Pocas veces recibí tantos comentarios por la sencilla pregunta que presenté el jueves pasado: si la Presidenta es, o se hace. Condicionadas por interpretaciones de Cristina Fernández en las que parece negar la realidad y definiciones como las de Nelson Castro en las que se alude a la supuesta inestabilidad emocional de la Jefa de Estado, las reacciones en las redes sociales se dividieron en dos, y ambos casos fueron extremas.
Unos consideran, sin ningún argumento que los respalde, que Cristina está loca. Y los otros creen detectar, en la mera formulación de la pregunta, un solapado intento de destitución bajo la falsa acusación de insania. La verdad, como siempre, parece ubicarse entre un margen y el otro. Si se comparan las declaraciones de Cristina Fernández con los datos duros, la mejor definición que le cabe a la Presidenta es la de una mujer muy proclive a la negación. No hay manera de entender la paliza electoral del domingo 11 de agosto pasado como una victoria aunque el partido oficial haya ganado en la Antártida.
No hay forma de comparar a la Argentina con Australia y con Canadá y hacer creer a ningún ser humano que en nuestro país estamos mejor o se vive mejor. Y hay que tener por lo menos una visión muy sesgada para concluir que los 5 millones y medios de votos que perdió el Frente para la Victoria sobre los que obtuvo en octubre de 2011 tienen una sola explicación: el repiqueteo ‘hostil’ de los periodistas y los medios críticos contra el infalible ‘gobierno nacional y popular’. Hasta uno de los seguidores más fieles de Ella y que menos votos perdió, el intendente de la Matanza, Fernando Espinosa, aportó una dosis de sentido común cuando reconoció que, en su (enorme) distrito, el principal reclamo es el de seguridad. Y eso no tiene nada que ver con los medios. Cristina empezó a perder votos cuando autorizó, de hecho y sin anuncios previos, el cepo cambiario. Siguió perdiendo voluntades cuando lo mandó a decir al ex secretario de Transporte, Juan Pablo Schiavi, que la tragedia/masacre de Once no hubiera tenido tantos muertos si se hubiese producido un día feriado. Continuó en picada al bendecir una política económica que impulsó el consumo de electrodomésticos y autos de alta gama pero determinó una fuerte pérdida del poder adquisitivo del salario frente a la inflación. Además, la presidenta fue puesta en evidencia cuando Hugo Moyano, antes que nadie, alzó su grito en el cielo para demostrar lo escandaloso que es fijar un impuesto a ‘las ganancias’ de jubilados y asalariados que perciben unos pocos miles de pesos. Es probable que el golpe de gracia se lo hayan dado las denuncias de corrupción que presentó, a partir de abrir de 2012, el programa de Jorge Lanata. Sin embargo, sobre este punto, hay que incorporar dos lecturas. Una: muchas de esas denuncias ya habían sido publicadas, antes, por el propio Lanata en distintos medios, la revista Noticias, el periódico Perfil y algunos libros de investigación periodística. Y dos: está probado que la mayoría de la sociedad se indigna más con los escándalos de corrupción cuando siente que la plata no le alcanza y que suele ‘perdonarlos’ o ‘justificarlos’ cuando percibe que su futuro económico será mejor.
