Cristina Fernández parece decidida en este tiempo de distancia con el poder a dibujar dos caras distintas de su propio Gobierno. Nadie podría desmentir que desde el 20 de noviembre, cuando realizó los cambios en el Gabinete, con la despedida de Guillermo Moreno, ha iniciado un desmañado ajuste de su modelo económico.
Aumentos de combustibles, de tarifas, creciente ritmo devaluatorio. En eso anda, en especial, Jorge Capitanich, el jefe de Gabinete. Con menos protagonismo lo acompaña el ministro de Economía, Axel Kicillof. Ricardo Echegaray hace su parte tratando de conseguir dinero, con la presión impositiva, que la administración kirchnerista despilfarrapor demasiados lados.
La Presidenta se reservaría otro papel en cada una de las que seríanapariciones esporádicas hasta que su salud le permita retomar tareas con plenitud. Se informó que reaparecería hoy, en un acto en la Casa Rosada, para dar buenas noticias que tendrían el marco de los aplausos y la euforia. Anunciaría una actualización de la Asignación Universal por Hijo –entre varias cosas– que la inflación galopante se encargó de devaluar desde hace rato. Pero esa ceremonia sería encabezada al final por Alicia Kirchner, en el Ministerio de Desarrollo Social.
Sin la concurrencia presidencial. Muchos intendentes del conurbano y gobernadores sostienen que la devaluación que sufrió la AUH fue una razón, de tantas, de la derrota de octubre.
Desde hace tiempo, en especial a partir de su enfermedad, la vida pública de Cristina pareció mutar en un misterio. Siempre prevaleció esa tendencia en la década K. Ahora podría dividirse en dos etapas. La comunicación del poder fluyó en dosis adecuadas durante la crisis de salud de la Presidenta. Duró hasta que hizo su primera aparición por TV –con un video casero, confeccionado por su hija Florencia, junto al perro bolivariano Simón y el pingüino de peluche– y realizó modificaciones en su equipo de ministros. Después regresó l a introversión, la incertidumbre y las contradicciones en la dirección del Gobierno. Las idas y vueltas de Capitanich, Echegaray y Kicillof sobre los supuestos cambios impositivos en la aplicación de los Bienes Personales –que la agencia oficial Télam calificó de versiones periodísticas–, parecieron marcar en las últimas horas el punto más alto del desconcierto en la gestión. Ayudaron las dudas que se sembraron sobre el acto de Cristina, que encabezaría su cuñada.
Se preveía que el anuncio sobre la AUH fuera envuelto con un mensaje de los buenos tiempos del relato K, en los cuales siempre se aludió a supuestas épicas y conquistas. Ese sería, a juicio de muchos cristinistas, el déficit político que exhibiría ahora el Gobierno. A la oratoria de Cristina, muchas veces errática y banal, no habría nadie en condiciones de empardarla. Capitanich pertenece a otro universo. Se cargó en sus hombros la responsabilidad de comunicar diariamente acerca de las decisiones oficiales. Pero es un funcionario de lenguaje alambicado y técnico, en exceso.
Sin una pizca del encanto que necesita y demanda la alicaída militancia.
“No sé si le hablaba de esa forma a los chaqueños”, se preguntó, como un enigma, un funcionario de la segunda línea del Gobierno. El jefe de Gabinete, a partir del 2007, ganó dos veces de modo consecutivo los comicios provinciales. Su segundo tramo quedó trunco por el salto a la Casa Rosada.
Si no es la de Capitanich, las voces oficiales suelen escasear. Hay varios ministros sobre los cuales se ignora desde hace mucho su paradero. Los que asoman cada tanto (Echegaray y Julio De Vido) provocan contradicciones o acicatean peleas palaciegas. El titular de la AFIP, amén del escándalo que protagonizó por su viaje de fin de año a Río de Janeiro, pulseó en público con el jefe de Gabinete por los cambios de los Bienes Personales. De Vido se tomó revancha contra Kicillof por la crisis energética. Ocupó el centro de la escena, embistió contra Edenor y Edesur, donde el ministro de Economía posee indisimulada injerencia, culpó a los usuarios y a los medios de comunicación. Al ministro de Planificación ya no le interesan los costos personales. Simplemente porque no está en condiciones de saldarlos.
