su jurisdicción ahora, y desde el comienzo por aceptar una causa de un tema que, según ahora es evidente, no conocía nada.
Ante la cláusula RUFO, la Argentina no tiene muchos caminos abiertos. Acatar los reclamos de los fondos buitre respaldados por una sentencia desatinada implicaría meter al futuro del país directamente en el medio de la tormenta perfecta. Si Argentina acata habrá negociado en vano, lo pagado entre 2005 (o 2010) y la actualidad no contaría, seguirían en pie los intereses usurarios que varios gobiernos minados por agentes financieros del exterior tuvieron que aceptar para no entrar en default.
Finalmente, la Argentina entró en default en 2001. No le dejaron otra salida: se le negaba todo apoyo, el Fondo Monetario Internacional tiraba sus salvavidas de plomo, el gobierno de Bush jr quería utilizar al país como cabeza de turco para mostrar cómo les iba a ir a los inversores de riesgo, y decía que no quería utilizar el dinero de los “taxpayers”, los carpinteros y lecheros de cada pequeña ciudad estadounidense, en dar pingües ganancias a esos inversores.
En 1998 se agudizó en la Argentina la crisis que venía creciendo desde el abandono de la política social por parte del Estado. Aumentó la desocupación, producto de la “privatización” que fue en realidad un vaciamiento económico del país. Creció sideralmente la desnutrición infantil, consecuentemente el índice de muertes infantiles llegó a niveles de escándalo, con pocos minutos separando el deceso de un angelito del anterior y del siguiente. Aumentó la mora bancaria, y se multiplicaron las ejecuciones hipotecarias de campos agrícolas. A cargo del banco de fomento que había sido hasta ese momento el Banco de la Nación Argentina.
Encima, David Mulford y otros aventureros aprovecharon el desconcierto oficial (del que Domingo Cavallo no fue una excepción) para proponer un megacanje que les retribuyó veinte millones de dólares de comisión. Comisión por demás discutible, porque el grueso de los títulos “megacanjeados” estaba en las carteras de los bancos o de las AFJP, la otra cara de los mismos bancos.
La explotación de la Argentina fue desvergonzada, y frecuentemente delictiva, como sucedió en los casos de Aerolíneas Argentinas y de la compañía de aguas Suez, que redujo la calidad del servicio en todas las zonas que se había adjudicado. Las empresas tenían sin embargo sus espaldas bien cubiertas, y ganaron algunos pleitos en el tribunal arbitral del Banco Mundial, el CIADI.
Otra vez desde casi las mismas esferas de influencia se intenta imponer a la Argentina infringir los contratos con los bonistas que, en un 92 % del total, aceptaron una quita muy alta y baja de intereses, además de un nuevo plazo. Griesa pretende volver al statu quo ante. Abriendo varios frentes: la reposición de los títulos renegociados en este momento cambiaría los plazos, con la novedad de que casi todos los plazos de los viejos títulos están agotados. O sea, un pago al contado de varias centenas de millares de dólares. Algunos estiman que nada menos que 500.000 millones de dólares exigibles ayer, como se dice en la Argentina para los plazos de cumplimiento casi imposible.
Aquellos tiempos de crisis del 2001 quedaron atrás. No fue la acción de un “viento de cola mágico”, ni circunstancias internacionales, solamente. Fue la acción sensata de varios gobiernos que se mantuvieron lejos del mercado financiero internacional, afrontando sus presupuestos con los recursos del país. “Vivir con lo nuestro”, una consigna valiente ridiculizada desde las esquinas de quienes urdieron la catástrofe. Hoy el PBI es cuatro veces el de 2001, mejoró el índice GINI, la desnutrición infantil se redujo a un mínimo posiblemente irreductible, la jubilación promedio mejoró, bajó sustancialmente la desocupación (aunque todavía es alta), y sobre todo no hubo las crisis que repitieron como loros los defensores del neoliberalismo: ni Argentina se quedó fuera del mundo, ni hubo crisis energética, ni hubo que importar trigo, carne, leche, y sobre todo el país logró superávit en el comercio exterior y en el balance fiscal. Después del default.
Por eso, un default tan traído por los pelos para caerle encima a un país que paga preocupa poco. Porque ya estamos curtidos en esta materia, y porque cada vez se repara menos en las opiniones arrebatadas de los extremistas.