Que la negación es una de las principales características psicológicas de la Presidenta pero también políticas de este gobierno tampoco es ninguna novedad. Fue estrenada, con bombos y platillos, en las postrimerías de la gestión presidencial de Néstor Kirchner, cuando se decidió manipular nada menos que los números oficiales del Indice de Estadísticas y Censos. Fue aumentada y multiplicada, cuando El y Ella decidieron que los medios y los periodistas críticos eran títeres y engranajes de las corporaciones y que los productores del campo argentino eran la nueva oligarquía terrateniente. Y la negación fue consagrada definitivamente al proclamar que el Estado no tenía responsabilidad en el desastre de Once y que el vicepresidente Amado Boudou no era un funcionario deshonesto sino el blanco de un ataque de Héctor Magnetto al hombre que había sido capaz de recuperar la soberanía al devolver los fondos de la jubilación privada al Estado Nacional. El problema es que, a partir de la victoria de 2011, el estilo negacionista se le sumó un aislamiento cada vez más notable. Es decir, la idea de que la Presidente y su gobierno nunca se equivocaban y que la enorme cantidad de votos no hacía más que probarlo se hizo carne en Ella y en los tres o cuatro incondicionales que la rodean. Entre ellos, el secretario Legal y Técnico, Carlos Zannini, el supersecretario y ministro de Economía virtual, Guillermo Moreno y el jefe de gabinete Juan Manuel Abal Medina, cuya función primordial y casi exclusiva parece consistir en complacer cada deseo de Cristina Fernández, y llevarle ningún problema y, en especial, no contradecirla. Así de sola está Cristina con el país y con su alma. A la pregunta cantada de cómo serán los casi dos años y medio de mandato que le quedan no se la puede responder de manera taxativa. Ella, junto a El, ha demostrado que es capaz de revertir un resultado electoral sin llegar al suicidio político. Es verdad que Kirchner ya no está y que los pronósticos sobre la economía nacional son más pesimistas que optimistas. Pero también es cierto que tampoco cuenta con un gran margen político amplio para ensayar la salida heroica con el argumento de que las corporaciones no la dejan terminar de gobernar. En cualquiera de los casos, hay más de un centenar de dirigentes peronistas que no le van a dejar perpetrar ninguna locura. Ni a Sergio Massa ni a Daniel Scioli, ni a José Manuel de la Sota, por nombrar solo a tres de los aspirantes a sucederla, le conviene que Cristina termine sus días de presidenta boqueando, como le sucedió, por ejemplo, a Raúl Alfonsín. Ese escenario apocalíptico afectaría no solo a la propia jefa de Estado, sino a todo el establishment del Partido Justicialista. Por otra parte, ni la Argentina de ahora es la de diciembre de 2001 ni la región está sufriendo como sufrió a principios de siglo. Al contrario: parecería que los inversores globales solo están esperando a que Cristina termine su mandato para empezar a apostar al único país emergente que excluyeron de su carpeta de apuestas.
Desde que se celebraron las primarias, Cristina Kirchner ha intentado reformular su campaña. El empeño parece, al menos por ahora, poco promisorio. Hasta Daniel Scioli, resignado portaestandarte del kirchnerismo, lo admitió al decir que "hay que tratar de que el Gobierno termine de la mejor forma posible". Frente a esa hipótesis pesimista, la Presidenta busca un blindaje judicial que la ponga a salvo de una crisis.
El proselitismo de la Casa Rosada sigue mostrando las deficiencias que le reprochan sus propios seguidores. No sólo, como explicó Mario Ishii, carece de un comando unificado. Ni siquiera la publicidad fue corregida. No hace falta ser experto para advertir que "Elegir seguir haciendo" es un eslogan pésimo. Gramática I: jamás tres verbos juntos.
El Frente para la Victoria desaprovecha recursos humanos. Después de sumar a Scioli, lo licuó con aquello que él, se supone, venía a mejorar. El naranja que invadía toda la provincia fue sustituido por el blanco, azul y negro. Scioli es un peón más de la reina. Igual que Martín Insaurralde.
Tampoco mejoró la selección del adversario. Aunque alienta las campañas de Francisco de Narváez, Margarita Stolbizer y Ricardo Alfonsín, la señora de Kirchner no puede abandonar su obsesión por Sergio Massa. Los que no la quieren saben gracias a ella cuál es el verdugo más eficaz. En vano Jaime Durán Barba, su desinteresado asesor cada vez que Mauricio Macri no compite, le sugirió en una entrevista con Perfil que elija el amor en vez del odio. Es decir que presente a Massa como un candidato oficialista, "rodeado de aplaudidores". La recomendación sólo consiguió inquietar a Jorge Macri, que en cualquier momento se hará llamar Jorge Massa.
