No hace falta demostrar que la amistad con Hugo Chávez ha modelado la historia del kirchnerismo. Es imposible narrar la aversión de los Kirchner a una interpretación pluralista de la política, y su adaptación cada vez más entusiasta al populismo, sin mencionar su contemporaneidad con el chavismo.
Sin embargo, discernir la naturaleza y el alcance de esa consonancia resulta problemático . Sobre todo si se renuncia a categorías mecanicistas, como el plagio o la influencia.
La relación con la Venezuela de Chávez es el único vínculo externo que Néstor y Cristina Kirchner mantuvieron sin altibajo alguno a lo largo de una década. Ellos, que no pudieron perseverar en la afinidad con España, en la familiaridad con Uruguay, en la buena vecindad con Chile ni en la asociación comercial con Brasil, entablaron con el presidente fallecido un romance frente al cual el carnalismo de Menem con Bush se reduce a mera cortesía.
Las simpatías personales o ideológicas son pistas engañosas para explicar esa solidez. Chávez estuvo vinculado, desde el comienzo, a la solución de dos problemas que el kirchnerismo no consiguió resolver en una década: financiamiento y energía.
Aislado de las redes internacionales de inversión, Néstor Kirchner encontró en el venezolano a un prestamista permisivo.
Entre 2006 y 2008, Chávez financió a Kirchner en más de 5000 millones de dólares, a través de los Bonos del Sur. Tras el disfraz de la generosidad bolivariana se escondió una pésima decisión financiera del kirchnerismo, el "desendeudamiento", que se amparó en la coartada de independizar la política económica. El Gobierno saldó por adelantado una deuda de 9500 millones de dólares con el Fondo Monetario Internacional, por la que se pagaban intereses del 4,5% anual, para adquirir otra con Venezuela a más del 10% anual. Cuando esa tasa se volvió usuraria -15,6% en septiembre de 2008- los Kirchner buscaron una fuente de ingresos menos exigente estatizando el sistema previsional.
El protectorado material de Chávez fue más amplio en el área energética. En 2004, el desabastecimiento obligó a Kirchner a suspender las exportaciones de gas a Chile. El auxilio llegó a través del antiguo "Comandante Fausto", Alí Rodríguez, actual secretario general de la Unasur y por entonces presidente de Pdvsa. Fue él quien ideó el fideicomiso binacional para el trueque de alimentos por combustibles, que ha sido el eslabón más firme y controvertido del amorío entre kirchneristas y chavistas.
En el nexo energético están presentes los rasgos de un estilo inconfundible, común a los Kirchner y a Chávez: la predilección por las relaciones comerciales interestatales. La receta inaugurada con Venezuela se ensaya ahora con Angola, con Azerbaiján y, es muy probable, con Irán.
La ineficiencia es el otro rasgo de familia que aparece en estos intercambios. El fuel oil y el petróleo no venían, en general, de Venezuela, sino de otros mercados. La estatal Enarsa gastó fortunas en explorar la faja del Orinoco sin obtener reserva alguna. También iba a instalar 600 estaciones de servicio con Pdvsa, de las que se construyeron sólo dos. La planta regasificadora de Bahía Blanca quedó en veremos. Y Pdvsa no exploró uno solo de los bloques off shore asignados a Enarsa, como había prometido. Esta inoperancia militante adquirió rasgos de realismo mágico en aquella imagen de Kirchner y Chávez trazando con el dedo en un mapa de América del Sur el gasoducto de 4000 kilómetros que uniría el Caribe con el Plata.
El fideicomiso de la energía manchó la unión con Chávez con la sombra de la corrupción. La valija con 800.000 dólares de Guido Antonini Wilson y la embajada paralela denunciada por el diplomático Eduardo Sadous son estampas imborrables de la poco edificante peripecia moral del kirchnerismo.
Es posible que el rédito más alentador de la conjunción bolivariana sea el incremento del comercio, que saltó de 100 a 1500 millones de dólares anuales, gracias al trabajo poco resonante de Eduardo Sigal, el ex secretario de Comercio Alfredo Chiaradia y la ex embajadora en Caracas Alicia Castro.
Más allá de su dimensión utilitaria, ¿el chavismo ha sido para el kirchnerismo un espejo que adelanta, un modelo de llegada? El lugar común dice que sí. Pero el nexo entre ambas experiencias es intrincado.