Calma, extremistas de la justicia cuando la justicia la tiene que pagar todo el pueblo (porque cuando la justicia los condena por, para poner un ejemplo, contribuciones previsionales “omitidas”, se escabullen y no cumplen las sentencias). La Argentina, muy bien conducida, está tratando de hacer un puente hasta febrero de 2015, cuando ya haya vencido la cláusula RUFO. Llama la atención que los fondos buitres, que están a pocos meses de concretar un fabuloso negocio, quieran todo pagado ya. Y llama la atención que personas que uno presume inteligentes, que no deberían estar contra los intereses de sus descendientes, los secunden.
(Por Claudio Chiaruttini) Y 13 años más tarde, gran parte de la clase política, sindicalistas, banqueros y empresarios aplaudió una nueva declaración de incumplimiento del pago de una deuda del Estado argentino. Poco importa si en la breve historia argentina, el país dejó de pagar sus deudas 6, 7 u 8 veces, la celebración que ofreció el kirchnerismo + los cómplices del peronismo dominado + el resto de la clase dirigente cooptada, confirma que no se ha aprendido nada sobre las consecuencias sociales que suelen tener este tipo de rupturas con el mundo financiero internacional.
Respondiendo al más puro ADN kirchnerista, Cristina Fernández tergiversó los datos a su antojo y asignó culpas y responsabilidades como si ninguna le cupiera a su persona, pese a ser la “Presidente de la Nación de los 40 millones de argentinos”, tal como le gusta decir a los locutores oficiales; y de haber sido votada por 54% de los ciudadanos que serán afectados por esa declaración irresponsable de default.
“Y el mundo sigue andando”, dijo Cristina Fernández haciendo uso y abuso de la negación de la realidad y decidió fortalecer el escuálido relato del Gobierno creando una nueva maniobra conspirativa mundial en la cual el juez Thomas Griesa; el Special Master Daniel Pollack; losholdouts; el agente pagador de la Argentina, el BONY (Bank of New York Mellon); la Suprema Corte de los Estados Unidos; y el mismísimo Barak Obama, intentan hundirnos “porque nos hemos vuelvo, de nuevo, un país viable”. Días antes, Carlos Zannini, mano derecha de la Presidenta, había afirmado, sin sonrojarse, que el motivo por el que querían hundirnos era para quitarnos el petróleo (¿Vaca Muerta?) y el agua (¿el Acuífero Guaraní?). Para que se entere Zannini: la Argentina carece de recursos suficientes propios para explotar Vaca Muerta y el único socio inversor que consiguió hasta ahora es Chevron, una empresa estadounidense. Acerca del reservorio de agua potable ni siquiera vale la pena extenderse porque, entre otras cuestiones, si sus reservas estuvieran comprobadas según las expectativas de muchos, también es deParaguay y Brasil...
¿Cuántas veces en la historia del populismo argentino (y latinoamericano) hemos escuchado esta diatriba menor sobre conspiraciones internacionales para apoderarse de la Argentina o de los países de la región? Desde que Rosa de Luxemburgo realizó su caracterización del imperialismo, y su relación con la periferia, la izquierda populista, local y regional, han recurrido a ese modelo, al mismo conjunto de excusas, para explicar sus errores garrafales en política internacional, en sus programas económicos equivocados o para excusar el fracaso de las medidas tomadas.
Pero lo grave son las consecuencias de lo que está por venir. Pasan las horas y el “efecto derrame” de la declaración de default se comienzan a sentir. Por ejemplo, provincias, empresas y bancos han comenzado a perder sus calificaciones ganadas con esfuerzo propio, con lo cual, se les corta el escaso crédito internacional que ya venían peleando. Hay un riesgo cierto, aunque limitado, de que se junten 25% de los holdin y reclamen que se aplique la Clausula de Aceleración, que implica reclamar el pago, en efectivo, de los bonos que tienen en mano. Y una manifestación de este tipo puede gatillar la “Cláusula de Cross Default” para el resto de los holdin.
En pocas palabras, estamos en camino de una caída de las calificadas “exitosas” refinanciaciones de deuda realizadas en 2005 y 2010, lo que abriría la puerta a un nuevo default “pleno”, que obligaría a renegociar la inmensa deuda externa que hoy tiene la Argentina.
