Ya son 200 años de minería en la Argentina, ha recordado el sector, evocando la Asamblea Constituyente de 1813, que dispuso la acuñación de monedas con plata del territorio nacional. Un lindo dato para el 99% de los argentinos, que creen que la cuestión minera comenzó en los ’90, con las nuevas leyes y las modernas explotaciones que les siguieron. Tres de esas minas están en la provincia de San Juan. Y otra, la más grande, Pascua Lama, debería debutar el año que viene, siempre que Chile lo permita.
Pero estos dos siglos se cumplen en medio de una bajamar que comenzó hace relativamente poco y nadie sabe cuánto durará. La caída de precios y acciones en la minería mundial, más el cierre de grifos financieros han frenado la ola de inversiones. Y la minería argentina ya comenzó a sentirlo.
En algunas provincias, como San Juan, Catamarca o Santa Cruz, tal es el peso hoy del sector minero que si se resfrían Toronto, Vancouver, Sydney o Londres, mejor es que los gobiernos locales se vayan procurando mantas y aspirinas.
La debacle de los metales, desde el eufórico cenit de dos años atrás obliga a medicaciones urgentes. Por eso, las 14 minas que hoy producen concentrados y doré en la Argentina ya comenzaron a contener gastos. Para allí sopla el viento en la minería planetaria. Todavía la curva es auspiciosa, siempre que los políticos argentinos no se pasen de creativos con nuevas gabelas. Un tema más grave es la exploración: cómo salvar del naufragio y transformar en minas los 26 proyectos mineros más maduros (seis de ellos, a la cabeza) que tiene en su menú el país. Cuatro de ellos son de cobre: Agua Rica y Pachón (Xstrata), Los Azules (McEwen) y Altar (Stillwater).
Hoy sólo se están construyendo dos minas auríferas: Cerro Negro (Goldcorp) y Lomada de Leiva (Patagonia Gold), ambas en la provincia de Santa Cruz, rica en minerales pero también en conflictos políticos y sindicales. Otras mineras con proyectos factibilizados encuentran dificultades para encontrar financiamiento. En contraste, señalan analistas, activos mineros argentinos hoy depreciados pueden ser una buena opción de inversión de largo plazo.
La alta inflación, la depreciación de la moneda que niega el gobierno nacional, las restricciones al manejo de divisas, los nuevos tributos nacionales y provinciales, junto a las presiones para asociar al Estado en las inversiones mineras, han desalentado en los últimos tiempos un ciclo que en la última década fue auspicioso.
La tarea de la minería argentina no es fácil a la luz de nuestra “marca país”: la actual política económica es, a juicio de los empresarios, el más eficaz de los repelentes para cualquier clima inversor. Y eso es algo que excede a los intentos que haga cualquier gobierno provincial para seducir al capital minero internacional. Vale, que ya había enterrado miles de millones de dólares en Potasio Río Colorado, es el mejor y más cercano ejemplo.
En las mineras, en Argentina y en el Exterior, sólo se habla de esperar a que haya cambios de rumbos o nuevos timoneles. Y se lamenta la paradoja: nunca antes un gobierno apoyó tanto, desde su dialéctica, al desarrollo minero. Pero la Ley de Inversiones Mineras (24.196) será un trapo sucio y viejo si continúan los desaciertos macroeconómicos. Y las otras provincias mineras que experimentaron un desarrollo notable y esperaban profundizarlo, fatalmente lo sentirán.
*Director de Mining Press