La técnica que se utilizará en Loma de la Lata del yacimiento Vaca Muerta para la explotación de gas y petróleo no convencional se denomina fracking o fractura hidráulica. Consiste en la inyección a alta presión en la tierra –en general atravesando acuíferos subterráneos– de agua con químicos para fracturar la roca que contiene hidrocarburos, que luego son extraídos, dejando reflujos de agua contaminada y sustancias nocivas. El peligro de contaminación de aguas y suelos aparece indisolublemente asociado al fracking.
Por estas razones, países como Francia, Irlanda del Norte, Bulgaria, o el estado de Vermont en Estados Unidos, han prohibido el fracking, entre otros, y muchos lo han suspendido hasta probar que no contamina. Si bien está prohibido en varias localidades argentinas por iniciativa de las comunidades, el Gobierno Nacional se muestra abierto de brazos a la nueva modalidad de saqueo por multinacionales que hacen aquí lo que no pueden en sus países.
No obstante, en la Ley General del Ambiente existen principios que no pueden desoírse: el principio preventivo, que consiste en la obligación de prevenir los efectos negativos que pueden producirse sobre el ambiente, y el principio precautorio, que establece que para adoptar medidas que impidan daños en el ambiente no se requiere certeza científica, sino que basta con el mero peligro de que se produzca el daño. Sólo con los antecedentes y la honesta aplicación de estos principios se debería impedir la utilización del fracking en suelo argentino.
A ello se suma la violación del derecho de los pueblos originarios que habitan el área a ser consultados previamente de la concesión, lo que transgrede el convenio Nº169 de la OIT y la Declaración sobre Pueblos Indígenas de la ONU.
La realidad, como casi siempre, está muy lejos del relato oficial, y el acuerdo con Chevron es una lisa y llana entrega de recursos naturales a una empresa con nefastos antecedentes por contaminación en Ecuador, aquí premiada con el levantamiento del embargo y exenciones impositivas.
La actualidad energética y la riesgosa situación en la que mundialmente hemos colocado a la naturaleza nos imponen la obligación de enfrentar un desafío hacia el futuro: el desarrollo serio y en escala significativa de energías renovables.
Sostener el modelo ‘Vaca Muerta’ significa aceptar que existan zonas de sacrifico para un supuesto desarrollo. Zonas de sacrificio, sin eufemismos, significa poblaciones privadas del acceso al agua, contaminación de la tierra y los acuíferos, propagación de enfermedades y desplazamiento de pobladores.
Es hora de que dejemos de pensar en la depredación de los recursos naturales y los bienes comunes, y de que empecemos a trabajar en su preservación, entendiendo que ello no es un obstáculo para el desarrollo, sino una pieza fundamental para alcanzarlo. El desafío es entonces pensar el desarrollo sin zonas de sacrificio. Desde esa perspectiva el modelo ‘Vaca Muerta’ es un camino al fracaso, pues no hay desarrollo posible sin agua y un ambiente sano.