El economista Miguel Bein acuñó la idea de que el Gobierno está ensayando un esquema de dos inflaciones.
Una, la que terminó el 31 de diciembre es la que se endilga al ex secretario de Comercio Guillermo Moreno en la cual, al haber fracasado los intentos de congelamiento, desembocó en diciembre en una suba vertiginosa de precios, muy visible en los alimentos. Eso ocurrió a partir de la decisión oficial de permitir que las empresas hiciesen un “colchón” de precios para entrar en enero en el lista de precios administrados que se venía.
Dentro de la “inflación vieja” jugó un rol destacado el anuncio del ministro Axel Kicillof de que, a partir de enero, tenían pensado implementar un acuerdo de precios quietos por 90 días con supermercadistas y productores.
Bastó ese adelanto del ministro para entonar los precios de la canasta, al ritmo de una aceleración de la devaluación del peso. En enero esos precios llegaron a un nivel alto a partir de la apuesta oficial de que después de haber subido -y responsabilizar a Moreno por la mala política-, esos valores podían entrar en una zona de calma en la “inflación nueva” que, además, comenzaría a medirse con un flamante índice de precios.
Las subas fueron fogoneadas desde el propio Gobierno al acelerar el ritmo de aumento del dólar oficial.
Lejos quedaron los tiempos cuando el dólar oficial era el patito feo y muy retrasado del esquema cambiario: ahora los economistas lo calculan en $ 6,92 para fin de este mes y bien por encima de $ 7,15 para fines de febrero.
La aceleración de la suba del dólar oficial formó el núcleo central del esquema de engordar los precios de la inflación “vieja” para que la “nueva” naciese con menos presiones.
Desde ya que el esquema tiene riesgos y límites.
Entre los riesgos evidentes del golpe cambiario es que se dio junto a un fuerte aumento de la emisión monetaria para cubrir el déficit del Tesoro.
El año pasado el Banco Central vivió una realidad dual claramente diferenciada.
Por un lado, como tuvo que vender US$ 5.000 millones para pagar deuda, importaciones, turismo, etc., emitió muchos menos billetes por motivos externos (sólo basta recordar que las reservas cayeron US$ 12.700 millones).
Pero, por el otro, crecieron 44% los adelantos transitorios (emisión) del Central. Y en 2013 aumentó 70% la asistencia de pesos al Tesoro.
Con ese cóctel, la inflación “vieja” tuvo combustible para crecer y encontrarse, incluso, con subas en las naftas y de hasta de 66% en la tarifa de transportes en la Capital y el GBA.
La “inflación nueva” es un intento que se engarza con el nuevo índice de precios a nivel nacional que, entre otras particularidades, tendría la de licuar el peso de los aumentos de las tarifas públicas en la inflación.
El informe de Bein y Asociados explica el tema de la siguiente manera: en la base el anterior Indice de Precios al Consumidor “los servicios públicos (Transporte, Energía y Agua) representaban el 8,6% de la canasta total. Esa ponderación actualizada a hoy asciende a sólo el 2%, de los cuales Transporte representa 1,5% y Energía, sólo 0,5%. Es decir, que cada 100% de aumento promedio de las tarifas el impacto directo sobre la inflación minorista asciende a sólo 2%”.
Así, podría suponerse que el 66% de suba de los colectivos podría haberse dado ahora no sólo porque al Gobierno le resulta insostenible el nivel de subsidiosque debe pagar sino también, porque supone que tiene un impacto inflacionario menor.
Desde ya, que el cálculo teórico no evitará el golpe al bolsillo de la gente, que con alimentos, transporte y la actualización constante de los servicios privados (peluquerías, garajes, prepagas, etc.) tiene bastante.
El otro elemento de la inflación “nueva” es que, a partir del mes que viene, o el Central modera la suba del dólar oficial o sube la tasa de interés en forma sensible o se arriesga a que ningún exportador le liquide un dólar.
La táctica de Juan Carlos Fábrega desde el Central aparece transparente: subir rápido el dólar a $ 7,50 para que a partir de marzo, cuando aparezcan los dólares del maíz y después los de la soja, los exportadores tengan incentivos concretos para liquidarlos.
Pero devaluando al 5% mensual y con tasas de interés del 20% anual inferiores a la inflación y al ritmo de devaluación, será muy difícil que los exportadores se sientan tentados a desprenderse de las divisas.
La inflación “nueva” y el Banco Central demandarían bajar el ritmo de devaluación del peso y que suban un poco las tasas de interés para ayudar a que lleguen más divisas. También, para que se aleje la sensación de debilidad del Gobierno en materia cambiaria.
Si bien no hubo información oficial, la búsqueda de dólares no habría estado ausente de las reuniones de ayer en Olivos de la Presidenta, Kicillof, y los titulares de la ANSeS e YPF, Diego Bossio y Miguel Galuccio.
Ya trascendió que Bossio estuvo negociando con Goldman, uno de los principales bancos de inversión de los EE.UU., la posibilidad de colocar bonos argentinos en garantía a cambio de US$ 2.000 millones para fortalecer las reservas del Banco Central.
Kicillof impulsa volver a los préstamos de los bancos centrales de Francia y Brasil, también destinados a robustecer las reservas.
Mientras tanto, su equipo avanza en el posible retorno a las revisiones anuales del Fondo Monetario Internacional como medio para empezar a dar vuelta el defaultde US$ 9.000 millones de la Argentina con el Club de París.
Hoy parece bastante claro que con los dólares del campo no alcanza para mantener las reservas del Central y crear condiciones para crecer.
Hace un año, los economistas pronosticaban que en 2013 el Central terminaría con las mismas reservas que al comienzo.
Y la apuesta era a que una mayor cosecha de soja y la recuperación de Brasil actuarían como motores del crecimiento argentino.
El campo y la economía brasileña hicieron lo suyo, pero el atraso cambiario y la desconfianza determinaron que del Central saliesen nada menos que 12.700 millones de dólares en el año.
Este 2014, la cosecha volvería a jugar a favor, a pesar que los precios internacionales de los granos son un poco menores.
Pero Brasil restaría en vez de sumar y el consumo sentiría una baja si, como busca el Gobierno, los salarios suben pero por debajo de la inflación.
En este contexto, cuidar que las reservas del Banco Central no caigan ya constituye una tarea titánica.