La política exterior de los Kirchner se sirvió del idilio con Chávez como una variable dependiente de su progresivo alejamiento de Estados Unidos. Esa camaradería fue explicada primero como una forma de evitar que Chávez se sumara al "eje del mal". Casi un servicio a Washington. Pero cuando el FMI postergó, en agosto de 2004, la aprobación del programa argentino, Kirchner se entregó, despechado, a los brazos del emir caribeño. En noviembre de 2005 vapuleó a George W. Bush en Mar del Plata, mientras organizaba con su socio una contracumbre de las Américas. En diciembre de 2007, cuando desde los tribunales de Miami trascendió que los dólares de Antonini estaban destinados a la campaña de su esposa, el ex presidente se sumó a la desopilante patrulla de rescate de rehenes de la FARC en la selva colombiana. Dos meses después Cristina Kirchner invitó a Chávez a insultar desde Buenos Aires al presidente de Estados Unidos, que visitaba Montevideo. Este juego triangular prefiguró la relación con Irán, cuya vuelta de campana no se explica si se excluye a Estados Unidos como referencia permanente de la política exterior.
Las adhesiones y rechazos con Caracas y Washington estuvieron dirigidos, sobre todo, a una audiencia doméstica: haciéndole la segunda voz a la melodía antiimperialista del chavismo, los Kirchner halagaban a su clientela de izquierda, que ve en el "socialismo del siglo XXI" un relanzamiento de la revolución cubana y que encontró a menudo en Pdvsa una caja amiga. También sembraron una contradicción entre sus adversarios: Chávez tiene innumerables feligreses en el FAP, la UCR y la CGT de Moyano, lo que revela la extensión del consenso que subyace hoy a la política argentina.
Sin embargo, el kirchnerismo ha mantenido con Caracas un alineamiento político mucho menos automático que el que lo ata a las administraciones brasileñas del PT, con las que las disonancias son sólo comerciales. En la intimidad, la Presidenta se ha mostrado escéptica sobre el conflicto de Chávez con los gobiernos norteamericanos, sobre todo por el compromiso comercial de Venezuela con Estados Unidos. Y a menudo ha criticado, en voz baja, el militarismo armamentista de su amigo fallecido. Estas reservas se expresaron en la negativa a incorporarse a la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA).
Otras similitudes harían pensar que los Kirchner, sobre todo Cristina, encontraron en Chávez a un inspirador: la demonización de la prensa independiente, el avasallamiento de la Justicia, el reeleccionismo indefinido, las intervenciones sobre la economía, el culto a la personalidad del que manda. Pero es más probable que ese parecido sea hijo de una concepción populista que no necesita recurrir a la imitación porque se basta a sí misma. Las inclinaciones que se habrían contagiado del chavismo ya estaban presentes en los Kirchner cuando gobernaban Santa Cruz. Además, a ellos no les hace falta alargar la vista hasta Venezuela para aprender esa lección. Les alcanza con el magisterio del general Perón, de quien el coronel Chávez se consideró siempre un discípulo.
Ahora que el gobierno venezolano fue heredado por Nicolás Maduro, este parentesco estará sometido a un ajuste. Maduro deberá controlar un frente interno desafiante, sobre todo por el ala militar de su propio movimiento. La consistencia del hiperpresidencialismo que auspician los Laclau será puesta a prueba. Y el activismo internacional bolivariano tenderá a decaer.
Devoto de La Habana y formado en el PC venezolano, para Maduro debe haber sido misterioso anunciar la muerte de Chávez el día en que se cumplieron 60 años de la de Stalin. Aplicado y trabajador, el nuevo presidente carece de la extraversión y la extravagancia de su mentor. Además, su relación con la dirigencia argentina deberá ser reseteada. Los mejores amigos de Maduro -Alicia Castro, Rafael Follonier, Jorge Taiana y Eduardo Sigal- no ocupan el centro de la escena o no están en el poder.
Las dificultades de Maduro para llenar la vacancia internacional que deja Chávez pueden ser tentadoras para otros líderes de la región. Cristina Kirchner, que acentúa la deriva populista inaugurada hace una década con bastante timidez, es uno de ellos. La ensoñación de levantar su perfil sobre la memoria de otro muerto relevante puede resultarle irresistible. Esa fantasía explica quizás en parte su entendimiento con Teherán. La Presidenta ya confesó lo que unos pocos presentían: que su acuerdo se inscribe en una gestión de pacificación universal, que ella podría protagonizar como puente entre la Unasur y el mundo islámico.