Si estas continuidades empeoran el panorama, las innovaciones narrativas de la Presidenta no prometen nada nuevo. La más llamativa es la comparación de la Argentina con Canadá y Australia. Para comprender por qué esta propuesta es relevante hay que olvidar que se trata de una fabulación y prestar atención a su lógica. Cristina Kirchner ya no hace la apología de sí misma cotejando el presente con la catástrofe del año 2001. Su nueva referencia es la situación actual de otros países. Horacio González diría que pasó del eje diacrónico al corte sincrónico. La defensa del Gobierno se debilita por una razón sencilla: casi todos los votantes tienen memoria del año 2001. Pero muy pocos tienen experiencia de cómo se vive en Australia o Canadá. Aun si la comparación fuera sensata, sería estéril, por referir a algo intangible. La Presidenta cae en la impotencia en que estaba la oposición cuando argüía que hay países que están mejor que la Argentina porque crecieron igual, pero con menos inflación.
Detrás de este giro retórico se esconde la deficiencia central del oficialismo. Disminuyen los votantes que agradecen al Gobierno haber liberado al país de una tormenta y se multiplican los que temen estar siendo conducidos hacia un nuevo torbellino. Imposible conjurar esa percepción con estadísticas. Mucho más si son disparatadas. A Cristina Kirchner le rinde cada vez menos hablar del pasado. Y es inútil cotejar la cotidianeidad local con la de países exóticos. Esas martingalas resaltan el delicado drama de la Presidenta: carece de una imagen confiable del futuro.
Para agravar la encrucijada, hay un fenómeno que aleja a la señora de Kirchner de la posibilidad de superar el desafío: para muchos argentinos, la política económica no se ha agotado todavía. La consultora Wonder, que hace investigaciones de consumo, descubrió que el 57% de los votantes de Insaurralde cree estar mejor que un año atrás y el 35% siente que está igual. En cambio, el 47% de los votantes de Massa piensa que está peor, y el 37%, igual. El 52% de los que prometen votar a Insaurralde apuesta a que la economía el año próximo estará mejor y el 42% dice que seguirá igual. Para los votantes de Massa, el mañana es muy distinto: el 85% cree que empeorará.
La Presidenta se dirige al universo electoral que valora la continuidad, pero carece de propuesta para los que piden cambios. Se advirtió en el simulacro de diálogo multisectorial montado en Río Gallegos. La trampa más notoria fue la ausencia de Guillermo Moreno. ¿Qué valor tendrá un compromiso si no está suscripto por el ejecutor del 90% de las decisiones económicas? No hay acuerdo que pueda volverse vinculante sin Moreno. Además, los empresarios y sindicalistas ya saben que Cristina Kirchner apela a esas reuniones sólo para sumar votos. Entre 2010 y 2011 engatusó a Ignacio de Mendiguren con la posibilidad de un consejo económico y social. Una vez que ganó con el 54%, en una reunión en el hotel Hilton, Mendiguren le recordó la promesa. Y ella contestó: "¿Una mesa en la que están sentados todos? Ni soñando". En Santa Cruz, el cinismo tuvo doble mano. Los hombres de negocios y los sindicalistas que podrían haber hecho reclamos no fueron invitados. Eduardo Eurnekian, Jorge Brito o Gerardo Martínez saben desde hace tiempo que es peligroso disentir. Si algún día la Presidenta quiere saber, en serio, lo que piensan, es mejor que hable con Massa, Macri o Scioli.
Una de las novedades más importantes con las que se encuentra Cristina Kirchner es que dentro del 85% que cree que las cosas van a empeorar está la dirigencia del PJ. Quienes esperan que les muestre un horizonte persuasivo son los que la siguen, no los que la critican. La demanda de explicaciones aflora en el peronismo. Sobre todo entre gobernadores e intendentes que temen ser derrotados por la falta de soluciones económicas.