El descrédito es su único capital.
Aguarda con ansiedad el paso rápido de la transición para retirarse a su casa. Si es que tiene suerte y protección.
La carrera de Kicillof, en cambio, comenzó hace relativamente poco. Tiene cerca de 20 años menos de edad que De Vido. Se siente poseedor de un bagaje intelectual muy superior al del arquitecto.
Pero tampoco atraviesa una época de auge.
La crisis energética, durante la cual permaneció en las sombras, no fue su problema excluyente. El CEO de YPF, Miguel Galuccio, le ha empequeñecido además su papel en la petrolera estatal. Se encargó, de manera personal, de las negociaciones con España para resarcir con una indemnización a Repsol. Kicillof debió avalarlas condeclaraciones opuestas a las que con fervor casi revolucionario había hecho en abril del 2012, cuando desplazó de prepo a los gerentes españoles de las oficinas de Puerto Madero.
Cristina terminó por tenderle una mano al joven ministro. Kicillof dejó patas arriba a Capitanich y a Echegaray que habían instalado una ardiente discusión pública –más allá de las afirmaciones en contrario del jefe de Gabinete– sobre los cambios en Bienes Personales. Fue elportavoz presidencial que descartó cualquier modificación en ese tributo.
Cristina pareció ayudarse, de paso, a sí misma. Ahuyentó del horizonte un conflicto que hubiera podido empañar su próxima presentación. Por acción u omisión. Cuesta creer, de todas formas, que Capitanich y Echegaray se hayan metido en esa cuestión, que derivó en un controvertido debate, sin contar con la anuencia de Cristina o, al menos, alguna señal de Carlos Zannini, el secretario Legal y Técnico. Los funcionarios hasta se animaron a hablar del envío de un proyecto al Congreso, lo que provocó la reacción estival opositora. Es cierto que Cristina estuvo recluida desde el 20 de diciembre en El Calafate.
Que la llegada a su voz en el teléfono no resultó sencilla.
Pero el propio jefe de Gabinete relativizó los comentarios sobre esa ausencia y sostuvo que Cristina tomó decisiones todo el tiempo de su estancia en el Sur.
Algunas pistas indicarían que Capitanich, en ese terreno, no ha faltado a la verdad. Ninguna de las novedades económicas de las últimas semanas fueron ajenas a la Presidenta. Ni siquiera el 66% de aumento en el boleto de los colectivos. Menos todavía la rueda de prensa de Echegaray, el viernes pasado, para intentar explicar su periplo y los incidentes con periodistas en Río de Janeiro. Ese acto lo hizo por unaindicación expresa de Zannini.
La realidad estaría denunciando, sin embargo, la existencia de algúnimportante desacople entre Cristina y el elenco de su Gobierno que lleva adelante las acciones. Podría tratarse de un desacople, en ese caso remediable, o quizás de un desorientación generalizada ante las crecientes dificultades.
Eso está aún por verse.
Fue mucho más que una comedia de enredos, aunque tuvo un final a tono con una comedia de enredos: “Hablé con la Presidenta y no hay ninguna medida de bienes personales en curso”, afirmó ayer por la tarde el ministro de Economía, Axel Kicillof. Y más aún, dijo que “la Presidenta descartó definitivamente un aumento de bienes personales”.
En las propias palabras de Kicillof hay algo que ya mete ruido: ¿cómo puede ser descartada definitivamente una medida que no estaba en curso?
Lo más serio no fueron la trama y el desenlace de la historia, ni siquiera la posibilidad de que a Cristina Kirchner la hubiese alarmado el titular de algún diario, sino lo que la historia misma deja al descubierto. Esto es, un grupo de funcionarios de primera líneadesconectados y sin una conducción clara.