Hay que suponer que alguien con aspiraciones de esa magnitud desea también la reelección. Pero el programa no pierde su sentido si se lo ve como la salida laboral de una biografía que, desde 1989, ha transcurrido en el seno del Estado.
Página 12/ Mario Wainfeld
Si hay un lugar común pavote y mediocre es hablar de (o esperar) un veredicto de la Historia sobre los líderes o grandes dirigentes. No existe ese tribunal impersonal (ejem), “independiente”. Los que van juzgando son los pueblos, portadores y defensores de intereses. El presidente Hugo Chávez se fue glorificado en las urnas por su pueblo, revalidado en numerosas ocasiones, repuesto en su lugar por movilizaciones masivas tras el nefasto golpe de 2002. La última elección fue una más (porque ratificó una tendencia) y fue única porque se produjo en medio de su enfermedad: quedó como el pronunciamiento final y tajante. Lo que Chávez fue para Venezuela lo plebiscitaron sus compatriotas. Los números y la recurrencia hablan solos, poco hay que agregar.
Tenía un gran manejo mediático e histriónico... Lo que concretó es bien tangible. Es difícil mensurar la proporción internacional de Chávez sin puntualizar que Venezuela no es una potencia económica ni militar. Que jamás un presidente de ese país fue tan conocido, amado u odiado, funcionando como referencia en esta América y en el mundo. Hay que saber mucha política, tener mucho don de mando y capacidad de negociación para conseguir tanto con una “base material” tan acotada.
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En la región fue un líder formidable y constructivo. Central para un nuevo diseño del Mercosur, que aglutinó a los tres países con mayor PBI. Determinante para el “No al ALCA”, que sepultó una propuesta política norteamericana en la Cumbre de Mar del Plata.
El hombre, claro, supo aliarse. Primero que nada, con Argentina y Brasil. La narrativa dominante sobre esta etapa se saltea la conjunción entre los dos países más relevantes de América del Sur, durante las presidencias de Lula da Silva, Néstor Kirchner, Cristina Fernández de Kirchner y Dilma Rousseff. La unión estratégica es un eje de la época, que en estas pampas se subestima o se niega para demostrar que lo de Brasil es formidable y lo nuestro un engendro. La sincronía en tantas medidas, la articulación y comunicación permanentes refutan esa lectura perezosa.
Chávez captó ese cuadro de situación y supo jugar dentro de él. Un ejemplo redondo fue la mentada Cumbre de Mar del Plata, donde aceptó (divertido, desde ya) hacer de chico malo cuando Kirchner y Lula se lo pedían o manejar la extensión de sus discursos para dilatar o acortar una reunión. El saldo fue el rechazo a una tremenda iniciativa imperial, conseguido a pulso.
Otro logro, chocante con la caricatura que dibuja la derecha, es cuán importante fue Chávez para la sostenida paz en la región. Y para el firme rechazo conjunto a la violencia norteamericana en Medio Oriente o la instalación de un centro de detención y tortura en Guantánamo. Entre tanto “el concierto de las naciones” acompañaba, hacía de comparsa o, en el mejor de los casos, miraba para otro lado.
Se habla de un bravucón (que podía serlo de palabra, si venía al caso), pero fue un pilar en tiempos de trabajosa integración regional, connotada por la ausencia de conflictos bélicos relevantes.
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A la hora de la hora, el orador impenitente sabía escuchar. Aceptó, a instancias especialmente de Kirchner, someterse al referéndum revocatorio: una elección a todo o nada durante un mandato vigente, algo que casi no existe en ninguna Constitución del mundo. Debía descomprimir la tensión interna. El mejor camino eran las urnas. Supo entender, le sobró cuero para jugarse. Y ganar, esa arte tan esquiva para varios republicanos de opereta que sólo convocan minorías.
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Venezuela, como tantos países, se benefició con el alza sideral del petróleo. No hay datos de otras naciones que, sin ser potencias y arrastrando necesidades importantes, usara esa riqueza para trabar relación con otros menos afortunados, para ayudarlos. De nuevo, abundan traducciones esquemáticas, provenientes de aquellos que no registran los cambios históricos y usan siempre las mismas categorías. El ladrón cree que todos son de su condición; el imperialista, también. Por eso subestiman o encasillan mal lo que concretó Chávez trasfundiendo petróleo a precio de regalo a aliados vecinos: Nicaragua o Cuba son los más característicos. O hasta ideológicos: llegó a vender nafta barata para abaratar el bus de Londres cuando lo gobernaba Ken Livingstone, un cuadro izquierdista apodado “el alcalde rojo”.
