Si el acto de Cristina Fernández de anoche en Paraná constituyera un anticipo de la campaña electoral, podría empezar a convenirse algo: la Presidenta pareciera dispuesta a convertir las legislativas de octubre en un verdadero plebiscito sobre ella misma. Sin los resguardos, tal vez, que suele encerrar cualquier comicio de medio término.
Cristina volvió sobre su libreto más conocido. Aquel que le ha rendido además los éxitos mayores. Remontó sus palabras, siempre, a la crisis del 2001 y a los sufrimientos de la sociedad.
Reavivó aquellos miedos. Y sobrevoló la década como si cada tiempo hubiera sido igual al otro. La década tuvo un claro punto de inflexión, económico, político e institucional, desde que ella llegó al poder en el 2007. Se inauguró entonces un claro deterioro general enmascarado sólo por el relato y, también, por la buena cuota de astucia para desarrollarlo.
Quedó en claro que la Presidenta no estaría dispuesta a arriar ninguna de las banderas que le agrada enarbolar. Insistió con la reforma judicial, con la supuesta pluralidad de la ley de medios, con el voto popular para la elección de jueces. La equiparó con una elección de 1825 cuando la Virgen de Rosario fue ungida patrona de Paraná en una compulsa aldeana en la cual relegó a San Miguel Arcángel y Santa Rosa de Lima. Partidos, íconos religiosos y Poder Judicial formaron parte de su ensalada habitual, que supo sazonar –como es ahora de rigor– con invocaciones de amor y también alguna palabra elevada de tono.
Desde Paraná, Cristina también lanzó la campaña en Buenos Aires que se cargará sobre sus hombros. Podría haber en esa determinación presidencial dos razones: su vocación por no delegar ninguna pelea, como también lo hizo Néstor Kirchner, con poca suerte, en las legislativas del 2009; la general debilidad de los candidatos oficiales en los distritos principales. En especial, Buenos Aires, Córdoba y Mendoza. Recordó anoche en su mensaje a Daniel Filmus, que volverá a lidiar en una Capital adversa. Tuvo sentado en el palco a un adusto Jorge Obeid, que encabezará la lista cristinista en Santa Fe, desde hace rato esquiva al peronismo.
El problema central es, sin embargo, Buenos Aires. Martín Insaurralde, primer candidato a diputado, es un dirigente de bajo conocimiento provincial. Apenas un 40% de los bonaerenses, en casos con asistencia, según indican las encuestas, atinan a identificarlo. Le sigue Juliana Di Tulio, que reemplazó a Agustín Rossi como jefe del bloque de diputados, también con poca intensidad de conocimiento popular. Y luego Verónica Magario, una militante de La Matanza. Los más famosos (los ultra Carlos Kunkel, Diana Conti, Héctor Recalde) tienen un lugar menos visible en la boleta. Una de las rarezas que exhibió el armado del Gobierno, junto a otras tres: el eclipse de Alicia Kirchner, en algún momento alzada como posible postulante bonaerense; la pérdida de influencia de su agrupación, La Kolina; los obstáculos del Movimiento Evita para encontrar lugares expectables en las listas.
El primer disparo de Cristina en campaña fue contra el Frente Renovador, que lidera Sergio Massa. No lo mencionó pero hizo alusión a “los rejuntes” que, bajo su óptica, dificultaría la gestión parlamentaria. Prefiere sólo los soldados mansos. La lista de Francisco De Narváez, en ese sentido, sería más homogénea. Aglutina, de base, al peronismo disidente y al sindicalismo de Hugo Moyano. El intendente de Tigre hizo otra cosa: reunió a antiguos K, con dirigentes de otros partidos, independientes, empresarios y sindicalistas. Ese, sin dudas, sería “el rejunte” de la alusión presidencial.
Ni De Narváez ni Massa, todavía, parecieran haber enfocado sus campañas. Perduran entre ellos los recelos de una negociación frustrada y el afán de conquistar la representación de la verdadera oposición al Gobierno. Mientras no logren saldar la diferencia, podrían existir dos beneficiados: Margarita Stolbizer, la aspirante del FAP, y la propia Cristina.
De Narváez insiste en que la irrupción de Massa sería funcional al Gobierno. El intendente marcó sus primeras distancias el día del lanzamiento – oponiéndose a una posible re-reelección– pero el mensaje del conjunto no habría seguido aún la misma dirección. El intendente de Adrogué y segundo en el listado, Darío Giustozzi, apeló a un riesgoso equilibrio político cuando proclamó que “no hay fin de ciclo” –en referencia al kirchnerismo– y que “lo que podamos construir no hay que hacerlo sobre la destrucción del que se va”. Sutilezas acordes a otro momento, no tal vez a un inicio de campaña cuando se pretende definir un perfil opositor.
Es difícil suponer que Massa no quiera asumir ese papel. Pero pretende hacerlo desde un lugar menos antitético que el que propondría De Narváez. El intendente está convencido, de acuerdo a la parva de trabajos de opinión pública que repasa, de que la sociedad reclamaría una propuesta superadora del cristinismo y no únicamente antagónica. Habrá que ver si la estrategia de Cristina, siempre virulenta, permite andar por ese sendero angosto.