La secuencia había arrancado el viernes, cuando el director de la AFIP anticipó que habría cambios en el impuesto a los bienes personales. Siguió en la mañana de este lunes: sin cuidado por la redundancia, Jorge Capitanich sostuvo que eso “no está determinado con respecto a su versión final y definitiva”. Sonaba a desmentida, sólo que unas pocas horas después Ricardo Echegaray avanzó por su propio carril: explicó que el impuesto sería calculado por el precio de mercado de las propiedades y no por la tasación fiscal o el valor de las escrituras.
Ya había bastante, pero no suficiente. Ayer, el jefe de Gabinete pegó otra voltereta y afirmó que el proyecto sería enviado a sesiones extraordinarias del Congreso. El remate llegó al rato, cuando por una radio Kicillof habló de una conversación con la Presidenta y tiró abajo el tinglado entero.
Se supone que fue una conversación personal, pero ¿por qué si Cristina Kirchner quería dar instrucciones no se las dió a quien correspondía, a Capitanich? Casi de sentido común, quedaba además la alternativa de dibujar alguna salida que no la dejara mal parada a ella y a sus funcionarios.
Es demasiado permitir que un ministro desmienta a su jefe, aunque así han funcionado y funcionan las cosas en el Gobierno. Hijos de ese estilo habían sido antes el disloque en las jerarquías y las internas sin limite que protagonizaron Moreno, Lorenzino, Marcó del Pont, Kicillof y Echegaray.
Echegaray se enteró de la desmentida en su despacho de Hipólito Yrigoyen al 300, a metros de la Casa Rosada y por el flash de un canal de tevé. Muy probablemente otro tanto le ocurrió a Capitanich.
Ese es el sistema de comunicación y de mandos que prevalece en la cima del poder.
Desautorización tras desautorización, todo pareció darles la razón a quienes sostuvieron que la prolongada ausencia de la Presidenta creaba un vacío de poder. Y tiró al tacho de un solo golpe el relato, forzado y acomodado a la circunstancia, del jefe de Gabinete en el sentido de que Cristina podía “gobernar en la Casa Rosada, en Olivos o desde El Calafate, porque está en el territorio de la República Argentina”. El remate fue decir que ella siempre estaba tomando decisiones.
Cuesta encontrar dónde encaja eso de gobernar y tomar decisiones todo el tiempo, mientras aquí pasaba lo que estaba pasando.
Según cuentan en la AFIP, la reforma del impuesto a la riqueza ya había sido analizada con Kicillof hacia fines de 2012, cuando Kicillof todavía no era ministro. La idea era incorporarla al proyecto anti evasión III que iba a ser enviado al Congreso, pero prevaleció la decision política de postergar el paquete para no colarlo en medio de la puja electoral.
Dicen más: “Kicillof y su equipo estaban al tanto del plan, así que no puede hacerse el desentendido”. Afirman, incluso, que desde diciembre pasado el propio Capitanich conocía el asunto.
La Presidenta sabe mejor que nadie los motivos de semejante giro. Y lo pegó justo cuando en la AFIP empezaban a darle las últimas puntadas al proyecto que, según Capitanich, el Poder Ejecutivo tenía previsto mandar a sesiones extraordinarias del Congreso.
Por lo que trascendió, la medida no iba a ser tan draconiana como parecía al principio. El piso a partir del cual se pagaría el impuesto sería lo suficientemente elevado como para dejar afuera viviendas únicas de tres ambientes: se hablaba de ponerlo en un millón y medio de pesos.
Cada cual declararía el valor de su casa, y se apelaría al precio de mercado cuando la tasación luciera muy baja. Otra idea consistía excluir expresamente a propiedades de los jubilados.
Eso sí, aumentaría considerablemente el número de contribuyentes alcanzados por el gravamen y unos cuantos pagarían bastante más que ahora. Y los datos serían cruzados con otros ingresos declarados o detectados, para evitar maniobras de evasión.
Todo inútil, del principio al final. Mucho menos inútil fue el precio que pagó el Gobierno por el zafarrancho que armó. Allí hay, al menos, una explicación para las cosas que pasan y por qué pasan.