Por RICARDO H. ARRIAZU ECONOMISTA.
Hacia mediados del siglo pasado, los analistas buscaban explicaciones al relativo atraso económico del Sudeste Asiático; el ingreso por habitante apenas superaba los 500 dólares (medidos en paridad de poder de compra), en momentos que el ingreso promedio por habitante en los países desarrollados era de 7.500 dólares y el de América Latina superaba los 2.500 dólares.
Por prejuicios, se afirmaba que esa diferencia se originaba en la “ética confucionista” que, supuestamente, los llevaba a aceptar mansamente su destino. Este prejuicio me recuerda a mi época de estudiante en EE.UU., en la que algunos estudiantes provenientes de países desarrollados (y de América Latina) suponían que ya tenían asegurada una buena calificación cuando veían ingresar a un estudiante africano o asiático.
Desde entonces, la tasa de crecimiento promedio anual de estos países duplicó el ritmo de crecimiento mundial y el de América Latina, lo que permitió que el PBI en dólares de la región se incrementara en 17,5 veces, cuando en Latinoamérica lo hizo en 5,8 veces. Si la comparación se realiza en dólares de poder de compra constante, el PBI se incrementó 27 veces en el Sudeste Asiático, contra 4,7 veces en Latinoamérica.
Aun teniendo en cuenta que durante este período la población de la región se triplicó, los resultados en términos de PBI per cápita son también asombrosos.
El ingreso por habitante se incrementó casi 13 veces mientras que, en promedio, en el mundo creció menos de 4 veces y en América Latina, menos de 3.
Estos logros mostraron la superficialidad de aquel análisis, argumentándose ahora la favorable evolución económica de igual forma en la “ética confucionista”, que habría llevado a las personas en esos países a esforzarse notablemente. Y hoy tener un compañero asiático en una clase es percibido como un gran desafío dado lo difícil que resulta la competencia.
Limitaré mi comparación al comportamiento económico de los habitantes del Sudeste Asiático y de América Latina, que parece explicar las diferencias en los resultados de las políticas implementadas en ambas regiones. Los economistas utilizan básicamente tres factores para explicar la evolución de la tasa de crecimiento del PBI: a) el crecimiento del empleo (relacionado con el crecimiento de la población); b) el crecimiento del stock de capital (relacionado con la tasa de inversión); y c) el crecimiento de la productividad (relacionado con la incorporación de tecnología y las mejoras en organización). Naturalmente, detrás del comportamiento de estas variables se esconden variables como las instituciones, la ética, la educación, la dotación de recursos naturales, el sistema de incentivos, los equilibrios macroeconómicos (equilibrio fiscal y en las cuentas externas, y la tasa de ahorro), el grado de integración a la economía mundial, la presión tributaria y los sistemas tributarios en general, el nivel y la eficacia del gasto público, la distribución del ingreso, el funcionamiento del mercado laboral, etc.
El análisis del comportamiento de estas variables muestra claramente las razones del éxito relativo de las economías de los países asiáticos en comparación con las de nuestra región, y permite identificar varias variables que explican este éxito. Entre ellas se destacan: a) diferencias significativas en las tasas de ahorro y de inversión de ambas regiones; b) el grado de apertura y de integración internacional tanto en lo que se refiere a los mercados de bienes y servicios como a los mercados de capitales; c) el tamaño del gasto público; d) diferencias en las tasas de inflación; e) diferencias en los resultados de los sistemas educativos.
La primera diferencia significativa se relaciona con la tasa de inversión y con la tasa de ahorro.
Entre 1980 y 2013 la tasa de inversión en el Sudeste Asiático promedió el 34% del PBI, mientras que en nuestra región sólo alcanzó el 20,7%, y esta diferencia se amplía cuando comparamos las tasas de ahorro (33,8% contra 19,3%). Una mayor tasa de inversión se refleja en mayores incrementos del stock de capital, lo que potencia el crecimiento económico, incrementa la productividad y facilita la mejora de los ingresos de los asalariados.
La mayor tasa de ahorro permite financiar esa inversión sin recurrir al endeudamiento externo.
La segunda diferencia se relaciona con el grado de apertura económica y los desequilibrios externos; mientras las exportaciones de los países del SEA crecieron a un ritmo anual del 10,7% las de los países de nuestra región lo hicieron a un ritmo anual del 6,8%, al mismo tiempo que las importaciones crecieron menos que las exportaciones en Asia y más en AL. Como reflejo de estas tendencias los países asiáticos acumularon superávits equivalentes a 2,2 trillones de dólares y los nuestros, déficits de 1,1 trillones.
Una tercera diferencia se relaciona con el tamaño del gasto público.
El nivel promedio de gasto público en el Sudeste Asiático fue equivalente al 21% del PBI mientras que en América Latina fue del 30,5%. La carga impositiva necesaria para financiar estos gastos afectó negativamente el nivel de competitividad de nuestra región.
Una de las diferencias más notorias se relaciona con la tasa de inflación, que promedió el 6,6% en el Sudeste Asiático y que se elevó al 81% en los países de América Latina. Los negativos efectos de la inflación me llevan a reiterar lo afirmado en columnas anteriores: “con la inflación no se convive, se la mata”.
Sin embargo, quizás la mayor diferencia entre las dos regiones se relaciona con la educación.
En la última evaluación internacional de rendimientos educativos (PISA), las primeras tres posiciones fueron ocupadas por países asiáticos, a la vez que se encontraron siete países asiáticos en los diez primeros lugares. Por su parte, seis países de nuestra región se ubicaron entre las diez últimas posiciones, siendo Chile el país de América Latina mejor posicionado.
Si nuestra región aspira a recuperar su posicionamiento en la economía mundial debe necesariamente seguir el ejemplo de los países del sudeste de Asia.