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PASO 2013
ELECCIONES: ANALIZAN VAN DER KOOY, MORALES SOLÁ, PAGNI, KOVADLOFF, AGUINIS, FIDANZA, VERBITSKY, WAINFELD
12/08/2013

Un golpe letal para el proyecto de Cristina

Clarín. Por Eduardo Van der Kooy

Podrá aceptarse el carácter provisorio de los resultados de las elecciones primarias. El veredicto final ocurrirá a fines de octubre. Pero tomando lo sucedido ayer en las urnas como un anticipo sería factible arrimarse a una primera conclusión: Cristina Fernández y su proyecto, el cristinismo, han sufrido la peor derrota en una década, incluso por encima de aquella del 2009. El diagnóstico no tendría que ver, únicamente, con la cantidad de provincias donde resultaron derrotadas, entre ellas Buenos Aires. También con los triunfos en viejos feudos –Chaco, Misiones, Salta– donde se le escurrieron miles de sufragios.

Sólo la caída en los cinco principales distritos (Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Capital y Mendoza, en ese orden) representaría que el 67% del país decidió darle la espalda al Gobierno. Podrían computarse también, al margen de ese volumen, La Rioja, Corrientes, Chubut, San Luis y Santa Cruz. Esta geografía patagónica posee, por supuesto, un valor político adicional. Allí el matrimonio Kirchner mandó durante una década y traspoló su maquinaria de poder a la Argentina. Le acaba de ganar, por segunda vez, el radical Eduardo Costa y el cristinismo, con La Cámpora, quedó bien relegado. En Río Gallegos, el ministro de Planificación, Julio De Vido, no la pasó nada bien cuando concurrió a votar. Señales de un mal humor social que no se circunscribiría a las grandes urbes, como pretende relatar el cristinismo.

La Presidenta no imaginó la dimensión de la derrota --ni siquiera conjeturó con ella-- porque desde que asumió su segundo mandato acentuó su ensimismamiento. De allí la mirada y las palabras peyorativas que dedicó a cada una de las manifestaciones de indignados y caceroleros que despuntaron en el 2012.

Ese libreto oficial que pretendió endilgar sólo a las clases altas y medias el mal humor se deshizo, en muchos casos, frente a la rotunda realidad de ayer. Pero el caso más simbólico fue sin dudas Buenos Aires donde el kirchnerismo, en sociedad con gran parte de los barones del conurbano, levantó su verdadera fortaleza. La irrupción de Sergio Massa, con su Frente Renovador, hizo estragos en la base social que el Gobierno suponía asegurada.

La victoria amplísima en el primer cordón no sorprendió. Pero como muestra de aquel fenómeno bastaría un botón: el intendente de Tigre ganó Ezeiza y peleó palmo a palmo en toda La Matanza.

La irrupción de Massa, que debe ser ratificada en octubre, significó la mayor novedad electoral desde el 2007 y una pieza clave para el nuevo escenario político que pueda llegar. Más allá de las debilidades que dejó al desnudo su improvisada campaña, habría que reconocerle dos méritos: el haber sabido interpretar que el peronismo, al menos en Buenos Aires, tenía un déficit de representación; también su voluntad para enfrentar a un cristinismo implacable, salvaje, que durante seis meses en el 2008, como jefe de gabinete de Cristina, conoció desde adentro.

Tal vez su mejor aparición, desde que salió a la palestra, haya sido la de anoche, con el triunfo en el bolsillo. Se lo advirtió seguro en su mensaje. Orientado, sobre todo, a consolidar e incrementar el enorme caudal de votos obtenidos. Archivó críticas, convocó a adherentes de otros partidos, repitió la idea del diálogo y la concordia y parafraseó a Francisco, el Papa. Se detuvo en la inflación, el desempleo y la dispar carga impositiva. Omitió el problema de la inseguridad, tal vez por el reciente episodio en su casa que alteró su vida privada, y también el de la corrupción.

Massa pareció además abrirle las puertas al peronismo que quedó atrapado en las comarcas de Cristina. Anoche mismo tuvo diálogos reservados, por distintas razones, con dos intendentes K del oeste del conurbano. El piso empezó a crujir, antes de lo pensado, debajo de los pies de Cristina y de Daniel Scioli.

El gobernador de Buenos Aires pudo haber quedado en el peor de los mundos. Al mediodía, durante el almuerzo en Villa La Ñata, disfru taba con la supuesta paridad que las primera s bocas de urna concedían a la puja entre Massa y Martín Insaurralde. Pero su rostro se fue desfigurando a medida que el intendente de Tigre le arrancó más de cinco puntos de ventaja a su colega de Lomas de Zamora.

Scioli soñaba con dos cosas. Erigirse en el puntal de la buena elección de Insaurralde que no fue. Conseguir a partir de ese presupuesto un reconocimiento cristinista para la sucesión del 2015.

Fracasó.

¿Quién cargará ahora con la responsabilidad de la derrota en el principal distrito electoral? ¿Se mantendrá hasta octubre la tregua establecida entre Cristina y Scioli? ¿Cómo serán los próximos tiempos de su gestión, en una provincia deficitaria, inequitativa y castigada? Son esos, apenas, algunos de los interrogantes que martirizan ya al gobernador.

Los presagios de que el poskirchnerismo se habría puesto en marcha no tendrían sólo vínculo con el peronismo y Buenos Aires. Quizás después de la excelente elección de UNEN en Capital, que consagró a Elisa Carrió y Pino Solanas, el Frente Amplio Progresista, con eje en radicales y socialistas, refuerce el primer envión que tuvo en el 2011 cuando Hermes Binn er fue el opositor más votado para Presidente.

El ex gobernador de Santa Fe ratificó su vigencia en esa provincia. Margarita Stolbizer resistió como pudo la fuga de votos que detonó la presencia de Massa. El radicalismo recobró energías en el interior (Corrientes, La Rioja, Santa Cruz) y en dos provincias grandes. En Mendoza, de la mano del ex vicepresidente Julio Cobos.

Y en Córdoba, con el segundo lugar de Oscar Aguad. Habría en ese heterogéneo espacio ladrillos suficientes para edificar una alternativa. Aunque como primera condición, deberían superar más las diferencias personales que las políticas entre aquel grupo de dirigentes.

Mauricio Macri demostró de nuevo que la Capital – en especial por la vigencia de Gabriela Michetti– sigue siendo su punto fuerte. Pero que no termina de irradiar influencia al resto del país para el armado de un proyecto presidencial. Es cierto que presentó candidatos en 18 distritos. Pero sólo podrían subrayarse el segundo lugar de Miguel Del Sel en Santa Fe y el tercero del ex árbitro Héctor Baldassi en Córdoba, que se coló delante del FPV. En Buenos Aires debió resignarse a participar de la lista que encabezó Massa.