Venezuela no se constituyó en una metrópoli sino en una peculiar variación de aliado. El ejemplo de Cuba es el más complejo y evidente. Iba dinero a Cuba, desembarcaban médicos y maestros cubanos en Venezuela, se formaban médicos de toda la región en La Habana con financiamiento venezolano. ¿Había pujas por ver quién “conducía” a quién en esta relación o en la que lo ligó con Brasil y Argentina? Seguro que la hubo, siempre está presente entre aliados o compañeros de ruta. Pero no se plasmó en la relación imperio-colonia.
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Citaba a Bolívar, a Tupac Amaru, a Fidel, a Mariano Moreno, a Dorrego, a San Martín, a Salvador Allende... Ninguno de los presidentes argentinos de los últimos años evoca tanto al ex presidente Juan Domingo Perón en sus modos retóricos ni lo cita tanto en sus discursos. Era un autodidacta ávido y se
aggiornaba continuamente, vaya a saberse en qué momentos o ratos libres. Regalarle al presidente Barack Obama Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, fue un gesto ingenioso, pleno de simbolismo. Conocía la historia de nuestro país mejor que la mayor parte de los dirigentes argentinos actuales. Alguna vez se enzarzó con Cristina en una charla sobre el revisionista Jorge Abelardo Ramos, lo tenía en su biblioteca.
Sus discursos eran largos, seguramente caribeños, podían albergar un tramo musical cantado a voz en cuello o un gesto teatral, como cuando se sacudió el azufre dejado por George Bush en las Naciones Unidas. Pero distaban mucho de la parodia, al contrario, eran ejemplo de comunicación de masas. Conjugaban la lógica de la retórica dirigida a pueblos y militantes: síntesis histórica, semblanza y glorificación de los próceres. Nadie se iba sin tener una pintura de lo que quiso expresar, sin un par de consignas, de mensajes para trasmitir a sus compañeros o en sus barrios.
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Cuando el rey de España le espetó “por qué no te callas” sinceró una verdad honda, que trascendía la levedad de la anécdota. En el centro del mundo querían acallarlo, anularlo. No porque fuera exagerado y ruidoso, sino por lo que decía y representaba. Lo aborrecieron en Estados Unidos y en la Europa central. No odian a los dictadores: auparon a muchos. No odian la violencia que ellos ejercieron en Irak o Afganistán. Odian el desafío político e ideológico que le propuso nuestro Sur, en una era de relativa independencia y autonomía, sin un ápice de olor a pólvora.
El cronista le debe al periodista y ensayista Ernesto Semán esta caracterización del antagonismo ideológico, que tiene más de cien años y reflorece vital en el siglo XXI: “Chávez capturó como pocos un común denominador regional que precede al populismo: una idea de republicanismo, que pone en el centro político los derechos sociales e ideas de bien común (que muchas veces pueden ser al mismo tiempo inclusivas y autoritarias) por sobre ideas de libertad individual y derechos de propiedad privada que caracterizan al liberalismo en su versión norteamericana”.
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Se lo evocará mostrando una edición de bolsillo de la Constitución bolivariana, bailando, abrazando a sus pares, pronunciando palabras conmovedoras frente al féretro de Kirchner. El cronista se lleva en la memoria un acto realizado en Ferro, en contrapunto con la presencia de George W. Bush en Uruguay. Este escriba corría contra el cierre. El discurso se rizaba y era imposible saber cuándo llegaba a su fin. La razón profesional del cronista le ordenaba partir, para darle al teclado. Su corazón lo clavaba ahí. Le era imposible, como a muchos millones de latinoamericanos, no quererlo y disfrutar de su palabra.
Que no era hueca, además. Esa vez describió a “Cristina y Néstor” como “mis hermanos porque somos hijos de la misma crisis”, una frase tan afectuosa como precisa. Y agregó que creía más en los procesos históricos que en los hombres providenciales. Que si Bolívar hubiera muerto de disentería en la infancia o si San Martín no hubiera regresado de España, la independencia de sus países hubiera llegado igual. Tratemos de combinar, a pluma alzada, las dos afirmaciones. El determinismo absoluto no existe, las condiciones propicias sí.
