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DEBATE
Van der Kooy: Sobre todo, misterio y desconcierto
20/01/2014

Sobre todo, misterio y desconcierto

Clarín. POR EDUARDO VAN DER KOOY

Daniel Scioli fue en los últimos días el portavoz más fiel de Cristina Fernández. No sólo porque habló, de verdad, con ella. Transmitió también su pensamiento en estas largas e inexplicables semanas –por la ausencia de información oficial– de silencio y encierro presidencial. Tal vez, el gobernador de Buenos Aires enterró su auténtica visión sobre las cosas e hizo propios los pareceres de la mandataria. No hay vacío de poder, el Gobierno es timoneado, indistintamente, desde El Calafate, Olivos o la Casa Rosada. Los que dicen o piensan diferente sólo apuntarían a provocar inestabilidad. El fantasma de la conspiración, siempre detrás de las palabras.

A Scioli, a diferencia de lo que suele ocurrirle a Jorge Capitanich o a Julio De Vido, lo llamó Cristina con la excusa de su cumpleaños. Y derramó una catarata de quejas y enojos por noticias que publican los medios de comunicación, que disparan los opositores e, incluso, ciertos dirigentes peronistas. El jefe de Gabinete, en cambio, acostumbra cumplir las directivas que le transmite Carlos Zannini, el secretario Legal y Técnico. Capitanich se habría sincerado hace poco delante de Julio Grondona. El mandamás de la AFA insinuó la posibilidad de visitar a Cristina.

“Entienda, es imposible en este momento”, recibió como respuesta. Pidió entonces un diálogo telefónico.

“Mire, hablar con ella es más difícil que con Luis XIV”, lo disuadió el jefe de ministros. Refirió al monarca absolutista de Francia durante seis décadas. De Vido se esmeró por exhibir a la Presidenta muy atenta a la crisis energética y a los problemas por los cortes de luz. Aseguró haber estado en contacto con la mandataria seis o siete veces por día. Es probable que todas esas veces –y aún más– haya probado llamarla. Pero que se sepa, lo habría atendido una sola vez.

Y para zamarrearlo.

Puede ser que Cristina, en efecto, esté detrás de cada paso que da su Gobierno. Resulta casi imposible imaginar lo contrario. Pero su nueva conducta pública permite fluir una intensa marea de rumores.

Políticos y personales.

Sus años de poder se caracterizaron siempre por una hiperpresencia.

Después de la enfermedad y de la doble derrota electoral pareció virar en una hiperausencia. Ese cambio merecería alguna explicación oficial. Como no ha existido hasta ahora, se genera un espacio desierto propicio para trascendidos y versiones. Es difícil aceptar que el kirchnerismo no advierta el fenómeno habiendo hecho simplemente del relato una formidable herramienta política durante diez años.

Esa percepción pertenece al sentido común. No, a ninguna intención aviesa y desestabilizadora. Varios intendentes del conurbano lo llenaron de preguntas, a propósito, a Capitanich. El jefe de Gabinete los gambeteó con sus habituales teoremas de lengua. Con idéntica preocupación, frente a interlocutores de rango similar, se topó Florencio Randazzo. El ministro de Interior y Transporte salió del paso con promesas de obras ferroviarias en varios distritos. La posibilidad de dinero y movimiento laboral siempre entretiene a los barones.

La expectativa y la incertidumbre en torno de la Presidenta pareciera consumir con voracidad el capital político inyectado luego de la derrota. Capitanich dejó de llamar la atención. O la llama apenas por sus pintorescos desbarros. Axel Kicillof, la otra novedad del pretendido nuevo tiempo, se hace fuerte hacia adentro del Gobierno. Pero la economía continúa desnortada.

Esa, se supone, sería su misión esencial como ministro del área.

El panorama despuntaría más desconcertante y desolador repasando el resto del equipo de ministros. Agustín Rossi se volcó a opinar del modelo económico y las hipotéticas conspiraciones porque, al parecer, la sombra del jefe del Ejército, César Milani, está envolviendo al Ministerio de Defensa. Héctor Timerman, el canciller que impulsó el oscuro pacto con Irán, asoma ocupado en sofocar una rebelión en Cancillería de personal desplazado o cesantado por razones políticas. Julio Alak, el ministro de Justicia, se ofrece como escudo para sostener a José Sbatella en la Unidad de Investigaciones Financieras (UIF). El funcionario debe ser revalidado en su puesto por el Senado donde la oposición lo objeta. Pesarían sobre él raros manejos en viejas operaciones que corresponden al empresario Lázaro Báez y la presunta ruta clandestina del dinero K. El instante de mayor notoriedad de María Cecilia Rodríguez, la flamante ministra de Seguridad, respondió a la supuesta historia de su hermano, Diego, con la reventa de entradas para el fútbol y la barra brava de River. Sergio Berni sigue manejando allí los hilos. Carlos Casamiquela, el titular de Agricultura, sufrió un eclipse mucho más veloz que el de Capitanich. El campo, desde la Mesa de Enlace hasta los pequeños productores, están de nuevo en pie de lucha.