La primera reacción del Gobierno frente a la adversidad fue la previsible. Cristina no reconoció ninguna derrota y, como en el 2009, se aferró al discurso de ser representante aún de la primera minoría. Como en aquella ocasión, también, prometió seguir profundizando la gestión. Una metáfora de dos cosas que no se privó de reclamar: la reforma judicial y el fallo de la ley de medios que está en manos de la Corte Suprema.

No hubo en ella un atisbo de autocrítica. Sólo malestar con los medios de comunicación que no le responden, repetidos recuerdos de su marido muerto y elogios para los candidatos que perdieron: Insaurralde, Daniel Filmus y Juan Cabandié.

La coreografía de la derrota también resultó notable. Dirigentes eufóricos que reían, cantaban y aplaudían en un tablado, ante el único rostro incómodo, el de Scioli.

Sobreactuación y ajenidad, atributos que llevaron al Gobierno hacia este tobogán.

El fracaso de la Presidenta

La Nación. Por Joaquín Morales Solá
Un murmullo cristinista, o a veces el silencio, adelantó la derrota. Ningún oficialista pronosticó un triunfo en la provincia de Buenos Aires. Todos los que hablaron se ocuparon de devaluar la importancia de las primarias de ayer. El Gobierno sabía que perdería. Perder la provincia de Buenos Aires es un fracaso político. No hay forma de vestir de fiesta esa derrota, aunque la Presidenta lo intentó. Sin ese distrito, con el 37% del electorado nacional, y con una nueva estrella en el firmamento peronista, Cristina Kirchner debe prepararse para volver a casa en 2015. Ésa es la primera y más elemental conclusión de las elecciones de ayer. Ya ni siquiera habrá margen para que el cristinismo residual insista en la retórica inverosímil de que es necesario un cambio constitucional en los próximos dos años.

Frente a la desdicha en la provincia más crucial del país, el Gobierno se apuró en adelantar un triunfo del oficialismo en el acumulado nacional. Es un dato tan cierto como previsible. Sólo el Frente para la Victoria se presentó como tal en los 24 distritos del país. Hasta el radicalismo hizo alianzas en muchas provincias que le impiden sumar todos los distritos del país.

Tampoco es una novedad: el kirchnerismo está renovando los legisladores de su peor elección, la de 2009, que fue, a su vez, la mejor elección que tuvo la oposición en los últimos diez años.

La provincia de Buenos Aires es una derrota personal de Cristina Kirchner. ¿Quién podría colocar ese fracaso sobre los hombros de Martín Insaurralde, un candidato que comenzó su campaña con cerca del 70 por ciento de desconocimiento popular? Hay pocos registros de actos de campaña en los que Insaurralde haya ido sin la compañía de la Presidenta. Hasta cometieron juntos el acto audaz e insolente de robarle una foto al papa Francisco en Río de Janeiro y de usarla en afiches callejeros. El Papa no se quedó callado. Hizo saber su desagrado a través de su vocero más confiable en la Argentina, el arzobispo de Buenos Aires, Mario Poli.

Insaurralde fue en la provincia de Buenos Aires un actor de reparto, donde la protagonista principal fue siempre la Presidenta. La designación del intendente de Lomas de Zamora se parece demasiado a la elección que Cristina hizo de Amado Boudou como vicepresidente. No sólo porque Insaurralde y Boudou comparten algunos gustos por la vida buena y dispendiosa; también porque fue en ambos casos una elección personal de la jefa del Estado, sin consultar con nadie. Tampoco ninguno le agregó nada adicional a lo que ya tenía el cristinismo puro y duro en las encuestas previas.

Cristina Kirchner perdió ayer en provincias en las que había ganado en 2009 o empeoró fracasos de hace cuatro años, resultados que echan más claridad sobre la finitud política de la dinastía gobernante. Salió derrotada, por ejemplo, en La Rioja, San Juan y Catamarca, donde gobiernan viejos aliados suyos. La derrota de ayer, se la mire por donde se la mire, es una derrota de la Presidenta.

Un líder imprevisto

Sergio Massa, que ganó con porcentajes más grandes que los que esperaba él mismo, es un líder imprevisto. Esta vez ocupó el lugar que hace cuatro años le correspondió a Francisco de Narváez. Los dos ganaron más como esperanzas para derrotar al kirchnerismo que por sus propios méritos. La prueba está en la mala elección que ahora hizo De Narváez. Gran parte de los votos que consiguió en 2009 se los llevó Massa en esta elección. Es el voto útil al que recurre la gente común cuando no le gusta un gobierno. Massa tendrá que hacer cambios en su campaña en los largos dos meses que le quedan hasta las elecciones de octubre. Su campaña ha sido pobre, careció de creatividad y él mismo se mostró mucho más esquemático de lo que realmente es. Tendrá que demostrar, en fin, que el mito no es más grande que el personaje.

Una elección estableció, otra vez, que la política les atribuye a los aparatos más poder que el que tienen. Massa ganó en municipios gobernados por intendentes de fe cristinista, que se pavoneaban anunciando la importancia de sus aparatos, como José C. Paz, Moreno o Lanús. Ni siquiera en La Matanza el triunfo del intendente cristinista fue tan aplastante como se anunciaba. Tampoco el clientelismo funcionó en muchos municipios con altos porcentajes de carenciados. La política reincide en atribuirles a esos aparatos un papel crucial del que carecen, como ya lo demostró en 1997 Graciela Fernández Meijide, que les ganó en Buenos Aires a Eduardo Duhalde y a la esposa de Duhalde. Duhalde era el gobernador todopoderoso de Buenos Aires y su esposa administraba los vastos planes sociales de la provincia.

En un paisaje bonaerense en el que el peronismo kirchnerista se decidió por el poskirchnerismo, la figura de Daniel Scioli quedó asociada a una derrota. No obstante, analistas de opinión pública le atribuyen al protagonismo de Scioli en la campaña un porcentaje importante de los votos que cosechó Insaurralde. Es cierto también que en esa provincia se impuso un "estilo sciolista" durante la campaña. Nadie se peleó con nadie. Y todos, o casi todos, insistieron en la propuesta de una política dialoguista. ¿Le bastará a Scioli con ese triunfo "cultural"? Lo único cierto desde anoche es que tiene enfrente a un peronista triunfante en condiciones de ser candidato presidencial dentro de dos años. Massa no le cederá ese lugar.

