Esta mañana un integrante del Estudio discutía con un taxista con motivo de los cortes de luz y de la crisis energética. El conductor cargaba las tintas sobre las empresas distribuidoras y su responsabilidad de invertir, mientras su interlocutor hacía énfasis en las distorsiones acumuladas en todos estos años. La sabiduría popular fue refractaria a la argumentación técnica hasta que el pasajero sacó la factura de gas que acababa de pagar: 16 pesos el bimestre por un servicio que involucra las etapas de producción, transporte y distribución. El taxímetro del viaje ya acumulaba por comparación un valor de 66 pesos.Cedió el taxista: era imposible explicar semejante distorsión de precios relativos.
El tropezón populista se ha repetido muchas veces en la historia argentina de las últimas décadas, pero volvemos a chocar con la misma piedra. El 4 de junio de 1975, el entonces flamante Ministro de Economía del Gobierno de Isabel Perón, anunció un plan drástico para corregir las distorsiones de los precios relativos acumulados en las gestiones que lo precedieron. Rodrigo quería adelantar los precios a los salarios para luego estabilizar. El paquete consistió en devaluar el peso ley llevándolo de 10 a 26 en lo que hacía al dólar comercial; el dólar financiero pasó de 15 a 30 pesos ley, y se creó un nuevo tipo de cambio turístico, en 45 pesos. Ya Gómez Morales, en marzo del 75, había llevado el cambio comercial de 5 a 10 pesos, y el financiero de 10 a 15. Las tarifas eléctricas subieron de 50 a 75%. La nafta súper, 172%; y la común, 181%. Los servicios públicos y el transporte subieron en promedio un 100%. ¿Y los salarios? Allí vino el problema. La idea de Celestino Rodrigo era actualizar los salarios por debajo de los otros precios relativos para reducir gasto público y devolver competitividad al sector productivo. Pero la puja distributiva ya estaba fuera de control y no había margen para nuevos acuerdos corporativos. La CGT reaccionó con un paro de 48 horas, y Rodrigo hizo por TV una dramática apelación al país para que aceptara su plan, sin efecto. El 21 de julio renunció, dos días después que López Rega, su principal sostén, huyera del país. La presión sindical logró que se acordara una recomposición salarial que en promedio alcanzó un 180%, pero la explosión inflacionaria se llevó todo puesto. A partir de allí la puja precios-salarios inició una nefasta carrera con explosiones cíclicas y fallidos intentos estabilizadores.
La administración actual, reincidente en las políticas populistas, volvió a entrampar precios claves de la economía buscando réditos electorales de corto plazo. Los precios y las tarifas de los servicios públicos y de la energía fueron los primeros en quedar rezagados respecto a la suba de los otros precios y de los salarios. Le siguió el precio del dólar oficial que se retrasó para contener la escalada de precios exacerbada por el gasto público. Entre los precios cautivos también hay distorsiones con hijos y entenados. Por ejemplo, entre los precios de la canasta energética, los de los combustibles (nafta, gasoil) casi se han ajustado a sus referencias internacionales. Como siguen al dólar oficial, si este aumenta su ritmo de devaluación, también aumenta el ritmo de ajuste de los combustibles (es la causa principal de la reciente suba). En cambio, los precios y las tarifas del gas y la electricidad se siguen atrasando. Para alcanzar valores regionales hay que multiplicar por 4 las primeras y por 3 las segundas. Si a la tarifa de transporte ferroviario de 1.20 pesos, se le adiciona el monto del subsidio de 22.29 pesos por pasajero transportado, llegamos a un valor de boleto sin subsidio de 23.49 pesos, un 1858% de diferencia. En algunos casos, las distorsiones son peores que las precedieron el Rodrigazo.
Con el final conocido de aquella película, el Gobierno intenta operar ahora con algunos ajustes en cámara lenta(ritmo devaluatorio del dólar oficial, aumento del boleto del colectivo, combustibles, etc.) a la espera de que las demandas salariales, que ya tienen el precedente de los aumentos policiales, no detonen una explosión inflacionaria. Final abierto, porque el nivel de las distorsiones acumuladas puede volver incontrolable la velocidad de la película.