Por Carlos Pagni.
Se podría imaginar que el Times de Londres publicara: "La Justicia investiga al viceprimer ministro por haber adquirido en forma fraudulenta una empresa para la impresión de libras. Su abogado es un ex agente del MI5. El abogado de los antiguos dueños de la empresa es otro ex agente del MI5. Y el juez del caso intervino en la causa por la investigación que realizó el MI5 a raíz del mayor atentado terrorista de la historia del país". Sería imposible que, ante un escándalo semejante, el primer ministro del Reino Unido no se sintiera obligado a decir una palabra.
Amado Boudou y la causa Ciccone reproducen ese formato. Basta reemplazar MI5 por SI: Secretaría de Inteligencia. Pero Cristina Kirchner, hasta ahora, no ha dicho una palabra. Sólo habló a través de gestos que ratifican su protección sobre Boudou. Quizá siga alimentando "la profunda envidia de esas naciones que actúan de acuerdo con sus propios intereses, como país, no como partido o sector", que confesó hace dos días con relación al Reino Unido.
El primer problema de Boudou es que se agote esa confianza. Por eso su principal estrategia defensiva no es desbaratar las pruebas del expediente judicial. Prefiere demostrar a Cristina Kirchner que la crisis desatada alrededor de la compra de Ciccone es una patraña urdida por los numerosos adversarios que quieren debilitar su liderazgo. Sobre todo uno: Daniel Scioli.
En la página 27 de su declaración ante Ariel Lijo, el vicepresidente intentó descalificar la declaración de Guillermo Gabella. Gabella es el ejecutivo de Boldt que atestiguó que José María Núñez Carmona le exigió, en nombre del vicepresidente, que devuelva los talleres alquilados a Ciccone. Esa información fue decisiva para acusar a Boudou por estar detrás del desembarco sobre Ciccone.
Boudou pidió al juez que averigüe si Gabella fue alguna vez empleado del Congreso y con qué legislador colaboraba. Si lo hace, Lijo descubrirá que Gabella trabajó al servicio de Scioli, por entonces diputado. Boudou anima una vieja creencia de los Kirchner: que Scioli, como antes Duhalde, es el dueño de Boldt.
Los gerentes judiciales de La Cámpora señalaron a Boudou otro detalle: en el Boletín Oficial de la provincia de Buenos Aires del 2 de julio de 2008 aparece Alfredo Lijo, hermano del juez, como síndico de la empresa Aguas Bonaerenses SA.
Boudou sabe, además, que Scioli conocía las gestiones realizadas para la captura de Ciccone. Núñez Carmona llegó a Gabella de la mano de Lautaro Mauro, un alegrante de La Ñata, que distrae al gobernador acercándole a Leandro Rud, Marcelo Tinelli o Guillermo Reinwick, el yerno de Nicolás Ciccone.
Con esos rudimentos, Boudou garabatea esta novela: el enredo penal en el que se lo involucra fue promovido por Scioli, quien de ese modo abortó su carrera hacia la Casa Rosada como delfín de la Presidenta. Si hacía falta agregar un nuevo indicio a lo que él llamó, delante del juez Lijo, "la causa de la causa", la foto de Scioli con Héctor Magnetto prestó, anteayer, un servicio invalorable.
Esta supuesta conjura bonaerense es otro síntoma de que los razonamientos de Boudou tienen cierta propensión al disparate. No sólo porque los antiguos empleos de Gabella podrían conducir también a Redrado y, a través de él, a Sergio Massa. O porque el hermano de Lijo conduce antes a Julio De Vido que a Scioli. Lo más llamativo es que Boudou ve una orquestación perfecta entre un empleo de Gabella de 1999, un contrato de "Freddy" Lijo de 2008, las gestiones de Mauro a favor de su -hasta ayer- mejor amigo, Núñez Carmona, en 2010, y una foto con Magnetto de 2014. En cambio, cree que los contactos entre él, su socio, su hermano, su secretario privado y su inquilino, con Vandenbroele, fueron por casualidad.
Boudou no debe preocuparse por la consistencia de su argumento. Cristina Kirchner lo acepta de antemano. El Gobierno está transformando a Scioli de disidente en adversario. Bastó que Ricardo Forster dijera que el gobernador no lo contiene para que le dieran una secretaría. Y ayer Jorge Capitanich lo acusó de ser como Magnetto porque anda con Magnetto. Le contestó Gustavo Marangoni: "Hace 11 años que la gente sabe con quién anda Daniel Scioli". En rigor, hacen más: antes de andar con los Kirchner, Scioli anduvo -Heráclito inconstante- con Duhalde, Rodríguez Saá, De la Rúa y Menem.