Cristina Kirchner ha perdido también gran parte de la Patagonia, que no es relevante en el acumulado de votos nacionales, pero que tiene un peso simbólico significativo. Es el lugar que vio nacer y crecer en política a los Kirchner. Es uno de los pocos lugares donde Néstor Kirchner arrasó en sus pobres elecciones nacionales de 2003. La Presidenta ha perdido, sobre todo, en las provincias donde metió a presión a sus propios candidatos, casi todos surgidos de la cantera de La Cámpora, como Córdoba y Santa Cruz.

No es la juventud lo que se les critica a esos dirigentes, como dice el cristinismo, sino la soberbia para exhibirse en la política y la ineficacia para administrar el Estado. Es el resultado natural de una juventud que accedió a la política desde un partido en el poder y sin experiencia ni conocimientos sobre los asuntos de gobierno.

Una soberbia que dejó a la democracia sin alma, sin ese espíritu que consiste en la tolerancia, el diálogo y la disidencia cordial. El cristinismo ha barrido con la moral esencial de la vida democrática. En nombre de una revolución retórica, les quitó a los otros el derecho a existir. Prueba de una juventud fanática y exaltada fue la emboscada que le hizo ayer un joven cristinista al jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri, en el momento de votar.

Sin embargo, Macri revalidó su liderazgo capitalino cuando Gabriela Michetti se convirtió en la candidata a senadora más votada en la Capital, aunque su elección no fue buena. Algún error cometió o cometieron. Es cierto que Pro debió vérselas con la atractiva interna de Unen. Es imposible sumar todos los votos de esa interna y trasladarlos a octubre. "Unen nos debe 5 o 6 puntos, que nos devolverá en octubre", ironizó anoche Macri.

La interna del peronismo poskirchnerista tendrá un interlocutor imprescindible en el gobernador de Córdoba, José Manuel de la Sota. Lleva ganando elecciones durante 14 años en el segundo distrito electoral del país. De la Sota confió siempre más en Massa que en Scioli, aunque se equivocó cuando se apresuró a trabar una alianza embrionaria con De Narváez, que ayer consiguió muy malos resultados.

Hermes Binner y Julio Cobos se alzaron con victorias que podrían trabar una coalición radical-socialista para 2015. Ni Binner ni Cobos se han querido nunca, pero el más intransigente en esa discordia fue siempre el jefe socialista. El radicalismo, carente de presidenciables conocidos, no podrá seguir ignorando a Cobos, que hizo una elección excepcionalmente buena en Mendoza. Tan excepcional y buena como la de Binner en Santa Fe. La sociedad santafecina es tercamente anticristinista. Es la única provincia donde la Presidenta escuchó el mensaje de la sociedad y ensayó una reconciliación con el ex gobernador Jorge Obeid, un político con prestigio. Obeid no pudo hacer nada en nombre de Cristina Kirchner. Salió tercero. El macrista Miguel del Sel volvió a ocupar el segundo lugar.

Exitismo electoral

Falta octubre todavía. Los que ganaron ayer podrán, si no se equivocan, ampliar aún más su triunfo. La sociedad tiene una dosis de exitismo electoral. ¿Para qué votar por un perdedor si se puede votar por una ganador? Ésta es una reflexión recurrente en el inconsciente colectivo. Como a todo gobierno, que tiene que hacerse cargo de las cosas cotidianas, a la administración de Cristina Kirchner también el tiempo le corre en contra.

Ya un fuerte viento de frente la sacudió ayer, cuando perdió en el conjunto de provincias donde habita más del 70 por ciento de los argentinos que votan. Sorprendida y fastidiada en la intimidad, prefirió en público fingir una victoria que no existió, optó por ningunear al gran ganador de la jornada, Sergio Massa, a quien ni se dignó nombrar, y eligió prometer una profundización de su modelo. Aun sabiendo que sólo le queda el tiempo necesario para una transición.


Un revés estructural

La Nación. Por Carlos Pagni

Cristina Kirchner sufrió anoche una derrota estructural. Quedó cuestionado su reinado bonaerense. El esquema de poder que ella conduce, y que se estableció en 2003, fue engendrado en las entrañas del peronismo de la provincia de Buenos Aires. Y ese territorio se convirtió en su plataforma principal cuando, dos años más tarde, la entonces primera dama derrotó a Hilda "Chiche" Duhalde como candidata a senadora. Estas razones explican por qué el triunfo de Sergio Massa es tan relevante.

El intendente de Tigre sacó más votos que Martín Insaurralde, el candidato del Gobierno. Esa hazaña supera a la de Francisco de Narváez en 2009, debido a que no se asienta sólo sobre una oleada de opinión pública. Massa comparte su éxito con una red de intendentes y sindicalistas que se separaron, como él, del aparato oficial. Es el efecto sobre la interna peronista de un proceso que comenzó en septiembre del año pasado, cuando se produjo el primer gran cacerolazo. Aquella noche Massa comentó entre íntimos: "La gente acaba de dar vuelta el reloj de arena".

El esfuerzo retórico de la Casa Rosada estuvo dirigido, al comienzo, a disimular el fenómeno.

Las primarias fueron presentadas como una contienda en la que gana quien suma más votos a escala nacional. El aparato de comunicación oficial reaccionó como un autómata e insistió, renunciando a ver la política, en una victoria matemática.

Pero también esa teoría es defectuosa. El kirchnerismo enfrentaba anoche, además del bonaerense, otros fracasos dolorosos, comenzando por Santa Cruz, donde la primera fuerza fue el radicalismo. En Santa Fe, Jorge Obeid se ubicó tercero, detrás del macrista Miguel del Sel. En Mendoza, el peronismo reconoció el triunfo de Julio Cobos poco después de que se cerraran los comicios. Y en Jujuy sorprendió con su derrota frente a un acuerdo radical-socialista.

La oposición avanzó también en las provincias petroleras. Sobre todo en Neuquén, donde el sindicalista Guillermo Pereyra se impuso al gobernador Jorge Sapag en la interna del Movimiento Popular Neuquino. Es un golpe mortal para la política energética y, en especial, para el acuerdo de YPF con Chevron, que Sapag todavía no consiguió convalidar. De modo que la coartada de que la elección nacional fue exitosa dejó paso al argumento del coronel Sergio Berni: "En octubre los resultados pueden ser distintos". No se atrevió a decir "mejores".

Las próximas horas serán decisivas para saber si Cristina Kirchner puede leer el malestar que se expresó ayer. O si, como con los cacerolazos, se repliega hacia hipótesis conspirativas en las que siempre el infierno son los otros. Esa propensión la llevó, con el impulso inestimable de la obsecuencia de su entorno, desde la victoria estelar de hace dos años hasta la pobre performance de ayer.