Pero la duda que flota en el mercado financiero es la siguiente: ¿no estará buscando Cristina Fernández y su Gabinete una declaración de default “pleno” y lanzar una nueva renegociación de pasivos? Según esta visión -mucho alcohol etílico en la previa- el Ejecutivo Nacional, tal como lo hizo Néstor Kirchner, podría conseguir nuevamente una quita de 50%, 60% o 70%, y dejar los números más bajos, en términos de PBI, que cuando el santacruceño negoció con los acreedores externos. Entonces, la acción irresponsable de Cristina tendría un rango de planificada defensa de la soberanía nacional.
Para el mundo de fantasías en el que viven muchos kirchneristas, sería la 2da. oportunidad que la Argentina “empomaría” a los acreedores externos que creyeron en el país, no se cumpliría con el fallo de Thomas Griesa, lo que implica que los llamados “fondos buitres” sería derrotados, por 1ra. vez en la historia; y, en el camino, se daría un golpe a la estructura financiera internacional, lo que colocaría a Cristina Fernández en el lugar que Ella ha imaginado que merece en la historia de la izquierda mundial.
Imagínenla: Una especie de adlater fashion del Che Ernesto Guevara en el Siglo XXI, pero que en vez de bajar de la Sierra Maestra para hacer la Revolución, lo hace desde un Audi A-8, luciendo cartera Louis Vuitton, reloj Rolex Platino, en “su lugar en el mundo” patagónico, construido en tierras fiscales compradas a precio vil en una turbia negociación. Sin duda, un excelente modelo de lo que es, hoy, el populismo y la izquierda latinoamericana.
Hay que entender que el kirchnerismo cree que ha ganado la “batalla cultural”, por eso en medio de este desastre mantiene 30% de intención de voto, y encara, en la decadencia del su paso por el poder, una “batalla internacional” por dejar una huella en la historia mundial. Ya lo intentó con los derechos humanos, con estatizaciones como las de los recursos que administraban las AFJP, Aerolíneas Argentinas y las acciones de Repsol en YPF; con presentaciones en las Naciones Unidas, el G20, el G77 + China, los BRICS, la Unasur, el Celac, la Organización de Estados Americanos y decenas de foros internacionales.
Sólo hay que leer los discursos de Cristina Fernández en esos ámbitos para entender el rol que se autoadjudicó el matrimonio Kirchner en el diseño de la política internacional post Guerra Fría y el espacio que cree el mundo K que ocupa la Argentina en ese nuevo escenario mundial. En realidad, pocas veces el país ha sido tan sobreestimado como con el kirchnerismo.
Pero, tal como Néstor Kirchner le enseñó a Cristina Fernández, la política exterior no concede votos y todo lo externo debe ser usado para construir política interna. Por eso, la Presidente de la Nación usa la crisis con los holdout y la declaración de default para inyectarle corticoides y anabólicos a un “modelo kirchnerista” que se encuentra deshilachado, escuálido, vetusto, carente de credibilidad.
Según todas las encuestas, incluso las más conservadoras, la imagen presidencial ha subido hasta 12 puntos en los últimos 2 meses. Es cierto, sigue debajo del 40%, pero es el mayor crecimiento que muestra desde 2010. El patrioterismo y la defensa de la soberanía sobreactuada sigue “pagando bien”, tal como lo sabemos desde el Gobierno de Leopoldo Fortunato Galtieri para acá, pasando por la “Consulta Popular” de Ricardo Alfonsín sobre el fallo vaticano acerca de la soberanía en el estrecho del Beagle, el “estamos en el 1er. Mundo” de Carlos Saúl Menem; y la solución de todos los conflictos limítrofes con Chile que llevó adelante Néstor Kirchner, tratando de imitar al “innombrable” de Julio Argentino Roca.
Por eso Cristina Fernández aprovecha este marco para intentar relanzar su gestión y subir el tema del default a la tapa de los diarios (ella todavía es analógica), creando discusiones ficticias, tal como la creación de una pseudo “Justicia del Consumidor” o el anuncio, un mes antes de la fecha correspondiente, del paupérrimo aumento para jubilados; y se fortalecen políticas que la Casa Rosada considera exitosas, tales como los cambios a la Ley de Abastecimientos para contener la suba de precios; o se consolidan alianzas políticas (la refinanciación de pasivos para 13 gobernadores dóciles y el castigo para 4 díscolos).