La sincronía de gobiernos de matriz popular, críticos de los desvaríos y de la entrega noventista, es consecuencia de un marco general: el fracaso del neoconservadorismo. En cuanto a lo de los dirigentes providenciales, acaso no existan, estrictamente. Y por cierto de nada sirven si no “embocan” el momento histórico en que les toca vivir. Pero hay protagonistas que llegan al tope de las posibilidades disponibles. Que saben interpelar a sus pueblos y articular alianzas como pocos o nadie. Chávez fue uno de ellos, en ese sentido es irremplazable. En todo lo demás, se abren todos los enigmas acerca de cómo se suple, en pleno proceso de cambio, a un jefe carismático consagrado merced a sus acciones rompiendo la tradición y reformando a fondo las instituciones. Instituciones y tradición marchitas y estériles, por si hace falta resaltarlo.
Entre tanto, seguramente sin mayor originalidad, pero presumiendo que en sintonía con los lectores de este diario, el cronista llora a su modo la pérdida de un compañero y de un referente.
Página 12/ Martín Granovsky
Asumió antes que Néstor Kirchner y Luiz Inácio “Lula” da Silva, pero hizo falta que la Argentina y Brasil encarasen juntos la etapa posterior al desastre neoliberal para que Hugo Chávez quedase potenciado por los dos principales países de Su-damérica.
Chávez llegó al gobierno en febrero de 1999. Lula asumió el 1º de enero de 2003. Kirchner, el 25 de mayo de 2003. Aunque su presidencia, en buena medida, se debió al estallido económico del modelo de emirato petrolero, basado en la renta no repartida de un solo producto, y al estallido político del viejo sistema venezolano, y por lo tanto hay cierto parentesco con el “Que se vayan todos” de la Argentina de 2001, Chávez pasó sus primeros años en soledad. En la Argentina gobernaban primero Carlos Menem y Fernando de la Rúa. En Brasil, Fernando Henrique Cardoso. El rigor histórico debe constatar una diferencia en Eduardo Duhalde, quien era presidente cuando el empresario Pedro Carmona derrocó a Chávez en 2002. A la vez que criticó al venezolano por una supuesta “falta de habilidad para llevarse bien con la gente” y por “actitudes ina-mistosas con algunos de sus vecinos, lo que realmente enturbiaba la situación”, Duhalde no dudó en calificar el movimiento como “un golpe de Estado”. También dijo que no era “una buena noticia para América latina”.
Luego de Fidel Castro, Chávez fue uno de los personajes extranjeros más populares en la asunción de Kirchner. Los dos construyeron de entrada una buena relación, de la que Cristina Fernández de Kirchner participó como senadora y asesora dilecta de su marido, y luego como Presidenta desde 2007. Igual que Evo Morales, Chávez solía hablar de Kirchner como de un “hermano mayor”. Kirchner era de enero de 1950. Hoy tendría 63. Chávez, de julio de 1954. Murió antes de cumplir 59. Cristina, de 1953, acaba de cumplir 60. Con Lula, del 27 de octubre de 1945, la diferencia de edad era mayor.
Lo determinante en el acercamiento de todos ellos fue la sintonía sobre el pasado, el énfasis en la integración y la decisión de aproximarse por encima de las diferencias nacionales y personales, que ninguno diluyó en ningún momento.
La primera necesidad compartida fue salir de la crisis impuesta por el modelo neoliberal de desregulación y dependencia del endeudamiento y del capital externo.
La segunda fue acumular poder común de negociación en un mundo que abría oportunidades de crecimiento, por la valorización de las commodities provenientes de América latina, pero que bien podía cerrar esas oportunidades de un momento a otro.
La tercera, imaginar una región dotada no sólo de soja, petróleo o mineral de hierro, sino de condiciones de paz que pudieran otorgarle una ventaja comparativa en relación con las zonas más calientes del planeta.
Un ejemplo de la tercera necesidad fue la mediación que Néstor Kirchner emprendió como secretario de la Unión de Naciones Suramericanas en agosto de 2010, poco después de que Venezuela y Colombia rompieran relaciones y crecieran las amenazas de una guerra entre los dos países. Con fuerte apoyo de los presidentes de los dos países grandes, Lula y Cristina Fernández de Kirchner, el ex presidente argentino logró la confianza suficiente en el colombiano Juan Manuel Santos como para que los Estados belicosos volvieran a enviarse embajadores. Lo ayudó en esa tarea su mano derecha para las negociaciones en América latina, Rafael Follonier, que trata personalmente a todos los líderes de la región y a menudo a sus segundas líneas. También fue de la partida entonces el actual jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina.