La resistencia del Gobierno a admitir las dificultades comenzó con el intento de relativizar el drama bonaerense. Esa pretensión ignora el significado de ese territorio para la contextura del oficialismo. Néstor Kirchner buscó consolidar su liderazgo a través de tres alianzas con actores hegemónicos. Con el Grupo Clarín, para influir sobre las audiencias; con Hugo Moyano, para disciplinar a los trabajadores, y con el PJ bonaerense, para controlar al electorado. El primer vínculo se rompió en 2008. El segundo, cuando él ya estaba muerto. La última viga de esa arquitectura se derrumbó anoche.

La configuración del kirchnerismo ingresa, entonces, en una enigmática transformación. La pérdida de respaldo electoral es perniciosa para cualquier grupo político. Pero lo es mucho más para los que sostienen que la legitimidad sólo deriva de la obtención de una mayoría en las urnas. Cristina Kirchner convirtió los resultados de 2011 en la piedra angular de un nuevo régimen para el que cualquier disidencia, judicial o periodística, es un agravio contra la democracia. Contestó a cada crítica con la misma letanía: el que tenga algo que decir que gane una elección.

Desde anoche ella corre el riesgo de quedar atrapada en esa arquitectura conceptual. Sobre todo porque se abre un proceso sucesorio al que el personalismo extremo del Gobierno vuelve más inquietante. Con los votos de ayer es imposible ir por todo. Y no se sabe si el kirchnerismo sabrá reconocer el lugar del otro, es decir, ir por una parte.

Massa tiene por delante un gran desafío: fortalecer su credibilidad para capturar a los que optaron por Francisco de Narváez. Este diputado es la llave para que el triunfador de ayer llegue en octubre al 50%, que es su sueño. El enfrentamiento con la Presidenta tuvo problemas de verosimilitud. Los votantes de De Narváez no vieron en Massa al instrumento más eficiente para frenar el avance kirchnerista.

En ese déficit de la candidatura de Massa operan algunos factores constitutivos. Su divorcio del Gobierno es muy reciente. Y él agudizó esta debilidad con su estrategia electoral. Apostó a la ambivalencia cuando jugó al misterio con su lanzamiento y, más tarde, cuando intentó desmarcarse de la polarización que divide a la opinión pública. Hay otra peculiaridad del proselitismo de Massa que puede explicar la adhesión a De Narváez y, sobre todo, a Margarita Stolbizer: en su léxico no aparece la palabra corrupción.

Anoche, cuando se dirigió a los que no lo votaron, habló de inseguridad, inflación y presión impositiva. Pero evitó cualquier referencia ética. ¿Está en condiciones de abandonar esa abstención? Tal vez lo obliguen las malas noticias que, a partir de esta semana, recibirán algunos funcionarios desde Tribunales, como vaticinaban anoche algunos penalistas.

Mientras Massa remodela su personaje, desde el corazón del establishment presionarán a De Narváez para que deponga su candidatura. Los mensajes comenzaron a llegar la semana pasada. ¿Invitará Massa a su rival, en público, a dar vuelta la página del ciclo kirchnerista? Ayer por la tarde, De Narváez especulaba con que un triunfo nítido del intendente lo obligaría a dejar la competencia. Todavía confiaba en salir tercero.

Así como Massa revisará los beneficios de su pasable ambigüedad, Cristina Kirchner tendrá a partir de hoy una urgencia: reforzar la subordinación de los caudillejos bonaerenses que se mantuvieron leales. Con su exitosa sublevación, Massa y sus aliados pusieron en valor el papel de los intendentes, cuya capacidad para arrastrar votos había sido menoscabada en estos años, para mayor gloria del gobierno nacional. La señora de Kirchner se rindió ante esos reyezuelos y confió su suerte a uno de ellos, Insaurralde, postergando a su cuñada y a la dócil escuadra de La Cámpora. Esa dependencia se profundizará.

La alianza de la Presidenta con los jefes comunales tiene dos limitaciones principales. La primera es que, como se insinuaba con los primeros números de anoche, sólo le garantizan conservar el voto suburbano: entre el Gobierno y los sectores medios se levanta un muro infranqueable. La segunda dificultad consiste en que, a partir de anoche, los intendentes kirchneristas temen más al colega de Tigre que a su jefa. Sencillo: Massa está en mejores condiciones que ella para desafiarlos en sus territorios con un candidato alternativo para 2015. En especial porque ayer ganó en distritos inesperados. Y porque Insaurralde no alcanzaba anoche el 50% ni siquiera en Lomas de Zamora. Sólo un remedio podría bloquear la fuga hacia Massa: ofrecer a esos dirigentes kirchneristas un candidato que les haga pensar que hay vida después de 2013.

Daniel Scioli se prepara para prestar ese servicio. Pero es muy posible que, después de octubre, Massa se convierta en el vértice de una nueva geometría en la que convergerán Mauricio Macri y José Manuel de la Sota.

El peronismo será, en adelante, un firmamento con varios soles. Pero todavía es muy temprano para prever el desenlace de esta nueva dinámica. Aunque algunas novedades ayudan a vislumbrar mejor el horizonte. Una de ellas es el éxito del progresismo porteño (Unen). Ese frente realizó un ejercicio virtuoso: en vez de resultar del pacto entre cuatro capitostes, las listas surgieron de una regla respetada por todos los sectores, que delegaron en el electorado el ordenamiento de las candidaturas. La consecuencia fue que ese mosaico apareció como la primera fuerza electoral en la ciudad de Buenos Aires, superando a Pro. Es cierto que el reparto es engañoso. Habrá que ver si Pino Solanas retiene en octubre los votos que ayer cosecharon Alfonso Prat-Gay y Rodolfo Terragno, a quienes a partir de ahora necesitará mucho en su campaña.

Si este método se proyectara a nivel nacional para 2015, el panorama político registraría un cambio de primera magnitud: por primera vez desde el colapso del radicalismo, el PJ debería enfrentar a un desafiante competitivo. Esa perseverancia potenciaría a una galería de personalidades que obligan a retirar la vista, aunque más no sea un momento, de la interna del PJ: Cobos, Hermes Binner, Elisa Carrió, Eduardo Costa, Mario Fiad, Oscar Aguad y, sin haber sido candidato, Ernesto Sanz, cuyo protagonismo fue decisivo en la campaña radical de todo el país.

Esta reanimación del campo no peronista vuelve más importante una incógnita: ¿conseguirá el PJ darse una regla interna que evite la fractura? Si no lo logra, si permanece dividido, el panorama que se abre hacia 2015 es muy incierto. Sobre todo cuando se recuerda que en la Argentina rige el ballottage.

