El primer viaje al exterior de un presidente está cargado de significados. Y el primero que hizo Michelle Bachelet, iniciando su segundo gobierno, fue a la Argentina. Esto es un dato político, sí, pero no es la primera vez que ocurre. Se inscribe en lo que ya es una tradición chilena del siglo XXI. Al asumir su primera presidencia, en marzo de 2006, Bachelet también eligió a Buenos Aires como destino de su primera visita internacional.
Y lo mismo hicieron Sebastián Piñera en marzo de 2010, y Ricardo Lagos diez años antes, a comienzos del milenio. Desde que Chile y Argentina resolvieron -o casi- sus conflictos limítrofes a mediados de los 90, todos los presidentes chilenos reconocen así que la relación que los une con la Argentina es la prioridad.Cristina Kirchner, tras ganar sus primeras elecciones en 2007, le devolvió la cortesía a Bachelet, haciendo lo propio, aún cuando el primer avión que había tomado su esposo Néstor Kirchner, en 2003, fue rumbo a Brasilia, al igual que los de sus predecesores.
Cristina Kirchner argumentó en aquella oportunidad que las afinidades de género y amistad la habían llevado a tomar esa decisión. De hecho, otra mujer presidenta,Dilma Rousseff, también hizo a la Argentina su primer viaje presidencial, a principios de 2011. Y de igual forma lo hicieron, en su debido momento, los actuales mandatarios de Uruguay y Paraguay. Argentina tiene un capital diplomático desaprovechado: sin ser el país más importante de la región, es sin embargo el más elegido por los presidentes a la hora de su primer viaje. Nada menos.
La pregunta que hubo que hacerle a Bachelet, en todo caso, es por qué se demoró tanto en viajar. Lagos, Bachelet I y Piñera aterrizaron del otro lado de la cordillera a poco de haber asumido, pero Bachelet II se tardó dos meses en despegar. Ello se explica por la adrenalina doméstica, que la retuvo en Santiago: tomó importantes decisiones en política impositiva, previsional y educativa, y afrontó los dramáticos incendios en Valparaíso.
Esta visita a la Argentina, como cualquier otra cumbre trasandina, tiene múltiples propósitos concretos. Para Chile, la relación con Argentina es la más importante que tiene con un país del mundo. Y para Argentina, la relación con Chile es la segunda más importante, después de la que mantiene con Brasil.
Esto se mide en función del tamaño de la agenda en común: cuatro mil kilómetros de frontera, un importante comercio exterior, inversiones privadas, proyectos de infraestructura e integración física, alianzas políticas, cooperación en defensa y seguridad. Argentina y Chile han conformado una unidad militar conjunta, la Fuerza de Paz Binacional Cruz del Sur, un caso con muy pocos antecedentes en el mundo. Motivos para debutar y dialogar en Buenos Aires, en definitiva, no le faltaban.
Pero volviendo a los significados simbólicos, ocurre también que una vez que nació la tradición, se hace difícil romperla. El único caso que hubiera justificado no viajar a Buenos Aires en primer lugar pudo haber sido una visita a Lima, para recomponer relaciones después de La Haya. Cualquier otra opción hubiera sido polémica. Sobre todo, porque Bachelet debe manejar con cuidado la interpretación latente que existe en muchos países del sur de la región, de que Chile apuesta a la Alianza del Pacífico como eje de su política exterior.
La relación del gobierno de Piñera con la región fue en general muy buena, sin grandes innovaciones, pero en el balance de su gestión -cierto o no, relevante o no- queda la Alianza del Pacífico como marca de época. El liderazgo de Bachelet, no obstante, tiene connotaciones internacionales, y por eso su agenda exterior va a ser más ambiciosa que la de su antecesor. En su primera presidencia, Bachelet se propuso congeniar el perfil comercialista de la inserción global de Chile con un acercamiento político a una región a la que los gobiernos anteriores le habían dado la espalda. En este segundo gobierno, sin embargo, mantener ese equilibrio antes buscado le va a demandar más acción: durante los años de Piñera los países de la UNASUR y el MERCOSUR, liderados por Brasil, se han integrado más, están más cerca de los BRICS y tienen más autonomía respecto de Estados Unidos, por lo que si Bachelet quiere recuperar el tiempo y tener voz en la región, necesitará políticas activas, inteligentes y sorprendentes hacia sus vecinos.