La gran prueba que habían sorteado juntos Kirchner, Chávez y Lula databa de noviembre de 2005. El primer recuerdo que aparece revisando la memoria o los archivos es el de un acto en Mar del Plata contra la creación de un Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA), donde además de Chávez participó, entre otros, Diego Maradona. Pero lo decisivo fue la determinación de la Argentina, Brasil y Venezuela de no aceptar que el ALCA quedara constituida en esa cumbre de Mar del Plata a la que asistió el presidente norteamericano George Bush acompañado en su meta de liberalización por su colega mexicano Vicente Fox.
Los presidentes de los países más grandes de Sudamérica no plantearon esa determinación como predominantemente ideológica, aunque tenía un componente de ese tipo, sino práctica: un ALCA sería contradictorio con el objetivo de reindustrialización y corrimiento respecto de los organismos multilaterales de crédito que buscaban ya en 2005 tanto Brasil como la Argentina, y también Venezuela. Con esa visión sobre el futuro a evitar se movieron los negociadores técnicos del momento, el argentino Alfredo Chiaradía, vicecanciller económico, y el brasileño Adhemar Bahadian.
Como suele pasar en las relaciones internacionales, la base de la confianza personal se teje en los momentos de mayor tensión, cuando de verdad se juegan opciones capaces de alterar el futuro. Eso explica que cada cual jugara su juego y que hubiera espacio no sólo para las diferencias, sino para alguna reconvención muy privada. Ante un discurso incendiario, Chávez podía escuchar sin ofuscarse frases como ésta de Kirchner: “Hugo, se te fue la mano, porque así nos jodés a todos”. Lo aceptaba porque al mismo tiempo ni Kirchner ni Cristina Kirchner dudaron en agradecerle públicamente lo que creyeron oportuno –la asistencia financiera y energética de comienzos del gobierno– y porque ni ellos ni Lula, o Dilma Rousseff después, vacilaron en la decisión tomada según la que Chávez debía estar cerca y no lejos. A tal punto cerca que en 2012 Venezuela terminó incorporándose como miembro pleno del Mercosur.
Más allá o más acá de los Estados y sus instituciones, lo cierto es que los líderes políticos de cada país y las fuerzas gobernantes buscaron siempre un acercamiento que potenciara sus afinidades y les permitiera discutir con sinceridad las diferencias. Hacía tiempo que, en persona, Dilma y Cristina seguían las alternativas de la salud de Chávez, del mismo modo que se alegraron por la designación de Nicolás Maduro como vicepresidente. Ninguno de los dos Estados participará como tal de las próximas elecciones venezolanas, pero está claro dónde se ubica el corazón de cada uno.
Página 12/Por Atilio A. Boron
Cuesta muchísimo asimilar la dolorosa noticia del fallecimiento de Hugo Chávez Frías. No puede uno dejar de maldecir el infortunio que priva a Nuestra América de uno de los pocos “imprescindibles”, al decir de Bertolt Brecht, en la inconclusa lucha por nuestra segunda y definitiva independencia. La historia dará su veredicto sobre la tarea cumplida por Chávez, aunque no dudamos de que será muy positivo. Más allá de cualquier discusión que legítimamente puede darse al interior del campo antiimperialista –no siempre lo suficientemente sabio como para distinguir con claridad amigos y enemigos– hay que partir reconociendo que el líder bolivariano dio vuelta una página en la historia venezolana y, ¿por qué no?, latinoamericana.
Desde hoy se hablará de una Venezuela y una Latinoamérica anteriores y de otras posteriores a Chávez, y no sería temerario conjeturar que los cambios que impulsó y protagonizó como muy pocos en nuestra historia llevan el sello de la irreversibilidad. Los resultados de las recientes elecciones venezolanas –reflejos de la maduración de la conciencia política de un pueblo– otorgan sustento a este pronóstico. Se puede desandar el camino de las nacionalizaciones y privatizar las empresas públicas, pero es infinitamente más difícil lograr que un pueblo que adquirió conciencia de su libertad retroceda hasta instalarse nuevamente en la sumisión. En su dimensión continental, Chávez fue el protagonista principal de la derrota del más ambicioso proyecto del imperio para América latina: el ALCA. Esto bastaría para instalarlo en la galería de los grandes patriotas de Nuestra América. Pero hizo mucho más.