 


 

Las enseñanzas de un domingo que estuvo cargado de futuro

La Nación. Por Santiago Kovadloff

Nadie ganó o perdió. Sólo fue un simulacro de elecciones. Pero la silueta de quienes en poco tiempo más podrían llegar a convertirse en nuevos protagonistas del Congreso Nacional se ha recortado con tanta nitidez como la de quienes parecerían condenados a no poder serlo. Pocas veces el porvenir político argentino anticipó tanto de sí mismo como en esta ocasión.

En octubre, no cabe duda, habrá vencedores y vencidos. Habrá quienes queden de un lado y habrá quienes queden del otro. Pero habrá, además, quienes hayan quedado de ambos lados. Bien lo evidenció, nuevamente, la hábil presencia del peronismo en la provincia del Buenos Aires. Su batalla fundamental la libró allí contra sí mismo.

Al derrotarse, se convirtió en el vencedor. Representado con idéntico fervor y las mismas banderas por quienes se disputan ferozmente la parte del león, las fragmentaciones en que incurre el peronismo no redundan nunca en su insolvencia electoral. El límite al kirchnerismo lo han puesto ahora quienes de una u otra forma integraron hasta ayer sus filas y esta vez lo enfrentan para generar una alternativa y presentarse como su renovación.

En contraste con esta evidencia, cabe formular una duda no menos sustancial. ¿Volverá a defraudar en la próxima primavera, como lo hizo en el año 2009, la oposición que se insinúa como triunfante? ¿Habrá aptitud negociadora en favor de esa prioridad que es la República? ¿Serán capaces de lograr una buena articulación operativa macristas, socialistas, radicales, centroizquierdistas y peronistas opositores?

¿Querrán hacerlo? ¿O la autosuficiencia hipnótica los conducirá nuevamente a sacralizar la segmentación y a encaminarse hacia la impotencia, como ya ocurrió en los últimos años?

En este domingo de encuestas veladas que acaba de pasar, y con la sola excepción de la centroizquierda porteña, el dedo de cada jefe volvió a imponer a su electorado las figuras de su exclusiva predilección. Auge, una vez más, del caudillismo. Nuevo triunfo del pasado sobre las exigencias de modernización del presente. Reflejo profundo de la volatilización del sistema de partidos.

Y volviendo al oficialismo: ¿ella ahora qué hará? ¿Cómo gobernará? ¿Con quiénes, con qué? Más que nunca, y a raíz de lo sucedido ayer, sobre todo en la provincia de Buenos Aires, falta una eternidad para el año 2015. Una eternidad colmada de incógnitas, igualmente, hasta el 27 de octubre próximo.

Las severas insinuaciones de este domingo para su gobierno, ¿la encontrarán dispuesta a oír lo insoslayable? ¿O la ceguera seguirá afirmando que no existe lo que no ve? ¿Podrá el oficialismo recuperar lo que parece perdido? ¿Sabrá la oposición labrarse algo más perdurable que un presente exitoso?

Hoy se dejó entrever el futuro. Pronto veremos quiénes están en condiciones de leer sus signos con más provecho.


El kirchnerismo, ante una agonía irrefutable

La Nación. Por Marcos Aguinis

El resultado de las PASO confirmó algunas encuestas y clarificó el nuevo mapa político del país. Ahora se sabe que el kirchnerismo empezó su agonía irrefutable . Y no será una etapa fácil la que viene.

Por un lado, las fuerzas de la oposición tendrán que trabajar el armado de un frente sólido, constante y creíble, cosa que hasta ahora no ocurre. UNEN, por ejemplo, suscita desconfianza porque no ha consolidado la idea de su presunta "unidad". Como dato elocuente basta recordar el debate entre sus candidatos, porque en lugar de apoyarse con propuestas comunes han preferido diferenciarse sobre la base de méritos personales o ciertas chicanas. No han sabido presentarse con una sola denominación en todos los distritos del país, lo cual podría haberse traducido con un porcentaje fácil de jerarquizar. La tendencia a subrayar más distancias que proximidad es una tragedia argentina. Cuesta unir y es muy fácil pelearse. Por eso la palabra UNEN suena bien. Pero no opera aún como debería operar. Es la tarea que tienen por delante. Una tarea urgente.

Pro ha triunfado en la Capital y ha extendido su presencia a varias regiones del país. Sólo enumerar las obras realizadas en poco tiempo, a pesar del sabotaje permanente del gobierno nacional, pone de relieve una gestión extraordinariamente meritoria. En su discurso, Gabriela Michetti hizo un acelerado balance, que sólo el fanatismo puede negarse a reconocer.

El otro aspecto a tener en cuenta es la reacción del oficialismo. Ya no es la gran mayoría del país. El famoso 54% que estimuló la frase "¡Vamos por todo!" dejó de existir. Cayó. El kirchnerismo se ha encogido de una forma drástica, casi grotesca. En octubre perderá la mayoría en el Senado, y el Congreso tendrá la ocasión de recuperar la dignidad y la fuerza que le arrebataron. Pero esto no significa que la Presidenta entre en razón. En el oficialismo deberá dirimirse si los años que le faltan de gobierno estarán orientados por el temperamento o por la razón. Si predomina el temperamento, la Presidenta querrá parecerse más aún a Luis XIV y atropellará derechos e instituciones sin que nada le alcance. Expropiará, avasallará, invadirá el Poder Judicial y sumará a sus actos todo lo que pueda servirle para conservar o incrementar su poder, incluso más allá de 2015. Por el contrario, si llegase a predominar la razón, entonces cambiará muchos de sus funcionarios, convocará a muchas cabezas inteligentes, pondrá en marcha el diálogo en todos los asuntos conflictivos y tratará de quedar en la historia como una presidenta que no convirtió la Argentina en tierra arrasada..


El principio del fin del kirchnerismo

La Nación. Por Eduardo Fidanza

La previsible derrota del Frente para la Victoria en las principales provincias no puede compensarse con la sumatoria nacional de esa fuerza, que por tener boleta en todos los distritos obtendría la mayor cantidad relativa de votos en el país.

En particular, el triunfo de Sergio Massa en la provincia de Buenos Aires es un dato decisivo para una lectura de estas elecciones adversas al Gobierno. En un plano simbólico, antes que matemático, la caída del kirchnerismo primigenio en Santa Cruz confirma el anunciado "fin de ciclo" que el oficialismo se negó a asumir.

Habrá tiempo para analizar las razones de estos resultados. Una mirada inicial confirma las principales presunciones. En primer lugar, el Gobierno paga un alto precio por el desgaste y los errores de gestión. Ha pesado la incapacidad para resolver los problemas que entorpecen la vida cotidiana de millones de argentinos, empezando por la inflación y la inseguridad.

Junto con ellos habrán de computarse el impacto del impuesto a las ganancias en una franja importante de ingresos, las trabas derivadas del cepo al dólar y, en general, la desaceleración del crecimiento económico y de las oportunidades laborales.