¿Qué es de la vida pública de Carlos Tomada, el ministro de Trabajo; de Débora Giorgi, en Industria; de Alberto Sileoni, en Educación o de Juan Manzur, en Salud? Las enumeraciones e interrogantes podrían continuar.

Kicillof, mientras tanto, lo emula a Guillermo Moreno. No sólo por el grueso de la lógica económica que persiste. También por la acumulación de poder interior. Ocupó a pleno la Secretaría de Comercio aunque insiste con una versión morenista emprolijada del acuerdo de precios. No hay resultados alentadores ni un atisbo de freno a la inflación. La entidad que agrupa a los supermercados chinos, que participa sólo parcialmente de ese acuerdo, cerró el 2013 con una estadística aterradora. Según sus estudios, la canasta de alimentos que consumen las capas más humildes –que son asiduos clientes de esos comercios– se habría incrementado en el último año casi un 40%. Esa cifra podría explicar, mejor que cualquier tesis política, el comportamiento electoral de octubre, en especial en zonas periféricas de Buenos Aires.

El ministro de Economía ha comenzado además su desembarco en el INDEC, donde se impartió una orden: frenar designaciones y revisar centenares de contratos. Quedó con el control, directo o indirecto, de todas las empresas ligadas al sistema energético. Ahora le apunta a la AFIP y Ricardo Echegaray lo sabe.

El dilema para Kicillof está afuera del Gobierno. Nadie sabe todavía para qué le serviría aquel poder interno concentrado.

La descapitalización no se detiene.

Las reservas del Banco Central cayeron bien por debajo de los US$ 30 mil millones, el nivel que poseían en el 2006, antes de que asumiera Cristina.

En tres años se han perdido US$ 23 mil millones. El espejismo del amesetamiento de diciembre se rompió. En ese espejismo parecieron influir los dólares de la petrolera Chevron por el acuerdo en el yacimiento Vaca Muerta. Pero la demanda real de dólares nunca cedió.

Kicillof evita hablar del descenso de las reservas. Capitanich lo adjudicó a un problema estacional, como si se tratara del precio de los tomates.

El verdadero problema es la tendencia manifiesta del tiempo cristinista.

Más preocupado que Kicillof está Juan Carlos Fábrega. El titular del Banco Central supone que será imposible coagular la fuga de divisas si no se toman antes medidas estructurales contra la inflación. Menos emisión y gasto público por un lado. Un incremento en la tasa bancaria para evitar que los depósitos busquen resguardo en el dólar blue, que carece ya de un techo en su valor. Pero ninguna de las propuestas agradan al ministro de Economía.

Porque tampoco agradan a Cristina.

Kicillof experimenta con recetas de efectividad dudosa que, por otra parte, serían un timbre de alarma. Un canje de bonos que vencen a fin de este mes en manos de los bancos y la ANSeS por otro para el 2019 con una tasa de interés casi del 24% anual. No quiere que aquel pago pueda derramarse sobre la compra de dólares.

Aunque esa tasa leonina denunciaría desesperación.

Pretende dosificar las importaciones, pero se estrella contra otra amenaza: el enfriamiento de la actividad económica, que viene de golpe en golpe. Varias consultoras privadas que auguraron para el 2014 un crecimiento del 1,5% al 2% están revisando sus pronósticos. Si esta línea de comienzo de año se proyectara hasta el final, podría arribarse a una economía estancada.

Con crecimiento cero.

Ese constituiría el peor escenario para una economía inflacionaria (28,3% según las consultoras privadas; 10,9% de acuerdo al INDEC), en vísperas de las discusiones paritarias y ante una transición política, al parecer, dispuesta a anticipar sus tiempos. El peronismo, oficialista y opositor, se ha puesto en movimiento. El sindicalismo lo acompaña y va por su unificación pensando en el reacomodamiento para el 2015. La cumbre de mañana en Mar del Plata tendría más miga para los popes sindicales que para los potenciales candidatos del PJ, que al final no asistirían.

El no peronismo también se apresta. En esa geografía conviven demasiados generales y una puja indiscreta de los egos. Pero existe la optimista percepción de que la fatiga que provoca el kirchnerismo y la posible fragmentación del PJ ofrecería una oportunidad. Habría una señal, en ese aspecto, que no debiera pasarse por alto. La voluntad de Elisa Carrió de apartarse de cualquier puja presidencial y ceder el mayor protagonismo de UNEN a Pino Solanas. Además de su bendición a los contactos con socialistas y radicales.

Ese será el nuevo país económico y político que encontrará Cristina el día que resuelva regresar. Muy distinto al que había imaginado antes de la derrota. Distinto también al que dejó cuando su enfermedad la indujo a recluirse.


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