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DEBATE
Meglioli: "Aquel y este peronismo"
02/07/2014

Aquel y este peronismo

Luis Eduardo Meglioli (*)

La historia de Juan Domingo Perón puede contarse de muchas maneras, siempre que se conserve el rigor de la verdad. Desde sus tiempos de simple oficial de las Fuerzas Armadas (1943), a su etapa de coronel, que coincide con el periodo fundacional del Justicialismo; de sus primeros 9 años de gobierno (1946-1955) a su derrocamiento, exilio y proscripción del peronismo.

"Le dije a Buenos Aires hasta luego, nunca adiós\'\', recordaba a varios de sus visitantes argentinos en Puerta de Hierro, Madrid, sobre aquel 25 de septiembre de 1955 de su apremiante salida del país. También puede abordarse por su vida en Paraguay, Panamá, Venezuela, República Dominicana (Chile no pudo ser tierra de exilio a pesar de haberlo deseado, porque se interpuso Aramburu) y finalmente España. Otra mirada de su historia se escribe con su frustrado regreso en 1964, el primer retorno de noviembre de 1972, y, sólo restaría el último capítulo de su biografía personal que se integra en la historia argentina: su retorno definitivo, la tercera reelección como presidente de la República, la traición montonera a Perón (y no al revés) que provoca el injustificable nacimiento de la Triple A (terrorismo de Estado bajo la democracia), y su muerte.

"Después de mi el caos, hijo\'\', le confesó a José Miguel Vanni, administrador de sus bienes en España, tras su regreso a Argentina, según contó el mismo Vanni a este periodista en Madrid. En resumen, Perón regresó, se presentó a elecciones, ganó y al poco tiempo murió. En el escaso tiempo en que gobernó (12 de octubre de 1973-1 de julio de 1974), sólo mostraba lucidez diaria hasta cada mediodía, según se ha sabido mucho tiempo después de médicos de su entorno. Al parecer, en las tardes el poderoso ministro José López Rega lograba que el general firmara decretos sin saber de qué se trataba. Por ahí habría venido la orden de crear la hitleriana Triple A.

En Argentina quedó su legado doctrinario, sus leyes sociales, sus miles de obras y su último mensaje de unidad nacional. Y también su cuerpo, que no obstante no deambular impúdicamente por el mundo como el de Evita, tras el golpe de 1976, supo de la profanación sin que nada se sepa hasta ahora de sus autores.

Pero en España quedó mucho Perón. El hombre lúcido que pasó a la historia. Una década después de su regreso definitivo (1973), seguía caminando por la Gran Vía madrileña su recuerdo en boca de muchos de sus amigos, entre ellos, periodistas y personajes de la vida política local. Conversar con ellos sobre los años del ex presidente argentino en la capital española, era cerrar los ojos e imaginar una etapa más que interesante, desde lo incomprensible de un hombre que no puede volver a su país por esas cosas de las dictaduras a uno y otro lado del Atlántico. Los que simpatizaron con él y aquellos que no, coincidían en el generoso gesto argentino hacia España en 1946 (Convenio de Cooperación Económica), en medio del aislamiento internacional que sufría la dictadura franquista por no haber estado del lado de los ganadores de la Segunda Guerra Mundial. La foto del encuentro entre Franco y Hitler en la localidad francesa de Hendaya en 1940, aparecía siempre que se contaba la crónica de una relación fascista que los franquistas no pudieron evitar (algunos la enarbolan todavía con orgullo). Este apoyo a Franco, que en realidad era al pueblo español, sumado al papel de Perón de agregado militar argentino en Italia, durante el totalitarismo de Mussolini, para algunos europeos sirvió para calificar de fascista al fundador del Justicialismo. Y como periodista argentino en España, quien esto escribe investigó todo lo posible hasta poder esclarecer tamaña acusación, para bien o para mal. Sus libros publicados allí, "Los Vendepatria\'\' (1956), "La fuerza es el derecho de las bestias\'\' (1958) y "La Hora de los Pueblos\'\' (1968), entre otros muchos escritos, no dejaron dudas de su perfil y pensamiento democrático. Pero si con eso no bastaba, una simple pero contundente frase de Perón en sus últimos tiempos, terminaba de ratificar su ideario, más allá de las mismísimas "20 Verdades Peronistas\'\': "En Europa, primero en la Italia de Mussolini (y luego en la España de Franco), aprendí lo que no había que hacer para gobernar\'\'. Al margen de todo esto, el Perón auténtico que revolucionó los cimientos de la Argentina, con errores, pero con más virtudes, se quedó en Madrid. El que regresó era su penumbra envuelta en la leyenda y vigilada por la mediocridad facinerosa de un hombre que influyó malignamente en Perón desde finales de los años 60 en Madrid, José López Rega. Y de una mujer, María Estela Martínez, que pasó de ser princesa en el exilio de su esposo a viuda trágica que terminó luciendo su tormento en el fango de la incertidumbre interna del partido Justicialista de entonces.

Hoy, el peronismo puede leerse en numerosas acciones diarias del gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Pero necesita mirar hacia este pasado para aprender de los aciertos y esquivar los errores. Sobre todo para superar divisiones que dan la espalda a la memoria del fundador del partido. Y porque en un país marcado a fuego por las banderas peronistas, sus aciertos se disfrutan, así como los errores los sufren también los argentinos. 

(*) Periodista. Autor de "Perón-Frondizi, la conversación'.


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