Sin embargo, es posible que esta derrota del oficialismo sea de naturaleza política antes que económica. El país no crece como en los períodos 2004/07 y 2010/11, pero tampoco se encuentra en la depresión de 2008 y 2009.

Otros motivos empiezan a pesar al cabo de diez años de gobierno: la corrupción, la mala administración de los recursos, el autoritarismo, la fatiga con los liderazgos populistas radicalizados como el que interpreta la Presidenta.

Los éxitos económicos fueron el requisito para fortalecer el relato y disimular los errores de gestión. El aditivo indispensable para el músculo ideológico. Un decrecimiento económico relativo resultó suficiente para que aflorara el deseo de cambio. Y el deseo de alternancia es ante todo un sentimiento político.

¿De qué alternancia se tratará? Acaso de una alternancia a la argentina o a la mexicana en su momento. Tal vez cambien los dirigentes dentro del mismo movimiento. Si se confirman las tendencias, el peronismo, bajo una de sus posibles caras, seguirá gobernando el país.

Con un matiz, crucial para los argentinos que no creen en los herederos de Perón: las fuerzas progresistas de centroizquierda hicieron una muy buena elección y están en condiciones de mejorarla en octubre.

La Gran Electora

Página 12. Por Horacio Verbitsky

A diez años de iniciado el primer gobierno kirchnerista y en medio de una profunda crisis económica internacional, el Frente para la Victoria habría obtenido con sus diversos aliados provinciales una suma en todo el país equivalente o superior a la de las legislativas de 2009, la única elección con la que es legítimo comparar. Escrutadas siete de cada diez mesas, superaba a las cuatro principales fuerzas de oposición sumadas.

Las cifras precisas terminarán de conocerse hoy y esta nota fue escrita anoche, por lo que la evaluación se ceñirá a líneas generales, sometidas a revisión. Conducido por la presidente CFK, el oficialismo ratificó su condición de primera fuerza nacional. Que pese a ello los medios del Grupo Clarín, propios y asociados, hayan decretado su derrota, oponiendo las Primarias Legislativas de ayer a las presidenciales de 2011, muestra que sólo sumando peras con manzanas consiguen disimular su desasosiego y seguir editando la realidad de acuerdo con sus contrariadas intenciones.

Si las posiciones de ayer se repitieran en las legislativas de octubre, mejoraría la representación gubernativa en la Cámara de Diputados y la mantendría en el Senado o sufriría alguna leve merma. Salvo una avalancha en una u otra dirección, cosa que ayer no se produjo, ambos resultados eran previsibles, por dos razones:

- En una cámara se renuevan las diputaciones asignadas en 2009, el peor año para el oficialismo, y en la otra las senadurías electas en 2007, cuando CFK llegó por primera vez a la presidencia. Por eso, ponía en juego pocas bancas en Diputados y más en Senadores.

- Es imposible sumar los votos de las distintas fuerzas opositoras, dada la falta de afinidad entre ellas. Mientras el Frente para la Victoria tuvo una representación homogénea en todo el país, el resto de las preferencias se dispersó en boletas incompatibles: Unen y PRO que estuvieron parejos en la Capital, el Frente radical-socialista en Santa Fe, el Peornismo Opositor en Córdoba. Estas representaciones fuertes en sus distritos no han alcanzado proyección nacional, aunque Unen encabezó en la Capital y PRO logró una buena elección en Santa Fe y se estableció en Córdoba. Sólo la UCR (superada por la sofisticada pareja Carrió-Solanas en las Primarias de Unen en la Capital pero triunfante en Mendoza), mantiene, aún disminuida, una estructura que supera los límites distritales, resabio del viejo bipartidismo.

Una consideración aparte exige la provincia de Buenos Aires, también por dos razones: es el principal distrito electoral del país, donde votan 38 de cada cien empadronados, y tres de las cuatro mayores fuerzas forman parte del Justicialismo, cuyo comportamiento suele seguir el modelo del reloj de arena, con deslizamientos de una posición a otra hasta la reconstrucción del todo en el polo opuesto.

Escrutado un tercio de las mesas, el Frente Renovador de Sergio Massa aventajaba por cinco puntos a Martín Insaurralde. Pero el Frente para la Victoria prevalecía por la misma diferencia en las listas de diputados provinciales. El significado de esta diferencia deberá ser estudiado en detalle con vistas a octubre.

Al cierre de su campaña Massa dejó de ocultar quiénes son sus patrocinadores. No tuvo reparos en anunciar ante un banquete de grandes empresarios su programa presidencial: seguridad jurídica para las empresas privadas, desideologización y desregulación, reformulación de alianzas internacionales, generación de confianza para atraer inversiones, superación de fricciones con “el campo”, mejora de la competitividad industrial tocando el tipo de cambio; mirar al futuro y no al pasado, volver a endeudarse en el mercado financiero; permitir que los bancos vuelvan a intervenir en el sistema jubilatorio; establecer una política de metas de inflación, lo cual implica ajuste sobre salarios y gasto público; luchar contra la corrupción, replantear la política energética y garantizar la independencia de la Justicia.

Buena parte de los simpatizantes del Peornismo Opositor denarvaezta se corrió ayer hacia el Frente Renovador, lo cual limita las posibilidades de crecimiento de Massa en lo que resta. En cambio, es posible que el mayor conocimiento de Insaurralde en los próximos 75 días acerque más su desempeño a los índices de aprobación de Cristina. La victoria de Massa parecía clara, pero el Frente para la Victoria no acusaba el golpe con el mismo dramatismo de 2009, cuando el candidato superado fue el propio Kirchner. La diferencia se veía en los rostros sonrientes de anoche y en la serenidad del discurso presidencial.

En cualquier caso, ningún bonaerense pudo alcanzar la presidencia, ni siquiera después de la reforma constitucional de 1994 que reemplazó el amortiguador Colegio Electoral por el distrito electoral único donde la provincia hace valer su peso. Y los resultados de medio término en la provincia no tienen reflejo automático en las presidenciales siguientes. Antonio Cafiero se impuso en 1987 pero al año siguiente perdió las internas presidenciales con el riojano Carlos Menem, que en 1989 desplazó del gobierno a la UCR. Néstor Kirchner, Daniel Scioli y Sergio Massa fueron batidos por Francisco De Narváez en 2009 y no obstante CFK ganó las presidenciales de 2011 con la mayor diferencia de los 30 años de democracia.

En ese mismo período 1983-2013 sí tuvieron valor predictivo los resultados nacionales en las elecciones de medio término. Quien se impuso en ellas ganó siempre la presidencia dos años después: el justicialismo bajo alguna de sus diversas encarnaciones en 1989, 1995, 2003, 2007 y 2011; el radicalismo y sus aliados en 1999. Que el Frente para la Victoria parta con esa decisiva ventaja para las elecciones ejecutivas de 2015 no permite aventurar pronósticos sobre las candidaturas que competirán entonces.

