Ningún general mexicano podía resistir un cañonazo de 50.000 pesos.
General Álvaro Obregón, citado por Carlos Fuentes en El espejo enterrado Qué pasaría si de golpe se multiplica el ingreso de dólares a nuestro país, sin que ese aumento resulte del trabajo, sino de una gracia divina?
Imaginemos la foto de ese momento, que podría ser el año 2021: El dólar perdió valor. Así como en 2013 –a falta de dólares– la divisa no dejaba de aumentar, ahora el exceso hace que su precio baje en forma geométrica.
Con tantos dólares, no se necesitan cepos ni restricciones a la importación.
Con un dólar tan depreciado, nuestras industrias y nuestras economías regionales no pueden exportar, y tampoco se sostienen en el mercado interno porque los productos del exterior son más baratos. Incluso, parte de la agricultura pampeana dejó de producir.
Mucha gente quedó en la calle, sin empleo.
Los dólares que llegaron por gracia divina son apropiados mayormente por el Estado; después de todo, su responsabilidad es administrar y repartir la nueva opulencia. El Estado se vuelve el lugar más codiciado del país. Nada mejor que ser político o funcionario público.
La corrupción llega a niveles superiores a la de los tiempos de Menem y Kirchner. El Poder Judicial adicto sirve para que todo quede “en casa”. Más jueces muestran anillos cada vez más grandes.
Los empresarios amigos de los políticos saben invertir. No tiene sentido desarrollar actividades intensivas en mano de obra, porque el salario formal –medido en dólares– es altísimo y habiendo tantas divisas, más vale invertir en refinerías, petroquímica u otras industrias que requieren grandes inversiones y poca mano de obra. Por otra parte, no hay muchas personas en condiciones: son pocos los trabajadores que entienden un manual de procedimientos.
Los chicos que fueron evaluados en las pruebas PISA de 2012 ahora son adultos que no sirven para trabajar en una industria moderna.
Para sostener la fidelidad política de los gobernadores provinciales, el Poder Ejecutivo Nacional “administra” los fondos según su genuflexión. Los aplaudidores “saben” que esa es la forma para tener su cuota. Y no pueden hacer otra cosa porque el colapso de las economías regionales los priva de recursos locales para sostener al Estado provincial.
No todas las provincias reciben el maná del cielo de la misma forma. Neuquén, por ejemplo, tiene más dólares. Como la desaparecida industria vitivinícola mendocina dejó en la calle a miles de trabajadores, esas personas migran a Neuquén donde se emplean en una diversidad de negocios que tienen un objeto: venderles bienes importados y servicios nacionales a los nuevos ricos.
Esos nuevos ricos consumen de todo, desde autos caros hasta drogas, y el narcotráfico tomó ese mercado con productos refinados, tanto como atiende a los excluidos con el paco.
Ahora toda la Argentina tiene la tasa de homicidios que en 2013 tenía Rosario. Los carteles de la droga están definitivamente instalados en el país y están vinculados al sistema político, a la policía y al Poder Judicial.
Algunos jueces honestos fueron asesinados.
Los gobernadores provinciales no pueden dejar que la gente se quede sin empleo, y si son debidamente genuflexos tienen dinero para contratar a miles de nuevos empleados públicos. Aunque no siempre esas personas tengan algo que hacer. Con plantas de personal ampliadas las provincias no pueden invertir en infraestructura, salvo en aquellas obras que sirven para que miembros del Poder Ejecutivo Nacional las inauguren para la televisión.
El recurso del empleo público no alcanza y el 30% de pobres y excluidos que había en el 2013 se convirtió en 45%.
Ese aumento no se debe solamente a la pérdida de empleos privados formales, también se debe al deterioro de la educación durante la gestión Kirchner. Respecto del 2013, se triplicaron los planes sociales. El 10% más rico vive en medio de una opulencia obscena.
Si en el año 2014 hubiésemos creado un grupo de políticos, intelectuales, empresarios, filósofos, religiosos, economistas, abogados y educadores para elaborar principios éticos, instituciones y políticas para administrar la nueva riqueza, no estaríamos en esta pesadilla. En ese momento podíamos optar entre ser Noruega o Nigeria. Al no hacer nada elegimos ser Nigeria.
En la Argentina pocos políticos podían resistir un cañonazo de miles de millones de dólares provenientes del shale oil y del shale gas.