El agua es la cuestión estratégica más importante del siglo XXI. Sin agua no hay vida. En la Argentina, a pesar de algunos esfuerzos aislados, no se ha evidenciado en los últimos cincuenta años, como mínimo, una política de largo alcance sobre el agua. Mientras heredamos una división del país geográfico-político fruto de las guerras civiles del siglo XIX, la cuestión de las cuencas hídricas como ordenador territorial aparece como ausente sin aviso en la vida nacional, salvo una que otra excepción.
La polarización entre el derroche y la falta de agua a nivel nacional va de la mano de la permanente destrucción de humedales, generando frecuentes inundaciones en zonas donde antes ello no sucedía.
Así como se han deforestado 6.500.000 hectáreas para siembra generando serios y profundos problemas climáticos, de igual forma se ha construido en las ciudades en lugares no aptos surgiendo así gravísimos problemas de inundaciones. Más aún: en determinados lugares de distintas ciudades del país se está construyendo sin tener presente que el sector hidráulico de aguas-cloacas está al borde del colapso.
Esto se encuentra acompañado de una dinámica donde la gran mayoría de los ríos importantes del país son simplemente vertederos de basura y de detritus.
Ahí siguen sin que nada esencial cambie los ríos Salí o el Riachuelo y sus fétidas aguas.
Mientras que los ríos que desembocan en nuestro mar lo contaminan de una forma que hoy adquiere ribetes alarmantes, especialmente en la costa bonaerense.
El arsénico sigue señoreando en buenas partes del país, mientras que cada vez más, la agricultura actual basada en el consumo de agrotóxicos complementarios de cultivos transgénicos inunda las napas terrestres con su veneno. Se habla del cambio climático pero no se hace nada en concreto para prevenir sus efectos.
El país corre detrás de cada catástrofe con una improvisación detrás de otra sin tener una estrategia definida ni personal capacitado.
Es necesario pensar el agua en función de nuestra población y mirando hacia el futuro, en función de su disponibilidad y resguardo.
Es evidente que la alimentación y salud de la población dependen de un buen uso del recurso agua.
No solo el de nuestra plataforma continental sino también la de la oceánica, clave para nuestro clima terrestre. La alimentación mundial dependerá cada vez más de los océanos mientras que muchos países ante la falta de agua adquieren tierras en terceros países para traer de allí alimentos.
Estos se transforman así en proveedores de agua concentrados en los alimentos. Se deben generar los estudios y debates pertinentes para crear conciencia, no sólo en el ámbito académico sino especialmente entre el público sobre el uso del agua para generar una Cultura Integral del Agua entre nuestra población.