Quienes se horrorizan ante la perspectiva de un cuarto mandato del kirchnerismo proyectan para entonces una disputa entre Daniel Scioli y Sergio Massa. Pero la forma en que Cristina subordinó al gobernador (sin concederle nada de lo que reclamaba ni dejarle otra alternativa que el alineamiento incondicional), y con un candidato desconocido, en apenas dos meses de campaña redujo a la mitad la ventaja inicial del intendente de Tigre, sugiere que esta idea es tan prematura como inconsistente y que ningún análisis tiene sentido si ignora que Cristina sigue siendo la Gran Electora para 2015.


Final abierto, con repunte opositor

Por Mario Wainfeld

Hubo alto nivel de participación, como es regla. La jornada estuvo signada por el respeto y el civismo. La continuidad democrática y la credibilidad de los comicios son patrimonio de todos los argentinos, que nuevamente debe ser celebrada.

Las encuestas previas, que habían formateado las expectativas, se confirmaron en trazos gruesos. La variación, que se fue dando de modo distinto según las provincias, se sesgó a favor de diferentes expresiones opositoras, en detrimento del oficialismo. El Gobierno obtuvo menos votos de los calculados, en la mayoría de los distritos y en total general.

Esta nota se cierra en la medianoche del domingo, sin conocerse los guarismos totales de las 24 provincias, por eso menciona muy contados números. Serán analizados en los próximos días y se reseñan en otras páginas de esta edición. Se relevan los resultados más tajantes y las tendencias que no pueden tener alteraciones significativas.

Sumando, con tales limitaciones, lo conseguido por el Frente para la Victoria (FpV) y sus aliados de fierro estuvieron por debajo del 30 por ciento, que es un piso bajo para su historia y pretensiones.

El cálculo, hipotético aunque referido a un punto crucial, de las bancas que obtendría de repetir su desempeño dentro de dos meses, sugiere que subiendo un poco su acumulado de ayer, podría conservar quórum ajustado en ambas Cámaras del Congreso. Habrá que leerlo más fino hoy, con los datos totales.

Sigue siendo el partido más apoyado a nivel nacional.

Las PASO dejan afuera a quienes no alcanzan un piso electoral, relanzan y potencian a quienes ganan internas. Además, fungen como una muestra indubitable del humor ciudadano, que emitió una señal que el kirchnerismo debería develar sin derrotismos, como un acicate para la acción y sin sordera.

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Los festejos más entusiastas fueron opositores y se diseminaron en distintos escenarios. La dispersión de las presuntas alternativas al oficialismo continúa en pie. Ayer se fortificaron varias, de cara a la campaña más relevante. Podrán afrontarla con mayor mística. En general, los resultados embellecen a los ganadores.

Cinco diferentes vertientes opositoras se impusieron en los distritos más poblados, que aportan la mayor cantidad de bancas de diputados: Buenos Aires, Ciudad Autónoma (CABA), Córdoba, Santa Fe y Mendoza.

La figura central de la jornada fue el intendente de Tigre, Sergio Massa, prevaleció en Buenos Aires, ratificando los vaticinios de los sondeos y será centro de atención en los próximos meses.

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Massa confirmó los sondeos previos, superando al intendente de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde. La distancia entre ambos es rotunda, calibrada en porcentajes y en votos. Si el resultado se replicara en octubre, Massa sería titular de un importante bloque de diputados. Y, dada la diáspora opositora, conductor de uno de los partidos opositores más numerosos a nivel nacional. Un diez u once por ciento de los votos emitidos basta para eso, toda una definición sobre el mapa político actual.

Si Massa contiene el apoyo de los bonaerenses, está en capacidad de convertirse en uno de los referentes del peronismo no kirchnerista, que quedó muy machucado en 2011.

Será, ya lo es, el ahijado de los medios dominantes. Su centralidad, que consiguió en las urnas, será un hueso duro de roer para la lista de Insaurralde. La ilusión del kirchnerismo por revertir el resultado también se nutre en las encuestas previas: acortó el gap con Massa, acrecentó el conocimiento público, le queda camino para recorrer ahí.

Las listas de Margarita Stolbizer y Francisco de Narváez bregarán para minimizar la polarización entre el FpV y en FR: es un objetivo peliagudo.

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En la CABA se corroboraron los anticipos. La Coalición Unen sacó buen rédito de haber congregado fuerzas disímiles y haber apelado al mecanismo de las primarias. La diputada Elisa Carrió recobró el favor de los porteños, que le han dado muchas satisfacciones. El agregado de todos los precandidatos Unen es notable. ¿Sostendrán los votos “Lilita” y el diputado Fernando Solanas? Es un enigma por ahora, que tratarán de responder con buen ánimo.

El PRO se llevó un resultado bueno, no espectacular. Lo espera una “interna de la oposición” frente a “Lilita” quien le disputa un tramo similar del electorado. Hasta acá, el macrismo no fue casi cuestionado por nadie fuera del FpV. Lo que advendrá es otro cuadro, más trabajoso desde ya.

Los precandidatos del FpV, Daniel Filmus y Juan Cabandié, congregaron alrededor de un 20 por ciento, mucho más que lo obtenido por Carlos Heller en 2009 aunque un piso bajo para las proyecciones anheladas por el kirchnerismo porteño.

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El radicalismo ganó holgadamente en Mendoza de la mano de Julio Cobos. Quedó, esperablemente, segundo en Córdoba. Sostuvo su bastión en Corrientes. Repuntó mucho en varias provincias, Catamarca entre otras.

Recuperó algo de terreno en general refrescando su condición de segunda fuerza a nivel nacional. Su flaqueza parece seguir siendo la zona metropolitana: pelea entre el tercer y cuarto puesto en “la provincia”. En la CABA, la interna de la Unen lo dejó muy mal parado.

La UCR integra coaliciones en muchos distritos, habrá que ver si eso le permite mantener en octubre la alta cantidad de bancas que procura revalidar. La resurrección de Cobos le agrega un esbozo de referente, algo de lo que carece a nivel nacional.

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El ex gobernador socialista Hermes Binner revalidó títulos en Santa Fe con amplia aprobación. La alianza que lo une al radicalismo (que ocupa un rol de aliado y no de socio pleno) le volvió a rendir frutos. Binner, que fue el segundo en las presidenciales de 2011, es un presidenciable potencial, a condición de articular con otros partidos. La primacía del socialismo se extingue más allá de las fronteras de Santa Fe.

