Con el anuncio formulado ayer, el gobierno de Cristina Kirchner busca imponer una pausa a la corrida cambiaria que comenzó a dejar sin precios a muchos sectores de la economía, al compás de la frenética suba del dólar oficial y el paralelo. Pero apunta a ganar tiempo antes que confianza, ya que siguen invariables las causas que motivaron la escalada del dólar y la incertidumbre cambiaria, a las que se suma ahora este nuevo e improvisado parche para salir del paso.
Ayer logró aquel módico objetivo, con mercados semiparalizados y falta de precisiones de la medida. Ahora habrá que esperar hasta el lunes (y los días subsiguientes) para verificar sus alcances.
A juzgar por las teorías conspirativas de Axel Kicillof, la i ntención inmediata de autorizar la venta de dólares a $ 9,60 en bancos y casas de cambio es restar demanda al mercado paralelo y escarmentar a quienes pagaron hasta $ 13 por dólar.
Sin embargo, todo hace suponer que la decisión de retrotraer el cepo cambiario a su etapa inicial (entre noviembre de 2011 y julio de 2012), cuando se permitía la compra de dólares para atesorar con la autorización previa de la AFIP, no será más flexible que entonces. Más bien lo contrario. La razón es muy simple: no hay "dólares para todos" a ese precio, ya que la demanda supera largamente a la oferta para cubrirse de la creciente inflación y la consecuente desvalorización del peso. En aquella época, además, las reservas del Banco Central ascendían a unos 45.000 millones de dólares y ahora descendieron a poco más de 29.000 millones.
Si con la llave del cepo la AFIP afloja mucho, acentuaría la caída de reservas. Si lo aprieta, realimentará la suba del paralelo y una mayor brecha cambiaria. Tampoco habrá particulares dispuestos a vender dólares a $ 8, cuando el precio de compra será 20% más alto en el mercado oficial y 50% en el paralelo. Y también será mucho más cuestionable que quienes operan en blanco deban pedirle permiso a la AFIP y pagar un recargo a cuenta para comprar dólares, mientras quienes están en negro pueden blanquear gratuitamente los no declarados hasta el 31 de marzo próximo.
Otra incógnita es qué ocurrirá con la estrategia de minidevaluaciones diarias, que también acentuó la pérdida de reservas al apurar pagos de importaciones o deudas y demorar liquidaciones de exportaciones ante la permanente suba del tipo de cambio oficial. Si el BCRA se "planta", sobre la base del "nivel de convergencia" anunciado por Jorge Capitanich, el gobierno de CFK debería diseñar un plan consistente para frenar la inflación y evitar la huida del peso, con tasas de interés más altas y menos emisión para cubrir el déficit fiscal (con racionalización de gastos y subsidios). O quizás intentar una incierta colocación de deuda en mercados externos. Si no, habrá más de lo mismo y el actual shock cambiario (el dólar oficial subió 16% en los últimos tres días y 32% en dos meses) se irá diluyendo en el tiempo.
Así y todo, el mayor problema se instaló en la economía real. La última escalada del dólar reavivó las presiones inflacionarias, ya que impacta en los costos de los insumos importados y comenzó a borrar las señales de precios, lo cual afecta la actividad y el consumo. A pesar de las trabas oficiales, muchos proveedores cortaron ventas a plazos y calculan los costos de reposición con un dólar más alto. O bien toman pedidos con precios a cuenta. Tampoco se sabe qué ocurrirá con los precios de la energía (especialmente gas y combustibles líquidos), que el año pasado demandaron importaciones por 13.000 millones de dólares y abultaron la cuenta de subsidios estatales. En medio de estas incógnitas, la acotada canasta de "Precios Cuidados" se asemeja a una botella en el mar de la inflación. Pero aún así, ya corre peligro la intención oficial de mantener esos precios fijos hasta fin de marzo y autorizar luego aumentos caso por caso en función de los costos. Lo mismo que utilizar esa artificial estabilidad de precios para inducir ajustes salariales más moderados en las próximas paritarias. Todo mientras la fuerte suba del dólar oficial no permite mejorar significativamente la competitividad de la economía ya que, en el mejor de los casos, retrotrae el tipo de cambio real a los niveles de mediados de 2010.
Con la corrida cambiaria, el gobierno de CFK está pagando el costo de no tener siquiera una hoja de ruta, que permita prever mínimamente qué ocurrirá en 2014 con el aumento del gasto público, los subsidios, la emisión monetaria, la política cambiaria, los precios, salarios y las restricciones a la importación.
La apuesta de ganar tiempo hasta que en el segundo trimestre ingresen los dólares de la cosecha gruesa resulta insuficiente en medio de este panorama. Y lo más paradójico es que la Argentina no carece de dólares sino que, a fuerza de fuga de capitales, las reservas se han "privatizado": según cálculos oficiales hay más de 200.000 millones de dólares atesorados en colchones, cajas de seguridad y cuentas en el exterior. Nada indica que la política económica inspire la mínima confianza para que reaparezcan en la superficie.