Este líder popular, representante genuino de su pueblo, con el que se comunicaba como nunca ningún gobernante antes lo había hecho, sentía ya de joven un visceral repudio por la oligarquía y el imperialismo. Ese sentimiento fue luego evolucionando hasta plasmarse en un proyecto racional: el socialismo bolivariano, o del siglo veintiuno. Fue Chávez quien, en medio de la noche neoliberal, reinstaló en el debate público latinoamericano –y en gran medida internacional– la actualidad del socialismo. Más que eso, la necesidad del socialismo como única alternativa real, no ilusoria, ante la inexorable descomposición del capitalismo, denunciando las falacias de las políticas que procuran solucionar su crisis integral y sistémica preservando los parámetros fundamentales de un orden económico-social históricamente desahuciado. Como recordábamos más arriba, fue también Chávez el mariscal de campo que permitió propinarle al imperialismo la histórica derrota del ALCA en Mar del Plata, en noviembre de 2005. Si Fidel fue el estratega general de esta larga batalla, la concreción de esta victoria habría sido imposible sin el protagonismo del líder bolivariano, cuya elocuencia persuasiva precipitó la adhesión del anfitrión de la Cumbre de Presidentes de las Américas, Néstor Kirchner; de Luiz Inácio Lula da Silva, y de la mayoría de los jefes de Estado allí presentes, al principio poco propensos –cuando no abiertamente opuestos– a desairar al emperador en sus propias barbas. ¿Quién si no Chávez podría haber volcado aquella situación? El certero instinto de los imperialistas explica la implacable campaña que Washington lanzara en su contra desde los inicios de su gestión. Cruzada que, ratificando una deplorable constante histórica, contó con la colaboración del infantilismo ultraizquierdista que desde dentro y fuera de Venezuela se colocó objetivamente al servicio del imperio y la reacción.
Por eso su muerte deja un hueco difícil, si no imposible, de llenar. A su excepcional estatura como líder de masas se le unía la clarividencia de quien, como muy pocos, supo descifrar y actuar inteligentemente en el complejo entramado geopolítico del imperio, que pretende perpetuar la subordinación de América latina. Supeditación que sólo podía combatirse afianzando –en línea con las ideas de Bolívar, San Martín, Artigas, Alfaro, Morazán, Martí y, más recientemente, el Che y Fidel– la unión de los pueblos de América latina y el Caribe. Fuerza de-satada de la naturaleza, Chávez “reformateó” la agenda de los gobiernos, partidos y movimientos sociales de la región con un interminable torrente de iniciativas y propuestas integracionistas: desde el ALBA hasta Telesur, desde Petrocaribe hasta el Banco del Sur, desde la Unasur y el Consejo Sudamericano de Defensa hasta la Celac. Iniciativas todas que comparten un indeleble código genético: su ferviente e inclaudicable antiimperialismo. Chávez ya no estará entre nosotros, irradiando esa desbordante cordialidad; ese filoso y fulminante sentido del humor que desarmaba los acartonamientos del protocolo; esa generosidad y altruismo que lo hacían tan querible. Martiano hasta la médula, sabía que tal como lo dijera el Apóstol cubano, para ser libres había que ser cultos. Por eso su curiosidad intelectual no tenía límites. En una época en la que casi ningún jefe de Estado lee nada –¿qué leían sus detractores Bush, Aznar, Berlusconi, Menem, Fox, Fujimori?– Chávez era el lector que todo autor querría para sus libros. Leía a todas horas, a pesar de las pesadas obligaciones que le imponían sus responsabilidades de gobierno. Y leía con pasión, pertrechado con sus lápices, bolígrafos y resaltadores de diversos colores con los que marcaba y anotaba los pasajes más interesantes, las citas más llamativas, los argumentos más profundos del libro que estaba leyendo. Este hombre extraordinario, que me honró con su entrañable amistad, ha partido para siempre. Pero nos dejó un legado inmenso, imborrable, y los pueblos de Nuestra América inspirados por su ejemplo seguirán transitando por la senda que conduce hacia nuestra segunda y definitiva independencia. Ocurrirá con él lo que con el Che: su muerte, lejos de borrarlo de la escena política, agigantará su presencia y su gravitación en las luchas de nuestros pueblos. Por una de esas paradojas que la historia reserva sólo para los grandes, su muerte lo convierte en un personaje inmortal. Parafraseando al himno nacional venezolano: ¡Gloria al bravo Chávez! ¡Hasta la victoria, siempre, Comandante!
¿Murió el chavismo?
El Cronista/ Diego Guelar, Secretario de Relaciones Internacionales del PRO
No sabemos. En los últimos 14 años la tarea desarrollada por el presidente Hugo Chávez fue intensa y no puede catalogarse de anecdótica.