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El peronismo “federal” era amplio favorito en la imbatible San Luis de los Rodríguez Saá y en Córdoba donde venció la lista encabezada por el ex gobernador Juan Schiaretti. El actual mandatario pejotista, José Manuel de la Sota, sostiene su vigencia local pero, como le pasa a Binner y a Mauricio Macri no trasciende mucho más allá.

Massa agrega un participante nuevo a un colectivo que venía desinflado. Arranca de cero, es más joven que sus potenciales antagonistas, lo aúpan los poderes fácticos. Esas ventajas comparativas para un dirigente de centroderecha no lo transforman en un líder aceptado por el conjunto, condición en general esquiva a los bonaerenses.

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El oficialismo logró su mejor porcentaje provincial merced a un aliado radical K: el gobernador de Santiago del Estero Gerardo Zamora, que pinta para sostener dos senadores para el oficialismo. En Tucumán, el gobernador José Alperovich marcó buena distancia. Otro tanto puede decirse de Entre Ríos, donde el gobernador Sergio Urribarri se jugó a fondo, incluso como senador suplente en la lista respectiva. Miguel Pichetto se distanció de sus adversarios radicales rionegrinos en la elección para senadores.

Son contados, de provincias de rango medio, los dirigentes kirchneristas que salieron muy bien parados, a la hora del recuento.

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Las PASO de dos años atrás sellaron el veredicto electoral. No está escrito que la historia se repetirá, porque las condiciones son diferentes. El precedente en una elección nacional es único y, todo lo indica, es aventurado traspolarlo mecánicamente a una compulsa legislativa en 24 provincias.

Claro que sería necio reducir a los resultados de ayer a un partido de pretemporada o a un ensayo general. La muestra ciudadana es muy amplia, bastante concordante en distintos distritos. Emitió señales políticas que los competidores (el gobierno en especial) deben descifrar para reorientar sus campañas e incluso su gestión.

En las elecciones generales se dirime la integración del Congreso, que puede lubricar o entorpecer la gobernabilidad hasta 2015. Es esencial (la primera prioridad del comicio, a los ojos del cronista) para el kirchnerismo. Ya se dijo, tiene perspectivas de lograr su objetivo.

La competencia electoral también es medición de legitimidades, esbozo de la reconfiguración del espacio opositor, eventual cantera de nuevos referentes. Las imágenes del domingo en esos rubros fueron más estimulantes para los adversarios del gobierno, aunque no le garantizaron la reválida en octubre. Y, mucho menos, le resolvieron el problema de su fragmentación y carencia de liderazgos unificadores.

Se abren dos meses y medio de labor ardua para dirigentes, elencos de campaña, candidatos y militantes.

Con el recuento de ese día, se medirá cabalmente el impacto de las PASO en el escenario general. Si se replicara el cuadro de ayer, el gobierno encararía otro tramo difícil de su saga. Ha superado otros, tal vez pueda evitarlo si mejora su desempeño. No es seguro, ni sencillo ni imposible.

 


 

El fin de ciclo hace temer por una nueva dosis de intervencionismo

El Cronista. Por Hernán de Goñi

El principal impacto que una elección legislativa sobre la economía tiene que ver con la formación de expectativas. La economía real no se conmueve por una primaria, a menos que su resultado no esté en línea con lo esperado y dispare decisiones del Gobierno que no estaban contempladas para este tiempo. Por eso empresarios e inversores evaluaban anoche con atención si el triunfo de Sergio Massa en Buenos Aires y la pérdida de varios distritos importantes se traducirán en un nuevo escenario para el corto plazo. La respuesta que esperan -con inocultable ansiedad- no emergerá fácilmente: lo que en el fondo quieren saber es cómo fluctuará desde hoy el estado de ánimo de la presidenta Cristina Kirchner. Los números no anticipan algo bueno.

La aritmética le dará al Frente para la Victoria una primera suma positiva: tendrá más votos en todo el país que la oposición. Lo favorecerá la dispersión que muestran los segundos, huérfanos de un consenso mayor que los aglutine mejor. Sin embargo, el kirchnerismo tendrá que digerir la exitosa irrupción de un proyecto con aspiraciones de sucederlo, como el que lidera Massa, que podría forzar realineamientos en el resto del peronismo, potenciados por triunfos locales de caudillos aliados como José Manuel de la Sota. También tendrá que asimilar la consolidación de figuras nacionales como Mauricio Macri y Hermes Binner, así como el resurgimiento de enemigos como Elisa Carrió y Julio Cobos, que pueden alimentar un nueva versión del Acuerdo Cívico y Social.

La jefa de Estado, instalada desde la noche temprana en el bunker del Hotel Intercontinental, esperó hasta contar con votos de todas las provincias antes de hablar. En esas cuentas provisorias, la chance de retener al total de los legisladores que vencían mandato todavía está en pie, pero es dudosa. El hecho de que la pérdida de votos en la elección bonaerense quede asociado a su participación personal en la campaña (producto de haber impulsado a un intendente de bajo perfil como Martín Insaurralde), tampoco será inocua. Este panorama, si se repite en octubre, puede implicar un bloqueo definitivo a la idea de una reforma constitucional que abra paso a un tercer mandado de Cristina. Con lo cual lo que se instalará con fuerza hacia adelante en la gestión oficial es la sensación de fin de ciclo.

La Presidenta es la gran decisora del Gobierno. Y si la política le marca nuevos tiempos, lo que puede esperarse es algún movimiento más intenso en el estrecho sendero de posibilidades que tiene por delante el kirchnerismo.
Carlos Kunkel, el veterano diputado bonaerense que ha actuado en el pasado como mentor político de los Kirchner, dejó anoche un mensaje enigmático: señaló que “el Gobierno tomará medidas luego de conocer los resultados”. Nadie que conozca el pensamiento oficial imagina que su alusión esté referida solo a un cambio de funcionarios, como podría suceder por la derrota en Chubut del ministro de Agricultura, Néstor Yahuar.

Los analistas no proyectaban rumbos muy diferentes en materia económica. Hay razones que las elecciones no alteraron: el cepo al dólar continuará porque hay menos ingreso de divisas por el comercio (más aún con la soja en caída) y porque las importaciones de energía siguen altas. La inflación seguirá viva, tanto como el dólar blue, porque el Gobierno no se permite adoptar políticas para combatirlas que desafíen el relato. Los subsidios tampoco desaparecerán, ni la emisión del BCRA para financiar al Tesoro.

El interrogante que intentarán despejar desde hoy todos los protagonistas de la economía es si el kirchnerismo buscará recuperar capital político para los dos años que quedan, de la mano de un “vamos por todo” que remate la vocación de intervencionismo y control que ya mostró en esta década.


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