Es imposible saber si Boudou denuncia a Scioli para asegurarse el amparo de la señora de Kirchner o si es ella la que lo lanza como un arma arrojadiza contra un blanco prefijado, como cuando quiso deshacerse del procurador Esteban Righi. Tampoco está claro por qué ninguna ONG reclama por los derechos de Boudou: que tenga 70% de imagen negativa no habilita a que se lo trate como chatarra electoral. Y menos se entiende por qué favorecen tanto a Scioli: ¿qué no daría Florencio Randazzo porque, desde el fondo de su mala fama, el vicepresidente lo denuncie, aunque más no sea, como "macho del off"?
La declaración ante Lijo también demuestra que, alertado por un último instinto de supervivencia, Boudou sospecha que Cristina Kirchner podría soltarle la mano. Es lo que se insinúa en la segunda estrategia de su declaración judicial: dejar entrever que, antes de que él apareciera en escena, hubo otros movimientos destinados a quedarse con Ciccone. Mencionó dos significativos: uno de Aeropuertos Argentina 2000 y otro de Fintech.
Boudou se basó en dichos de los Ciccone, como si esa familia mintiera sólo cuando se refiere a él. Pero lo importante de sus afirmaciones es que cualquier persona informada sabe que quien impulsó al entonces presidente de Aeropuertos, Ernesto Gutiérrez, a quedarse con Ciccone fue Néstor Kirchner. Y lo hizo al mismo tiempo que, con el propio Gutiérrez, intentaba apropiarse de las acciones de Telecom Italia en Telecom. En ambos casos, Gutiérrez recurrió a David Martínez, de Fintech, quien prefirió no entrar en componendas. Martínez terminó comprando Telecom, por su cuenta, el año pasado.
La misma evocación del esposo de la Presidenta se filtra en el largo párrafo que Boudou dedicó a demostrar que, antes que él, la AFIP y la Casa de Moneda habían tomado varias decisiones relativas a Ciccone. De esa reconstrucción es fácil deducir algo que él no dice, por ahora: que carecía de poder suficiente para conducir ese ajedrez. ¿Quién lo tenía? Boudou es minucioso con las fechas: todas esas jugadas fueron anteriores a la muerte de Kirchner, el 27 de octubre de 2010. Incluso la reunión de Núñez Carmona con Gabella, del 22 de octubre, y su dictamen en respuesta a la AFIP, del 25 de octubre. Igual que cuando aludió a Scioli, Boudou no le está hablando al juez, sino a su jefa.
El tercer eje defensivo de Boudou es buscar un dueño para Ciccone, distinto de sí mismo. El elegido es Raúl Moneta, que no puede declarar. Es cierto que Moneta se atribuyó la compra. Lo raro es que sus hijos, que son sus apoderados, no exijan la devolución de los $ 50 millones invertidos. Boudou podría despejar ese misterio: su abogado, Darío Richarte, tiene también como cliente a Matías Garfunkel, titular del Grupo 23, que fue socio de Moneta.
A pesar de lo que sugirió el fiscal Jorge Di Lello y reclamó el camarista Eduardo Farah, Boudou jamás habla del dueño del Banco Macro, Jorge Brito, cuando se refiere a "la ruta del dinero". Sin embargo, el diputado Claudio Lozano se entrevistó ayer con Lijo para hacerle notar que algunas sociedades a través de las cuales se financió el desembarco en Ciccone habían sido utilizadas por la Anses, cuando estaba bajo el mando de Boudou, para intermediar en la compra de préstamos garantizados. Entre esas sociedades está PT Bex, Dusbel -que, otra casualidad, pertenece a Vandenbroele- y Facimex, que estaría vinculada con Brito. La investigación de estas transacciones está en las perezosas manos de Norberto Oyarbide.
En estas denuncias de Lozano Scioli sí está interesado. No porque quiera conocer novedades de Boudou, sino porque cree que el sistema previsional conserva los secretos de Massa. Por eso se hizo amigo de Diego Bossio. Pero Bossio también está en la mira de Lozano.
¿Cuánto mide la lealtad de Boudou para con Brito? Anteanoche hubo un adelanto: el vicepresidente se deshizo de su mejor amigo, Núñez Carmona, con quien ya no comparte ni siquiera el abogado. Fue otro homenaje a la Presidenta: cuando Boudou debió explicarle la peripecia de Ciccone, se excusó en que "mis amigos me traicionaron". Según él, Vandenbroele era un empleado subalterno de Núñez, incapaz de comandar la adquisición. Ella repitió varias veces el argumento. Eso sí: si alguien espera que Núñez se haga cargo del desaguisado, se equivoca. Según afirma un viejo amigo de ambos, "«Nariga» tiene la sangra más fría que Amado".
Hace algunos meses el vicepresidente declaró: "Cuando asumí el cargo sabía que me quedaría sin familia y sin amigos". Tal vez también sabía que decía la verdad.