La última década ha sido propicia para el avance del sector energético en América Latina. Hay tres factores que han jugado a favor de la expansión de las reservas como de la producción de petróleo y gas.
El primero es el alza del precio internacional del petróleo que actualmente supera los 95 dólares, cuando en la década anterior oscilaba en torno a los 20. El segundo es que nunca como en los últimos años ha sido tan fácil financiar las costosas inversiones energéticas en América Latina; baste decir que entre 2003 y el 2012 las inversiones directas externas se multiplican en nuestra región nada menos que cinco veces, llegando ya a los 190.000 millones de dólares. Al mismo tiempo el costo del capital se ha reducido sustancialmente, ya que las tasas de interés internacionales registran ahora valores tan reducidos (la tasa Libor por debajo del uno por ciento anual) que ni llegan a la quinta parte del nivel de la década anterior.
Todo esto es favorable y muy importante, ya que para aumentar la producción de hidrocarburos hay previamente que invertir tanto en exploración como en desarrollo de las reservas descubiertas.
Los buenos resultados están ya a la vista en América Latina; en la última década la producción de petróleo aumentó 76% en Perú, 58% en Colombia, 44% en Brasil, 31% en Ecuador y 25% en Colombia.
También fue una buena década para la producción de gas, ya que aumentó 6 veces en Perú, 56% en Colombia, 49 % en Brasil, 57% en Bolivia, 27% en Venezuela, 22% en México y 37% en Trinidad-Tobago. Estos incrementos en la producción son sostenibles porque están basados en aumentos en las reservas, que han crecido gracias a inversiones alentadas por políticas sensatas en un marco de previsibilidad jurídica. Es así como, por ejemplo, Perú y Colombia duplican sus reservas gasíferas en la última década, mientras que Brasil las incrementa en un 150%. El aumento en las reservas petroleras en la región no se queda atrás ya que se triplican en los últimos diez años.
Pero Argentina es una notable excepción en este cuadro tan propicio, ya que es la única nación latinoamericana que en energía retrocede y mucho. Los actuales responsables de la política energética hace ya diez años que están en funciones. Esto es digno de mención porque nunca hubo un mismo ministro en esta área durante 120 meses.
El balance es negativo, ya que desde que asumieron estas autoridades han venido observando pasivamente cómo caían todos los meses tanto la producción de gas como de petróleo. Por eso ahora se produce un tercio menos del petróleo que se producía cuando comenzaba esta gestión, en mayo del 2003; es difícil de entender esta pasividad cuando se observa que por 120 meses consecutivos cae la producción.
Lo mismo ocurre con el gas, ya que ahora se produce un quinto menos que lo que se producía en 2004, en una grave caída acumulativa que ya lleva nada menos que 100 meses seguidos.
Desde ya que la producción cae porque caen las reservas.
Esta pérdida de recursos naturales es tan grande que intentar cubrirla totalmente con importaciones de hidrocarburos nos costaría en el futuro a todos los argentinos más de 300.000 millones de dólares.
Los cepos cambiarios lucen por ahora como la única respuesta simplista a este retroceso productivo.
Nuestra pérdida de reservas no corresponde a una maldición geológica, sino que refleja la ausencia, en esta década perdida, de una sensata política energética que promueva la producción.
Las autoridades impulsaron el “capitalismo de amigos petroleros” en la adjudicación de la mayor parte de áreas petroleras para exploración. Por ejemplo, en 2006 Santa Cruz otorgó 7,2 millones de hectáreas para desarrollo de hidrocarburos, en una licitación en la cual se descalificó desde el inicio a todos los petroleros en serio.
Así se pudieron adjudicar todas las áreas licitadas a Lázaro Báez y Cristóbal López.
No es tampoco ajena a esta gran descapitalización energética la perjudicial decisión del Gobierno de contribuir con el voto del director estatal a la absurda, por lo cuantiosa, distribución de dividendos de YPF en los últimos años. Esto ocurrió a partir del 2008, cuando las autoridades aprobaron por escrito el ingreso a la tradicional empresa líder de un socio español-australiano con manifiesta vocación de “sacar” pero sin “poner”.
Pero siempre hay una luz de esperanza, ya que recursos potenciales no nos faltan.
Pero de poco nos servirán en el futuro si no están puestos en valor mediante una nueva y muy distinta política energética capaz de movilizar genuinas inversiones de riesgo. La tarea no es tan difícil: basta simplemente con abandonar el depredador capitalismo de “amigos” y prestar atención a lo que ha ocurrido en América Latina en esta “década ganada”.