Desde su consigna “bolivariana” hasta su objetivo de construir su “socialismo del siglo XXI” eran banderas que tienen una larga historia en todo nuestro subcontinente. Su izquierdismo nacionalista poblado de figuras como Fidel Castro, Ernesto Guevara, Mao Tse Tung, Lenin, Ho chi ming, Nasser, Nehru y Perón, más los padres fundadores Martí, Artigas, San Martín y Sucre expresaban una mezcla de las consignas anti-imperialistas y tercermundistas de los 70’s. No estaba solo. Lula, Morales, Humala, Mujica, Dilma, Bachellet, Cristina y muchos líderes de la región abrevaron en las mismas fuentes.
Algunos se replantearon tácticas y estrategias despues del baño de sangre que protagonizaron los regímenes militares que pretendieron “exterminar el peligro comunista” con epicentro en La Habana.
No es casual que, con la sola excepción de Álvaro Uribe, ningún jefe de estado sudamericano lo haya criticado expresamente. Ni siquiera lo hicieron los que claramente provienen de partidos con larga tradición de derecha.
Hugo Chávez regaló y/o prestó mucho dinero a sus amigos y denostó a sus enemigos empezando por los norteamericanos a los que llamaba despreciativamente “Pitiyankees”.
Sin embargo, todo indica que los aires soplan para otro lado. Los BRICS -China, India, Rusia, Brasil y Sudáfrica- se proponen como los grandes interlocutores para captar las grandes inversiones y los mejores créditos demostrando alta credibilidad y estabilidad política y económica.
El caso particular de China, que aspira a superar a los EEUU en no más de 15 años, asume crecientemente un rol de gran responsabilidad planetaria.
El capitalismo y el socialismo marchan hermanados en el siglo XXI por caminos que Chávez no comprendía y que, seguramente, sus sucesores no querrán recorrer. Los venezolanos tienen la palabra.
Un líder que supo darle esperanzas a su pueblo
El Cronista/ Claudio Lozano, diputado FAP
América Latina llora la muerte de un líder regional que no sólo supo darle una esperanza a su pueblo frente a la corrupción y la decadencia del sistema político de Venezuela, sino que además supo plantarse ante los EEUU. Jugó un rol clave en la estrategia contra el ALCA y levantó las banderas de la integración y de la necesidad de una nueva sociedad.
Cultivó y sostuvo una visión integradora que, lejos de acotarse en el hecho simbólico, intentó plasmar tanto en la creación del Banco del Sur como en aquella visión del área petrolera regional, lanzada ya en el 2002 a sus vecinos latinoamericanos. En este plano supo ir más allá del mero debate de una unión aduanera, para pensar y promover estrategias de complementación productiva a nivel regional; propuestas de integración energética; de coordinación monetaria y de desarrollo de instituciones financieras regionales.
Una visión que, hacia el interior de su propio territorio nacional, se tradujo en políticas redistributivas y de participación ciudadana, que dieron lugar al modelo de organización social en el que hoy se sostiene y se sostendrá el gobierno venezolano. Un gobierno que soportó el embate de una de las oposiciones más reaccionarias de nuestra América bolivariana. El mundo entero la ha visto en funciones cuando, a comienzos de este año participaba con sorna de una de las demostraciones más conmovedoras de ejercicio pleno de la democracia. Aquella en la que la Asamblea Legislativa venezolana debatía la asunción del gobierno elegido en las urnas.
Nadie puede negar que el proceso de integración de latinoamérica tiene su impronta y mucho menos, que el vacío que deja en la región no tiene más sucesión posible que la de profundizar el entretejido político y social de nuestros pueblos.
Su muerte, y la contienda electoral que se anunciará en treinta días, dejan planteados en el escenario regional varios problemas.
En primer lugar, la situación de Cuba. A nadie se le escapa que Venezuela ocupó y ocupa el lugar de sostén económico que Cuba perdiera luego de la caída de la Unión Soviética.
En segundo lugar, el futuro de paz en Colombia. Nadie ignora el papel que Venezuela ha cumplido como estabilizador regional en este aspecto.
Por último, queda pendiente también el futuro de un Mercosur que, con la reciente incorporación de Venezuela, ha fortalecido su potencialidad como bloque regional.
En este contexto, es innegable la responsabilidad que le cabe a cada uno de los gobernantes latinoamericanos de sostener y continuar el proceso en curso, privilegiando las acciones que consoliden la aún incipiente integración de nuestra región. América Latina y el compañero comandante Hugo Chávez Frías se lo merecen.