Justo en las bodas de oro de Tambolar como gran promesa sobre el Río San Juan, el anuncio de que finalmente en un par de meses tendrá su primera obra concreta. Lo que no pudo la previsión, lo pudo la emergencia.
Toda crisis es oportunidad, dicen los que saben. Podrá comprobarlo fácil el proyecto de dique Tambolar, que el año que viene festeja el medio siglo de promesa y de golpe y porrazo, sin demasiados amagues, pasará del dicho al hecho en este próximo enero, febrero a más tardar.
¿Qué pasó para que una prédica de 50 años que llenó con ríos de tinta, toneladas de papel y horas de aire los medios locales dedicados al palabrerío de la época, que estuvo a punto de ser pasada a archivo ante la evidencia de los hechos que le dieron la espalda, de un día para otro se encuentre de repente con que podrá ver acción concreta? Pasó demasiado, y pasó todo en el último año: la crisis energética, las urgencias políticas por no pagar altos precios por los apagones, y especialmente el déficit creciente en la balanza comercial petrolero.
La pifia quien delimita la crisis energética sólo al emergente callejero de estos últimos días: gente en las calles (especialmente en Buenos Aires) padeciendo el ritmo sin urgencias de cierta empresa distribuidora de energía. Con algún caso también en San Juan, lejos igual de aquel diciembre del 2012 en que el termómetro –cóctel de verano y zonda- llegó a orillar los 50 de sensación térmica y las fiestas fueron un caos.
Pues bien, no es ese el problema central, como sí lo es el más visible. El núcleo del asunto es que Argentina depende más de lo aconsejable de la energía térmica –que se genera en centrales que operan con combustibles fósiles- y eso genera que cada vez más el país deba importar esa clase de energía para poder generar electricidad, con el impacto consecuente en la balanza comercial y la fuga de dólares.
Esa brecha petrolera es cada vez más grande: el país crece y ese crecimiento demanda energía eléctrica, que se genera con combustible, que hay que comprar a los amigos de Venezuela y Bolivia -este mes también “ayudó” Uruguay-, y lo que ocasiona que las compras sean cada vez mayores. En este casillero, el desbalance entre el combustible que el país vende y el que compra fue este año de U$S 10.000 millones, dólares que impactan en la caída de las reservas. Así se nota cómo el castillito de naipes derrama complicaciones, nacidas la mayoría en la matriz energética nacional a base al fuel bolivariano y el gas de Evo, además lógico de los despropósitos de la gestión en YPF.
Hace dos años (último dato disponible), la energía eléctrica generada por combustibles fósiles fue del 54% del total, mientras que la proveniente de las centrales hidroeléctricas fue de apenas el 37% del total. Este dato señala claramente que el país tiene un infinito potencial hidroeléctrico aún sin explotar y que la generación eléctrica en centrales térmicas debe ir dejando espacio a la que pueden proveer los ríos en primera medida, pero también el viento y el sol, y porqué no la energía sucia proveniente de las centrales nucleares que solucionan el problema en los países industrializados pero dejan fuertes cicatrices en la humanidad (ver Fukushima en Japón, Chernobyl en Ucrania, etc.).
En la Argentina, el cambio de perspectiva no tiene demasiado que ver con alguna sorpresiva conciencia ambiental sino con el goteo lento de salida de dólares de las reservas del Central, motivado de manera especial por la compra de petróleo. Los amigos bolivarianos lo tienen disponible siempre, y eso es una ventaja. Pero no dejan de cobrarlo a precio de mercado, como corresponde.
Podrá señalarse entonces, por propiedad transitiva, que la reactivación de este viejo proyecto de dique sanjuanino llamado Tambolar y durmiendo el sueño imposible desde hace largo tiempo, es hija dilecta de la caída de reservas monetarias, que hizo al gobierno recalcular su matriz energética y comenzar por dar impulso a los proyectos hidroeléctricos.
Tambolar fue el primero de una larga serie de proyectos sobre el río San Juan, y por un motivo u otro se quedando último. Su nombre comenzó a ser pronunciado en 1964, cuando el gobierno del bloquista Leopoldo Bravo imprimía un sesgo desarrollista a su primera gestión y presentaba en sociedad el proyecto ubicado en la panorámica más imponente de la ruta 12 camino a Calingasta, junto a otro, ubicado aguas arriba del mismo departamento: El Horcajo.
Desde entonces, la gente comenzó a amigarse con el término “Tambolar”, que aparecía como expresión política, de deseos, de expectativa, del ciclismo en la Calingasta, por todos lados. Pero la política de la época tuvo patas cortas y de repente apareció un dique nuevo, ejecutado en tiempo récord por el mismo río pero más abajo: Ullum, en 1980.
Volvieron luego los diques a ser el eje central de la política sanjuanina: cada avance, cada incidencia, cada repliegue, cada cambio de planes, no dejó de tener alto impacto en una opinión pública que asumió a “los diques” como un tema central de qué ocuparse. Con razón por su triple utilidad (depósito de agua en medio del desierto, generación eléctrica y al fin espacio de recreación), aunque en dosis algo desmedida. Hasta hubo un político que propuso pagar los sueldos estatales con un fondo fiduciario destinado a su construcción.
Por arte de magia, en esos años Tambolar desapareció de la estantería. Y comenzaron a pronunciarse nombres menos conocidos: Caracoles, Punta Negra, otros dos diques que no estaban ni en los sueños de nadie cuando se comenzó a hablar de Tambolar, y que pasaron del papel a la realidad no sin complicaciones. Fue en la década de los 90 y en medio de mediáticas pulseadas por su licitación, con empresas jugando fuerte para quedarse con el contrato, primero de la obra y luego de la turbina, y nuevamente con la política al medio y sus consecuentes escandaletes. La crisis monumental del 2001 hizo el resto para que el resultado actual de Caracoles terminado y Punta Negra casi a punto, resulte un milagro.
Por otro río, el Jáchal, corre otro dique no con menos dificultades y escándalo: Cuesta del Viento, que por su costo varias veces millonario y por encima de su precio razonable, más el hecho de haber aportado muy poco al parque hidroeléctrico nacional, puede ser llamado sin ruborizarse “el Yacyretá sanjuanino”.
La pendiente privilegiada del rio San Juan hizo que la presencia de tres diques no bloqueara a un cuarto proyecto: otra vez, el regreso de Tambolar. Parecen ahora no ser los diques primera prioridad periodística, única manera de explicar lo inexplicable: que el anuncio de desvío del río ahora mismo en enero para construir Tambolar y licitar a mediados de año haya pasado sin pena ni gloria en medio de tanta tensión de fin de año.
Pero así será. Si se concreta, será el primero aguas abajo, algo más chico que Caracoles y algo más grande que Punta Negra y Ullum. De todos ellos, ninguno está generando energía. Para eso habrá que rezar por otro milagro: que nieve fuerte en la cordillera.