Un sagaz economista se pregunta: "¿La Presidenta se verá forzada a hacer el ajuste que necesita el próximo gobierno o el próximo gobierno se verá obligado a hacer un ajuste que quizás resucite a la Presidenta?". Ella apuesta a lo segundo. Pero la dirigencia peronista pretende lo primero. Sobre todo Scioli, que ayer habló por boca de su aliado Jorge Yoma: "O Cristina cambia o va a tener que dejar el Gobierno".
Yoma corroboró las pesadillas que el general César Milani, jefe del Ejército "nacional y popular", inculca en la señora de Kirchner. Los peronistas, sobre todo los que perdieron las elecciones, responderán a la obstinación con distanciamiento. De un momento a otro, alguien abrirá la sede partidaria de Matheu 130 y, plumero en mano, sacará las telarañas. Varios gobernadores esperan que Scioli, presidente del PJ, convoque al Consejo Nacional después de octubre. Scioli ya aconsejó para 2015 una interna partidaria.
La Presidenta verá en esta jugada un vaciamiento pergeñado por los "dueños de la pelota". Por esta razón, Carlos Zannini pretende que la jueza electoral María Servini de Cubría encuentre alguna excusa reglamentaria e intervenga el partido.
Para acorazar a su jefa frente al apocalipsis previsto por Yoma, Zannini espera también que los camaristas Ballestero, Freiler y Farah anulen en la causa Ciccone las declaraciones de Laura Muñoz, la ex mujer de Alejandro Vandenbroele, quien aseguró que su esposo era testaferro del vicepresidente. Esa medida será más urgente si aparece la filmación de un encuentro entre Boudou y Vandenbroele en el hotel Hyatt-Duhau. Para la Presidenta, la fragilidad de Boudou favorece el golpe que le preparan sus enemigos. Sobre todo si la oposición captura la presidencia de ambas cámaras. Ya lo explicó vía Twitter: ella es De la Rúa y Massa es Duhalde.
La semana pasada, las noticias judiciales fueron desalentadoras para Cristina Kirchner y el fiel Zannini. Los tribunales mantuvieron el predio de Palermo en manos de La Rural; anularon el artículo 20 de la ley del mercado de capitales, que facilitaba el avance del Gobierno sobre el Grupo Clarín y Papel Prensa, dieron de baja tres capítulos de la "democratización" judicial y frenaron el desalojo de dos pequeñas aerolíneas del aeroparque metropolitano.
La disputa seguirá hoy. LAN buscará un amparo contencioso-administrativo. El militante de La Cámpora Gustavo Lipovich, que regula las estaciones aéreas, anuló el contrato de la empresa con la concesionaria de Aeroparque -Grupo Eurnekian-. Así, Aerolíneas Argentinas, que dirige Mariano Recalde, el jefe de Lipovich en La Cámpora, tendría el monopolio del cabotaje.
El otro frente judicial es el de las represas Néstor Kirchner y Jorge Cepernic, adjudicadas al empresario kirchnerista Gerardo Ferreyra. Los diputados Ricardo Gil Lavedra y Manuel Garrido (UCR) ampliarán su denuncia penal contra Julio De Vido por una información publicada por LA NACION el jueves: el vínculo entre Ferreyra y el abogado Jorge Chueco, investigado por la Justicia en la causa sobre presunto lavado de dinero que tiene como centro a Lázaro Báez.
De Vido juega con ventaja: el que salió segundo no formuló objeciones. Es Eduardo Eurnekian, último eslabón que le falta a La Cámpora para controlar por completo la aeronavegación. En Río Gallegos, además de un infeliz comentario personal, la Presidenta dedicó a Eurnekian un aforismo: denunciar arbitrariedades "no es buena conducta empresaria". Fue un buen consejo..
