Por Dante Sica.
Desde el Gobierno se hicieron declaraciones muy reveladoras en materia económica ultimamente. Es importante analizar específicamente un par de ellas, porque podrían estar diciendo mucho sobre cómo se conciben los problemas prácticos de la coyuntura y qué instrumentos se proyecta utilizar para encararlos.
El ministro Axel Kicillof aseguró que “lo que la Argentina hizo en los últimos diez años, a Europa podría llevarle 100 años”. Esta afirmación está en consonancia con la teoría moderna del crecimiento. Para esta teoría existe un proceso llamado de “convergencia” o “catching up” según el cual las economías emergentes tienden a crecer más rápido que las desarrolladas. La fundamentación de la teoría de la convergencia es que el nivel de acumulación de capital en los países más atrasados es menor y, por lo tanto, las oportunidades de inversión son más rentables.
Lo que el ministro no mencionó es lo que resulta obvio tras un mínimo análisis de esa misma teoría: para beneficiarse de la convergencia hay que invertir.
De lo contrario, la tasa de rentabilidad sólo es potencial. De ahí que según la teoría de la convergencia, la tasa de inversión debe ser más alta en los países emergentes. Si consideramos que China crece a más del 7 % por año e invierte cerca de 50% del PBI, la teoría parece atinada.
En el caso de la Argentina, sin embargo, según las nuevas cuentas nacionales la tasa de inversión medida a precios corrientes es de 17% del PBI.
Por lo tanto, o bien es incorrecto afirmar que la Argentina está logrando en diez años lo que a Europa le lleva cien, o hay que reescribir la teoría del crecimiento nuevamente.
Si no se considera un grave problema para el crecimiento que la tasa de inversión sea menor al 20 %, difícilmente la inversión será una prioridad en la agenda. Y esto cobra especial relevancia en la coyuntura actual: si las exportaciones están cayendo, el consumo está cayendo y no se piensa hacer nada con la inversión, entonces: ¿cómo es que evitaremos que se sigan afirmando las fuerzas recesivas?
Es justamente ante este contexto que hay que leer la segunda de las declaraciones que analizamos, hecha también por el ministro de Economía. Dijo: “en el segundo semestre estaremos mejor”.
Por lo tanto, pareciera que está pensando que habrá un componente de la demanda agregada que va a subir.
¿Y cuál es? Podríamos argumentar que está hablando del consumo. Es que, en primer lugar, el ministro habría tenido diferencias con el presidente del Banco Central porque desea tener tasas más bajas que incentiven el consumo, aun cuando se le advirtió que ello podría llevar a una mayor brecha cambiaria y nuevas presiones inflacionarias (como de hecho ya está ocurriendo). En segundo lugar, porque en los últimos meses se procuró evitar corregir el tipo de cambio nominal de manera significativa para evitar un deterioro del salario real.
Para incentivar el consumo es vital evitar que siga cayendo el valor del salario real, como viene ocurriendo desde principios de año.
En conclusión, si las conjeturas anteriores son razonables, la lógica del Gobierno ante la actualidad económica debe ser algo así como: la inflación no importa, las tasas deben estar por debajo de la inflación, el dólar nominal podría crecer menos que los precios y el crecimiento debería estar liderado por el consumo aun a costa de un deterioro de la inversión.
Es decir, hay que sostener el mismo modelo de crecimiento que inspiró las políticas económicas hasta diciembre de 2013, sin importar cuánto cambiaron las condiciones y cuánto puedan profundizarse los desequilibrios que condujeron a la actual recesión. Pero entonces en este punto parece necesario que se nos explique lo siguiente: si la maxi devaluación de enero puso en evidencia que la estrategia de política económica que se venía siguiendo estaba agotada, ¿qué ocurrió desde enero hasta ahora que hizo que esa estrategia volviera a ser viable?