La mayoría de las encuestas, y el sentido común, indican que las principales preocupaciones de la sociedad rondan alrededor de dos puntos: la economía (inflación, empleo, dólar, perspectivas personales y generales) y la inseguridad. Pasadas las elecciones primarias, Cristina Fernández de Kirchner pareció dar señales en esas dos direcciones. ¿Resolvió enfrentar los problemas? Apenas un espejismo, jugadas escenográficas. Ratificó sus políticas y utilizó un tono desafiante, expresión de disgusto frente a temas impuestos por una dinámica que escapa a la voluntad de Olivos. Una mala relación con la realidad, cuyos costos podrán evaluarse en el tránsito hacia octubre.
El cristinismo tiende a pensar todo en términos absolutos. Desde esa perspectiva, los cuestionamientos y demandas son expresiones exclusivamente opositoras, antikirchneristas. Es inconcebible que puedan existir apoyos críticos, demandantes de ciertas rectificaciones. No queda espacio para nada que no sea monocolor. Pero la realidad suele ser matizada. Aún en evidente caída, el oficialismo cosecha niveles de evaluación positiva que oscilan, según diversos sondeos, entre los 25 y 30 puntos. El resto, se divide entre una creciente valoración negativa y el concepto regular, que sugiere un sentido más de insatisfacción que de neutralidad. ¿Los reclamos se limitan a los disconformes?
No parece.
Al contrario, una reciente encuesta nacional y otra bonaerense realizadas por la consultora OPSM, que conduce Enrique Zuleta Puceiro, registran una masiva demanda de rectificaciones, particularmente en el rubro económico.
El cuestionario fue directo y sencillo: pregunta si el Gobierno debe mantener sin vueltas su línea o tiene que hacer modificaciones. En el sondeo nacional, los números son los siguientes: 5,9 por ciento expresó que debe “ratificar totalmente” su política económica y el 92,3 optó entre los reclamos de “algunos cambios”, “cambios profundos” y “modificar totalmente el rumbo”. En el relevamiento de la provincia de Buenos Aires, las cifras son similares: 7,4 y 90,8 por ciento.
Las cuentas son relativamente sencillas. Es evidente que parte de quienes respaldan al Gobierno –y lo avalan en las urnas– también espera algún grado de atención de Olivos a los reclamos.
Frente a este panorama, el oficialismo volvió a cerrarse en su propio círculo. La Presidenta hizo una convocatoria parcial a un encuentro de temario económico impreciso. Pero lo hizo de manera destemplada, luego de descalificar a los dirigentes opositores triunfantes en las primarias y de desconsiderar a los votantes. En un mismo acto, maltrató a la política y expuso una visión hegemónica del poder, además de corporativa.
De todos modos, la cita armada por Olivos en Río Gallegos fue parcial en el terreno empresarial: nada diferente a las primeras filas de la platea en repetidos actos oficiales. Y fue aún más reducida en el plano sindical: convocó sólo a dos de las cinco fracciones gremiales. Con el añadido inocultable de los crujidos internos en la CGT oficialista, motivados por la falta de atención concreta a sus pocos planteos y los vínculos abiertos o cuidados de varios dirigentes con el peronismo desalineado. ¿Qué puede salir de este encuentro? Por ahora, el temario parece difuso –más allá de algún punto como el impuesto a las ganancias sobre los salarios– y la nueva reunión se produciría dentro de un mes, en medio de brumas sobre los funcionarios que se consideran interlocutores desde el área económica.
El Gobierno ensayó además algún mensaje sobre la demanda de seguridad, luego de que su impacto negativo fuera admitido por intendentes oficialistas del GBA como un elemento central de la derrota sufrida en las primarias frente a Sergio Massa. Hubo una nueva promesa de envío de gendarmes al conurbano y el anuncio de una mayor coordinación entre autoridades nacionales y provinciales.
De manera imprevista, también quedó expuesto el Servicio Penitenciario, con la salida de Víctor Hortel y el regreso de Alejandro Marambio, un funcionario cuestionado por denuncias de violencia carcelaria. Nada de esto importó para resolver rápido el ruidoso efecto de una fuga inexplicable. Hace rato que la vestimenta ideológica del oficialismo da señales de descuido, y de abandono.