Dicen que el negocio petrolero siempre fue una actividad para hombres duros. Y desde que es el máximo ejecutivo de la YPF reestatizada, Miguel Galuccio, está experimentando el vértigo desgastante de la política económica del kirchnerismo. Un buen ejemplo es lo que sucedió el jueves pasado durante la celebración del Día del Petróleo ante un millar de empresarios del sector. Hubo planes para que, después del discurso del anfitrión, Ernesto López Anadón, pudiera hablar Galuccio, un conocido de la casa. Pero esos planes cambiaron en algún momento y quién terminó exponiendo fue el viceministro de Economía, Axel Kicillof, ideólogo de la expropiación de las acciones que la española Repsol tenía en YPF.
“Yo sé que ustedes se informan a través de los grandes medios. Se escriben muchas estupideces; por ejemplo, que yo me peleé con el chairman de YPF”, dijo Kicillof, un muchacho acostumbrado ya a denostar a la prensa. Es posible que el maltrato público le haga ganar puntos ante la Presidenta pero casi indefectiblemente lo termina alejando de la realidad. Así le sucedió cuando negó a los gritos el proceso de pesificación que anticipó El Cronista y después se confirmó en los hechos.
Lo cierto es que Kicillof se refirió ese mediodía a los roces con Galuccio, que son el secreto peor guardado de la cada vez más saludable interna del kirchnerismo. Y claro que no es el único dolor de cabeza porque el ejecutivo que dejó sus actividades en Londres para venir a domar las complejidades de YPF también suele indigestarse con algunos de los movimientos del ministro de Planificación, Julio De Vido, quien ha recobrado algo del vigor político que había perdido cuando Cristina erigió a Kicillof como el último funcionario de moda.
Galuccio tuvo la oportunidad de verse cara a cara con algunos periodistas hace una semana, en el piso 33 de la impactante torre de Puerto Madero donde funciona la compañía. En el marco de un brindis, habló del shock cultural que significa ver todas sus decisiones sometidas al escrutinio de la opinión pública. Nacido en Paraná y formado como ingeniero en el prestigioso Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA), Galuccio reveló que hace poco terminó de pagar el crédito con el que financió sus estudios. Un verdadero contraste con la visión de los funcionarios con los que debe lidiar, adalides de un Estado que demasiadas veces debe correr con los gastos de las decisiones erróneas, la ineficacia o la corrupción.
En términos tan amables que sorprenden en estos tiempos, Galuccio pidió responsabilidad a la prensa y prometió dedicarle en YPF todas sus fuerzas al objetivo de superar en cinco años la crisis energética que condiciona la economía de la Argentina. Ayer dio un primer paso importante al cerrar un acuerdo de inversión por 1.000 millones de dólares con la estadounidense Chevrón para extraer el petróleo no convencional que promete el yacimiento de Vaca Muerta en Neuquén. No será fácil la tarea. Sus intenciones generan buenas expectativas pero deberá vencer la inercia de un gobierno más preocupado por el rédito pequeño del ahora que por los beneficios compartidos que ofrecen el mediano y el largo plazo.
El primer acuerdo de asociación entre la YPF con mayoría estatal y una de las diez principales petroleras del mundo suscitó comentarios favorables, evaluaciones optimistas y hasta perspectivas auspiciosas respecto del nuevo horizonte que se abre para Argentina en el contexto petrolero mundial. La petrolera nacional demostró que los reclamos de Repsol –por la expropiación del paquete mayoritario de YPF– no lograron su objetivo de bloquear las inversiones extranjeras. un triunfo que los analistas valoran. Pero también se abren muchos interrogantes que aún no tienen respuesta: cómo se resolverá la disponibilidad del hidrocarburo que se obtenga, en qué medida se autorizará que Chevron gire divisas al exterior y cuánto de lo que se resuelva en “la letra chica” de este contrato se proyectará sobre los contratos con otras empresas son algunas de las preguntas que se formulan los especialistas y también representantes de otras firmas del sector.
Argentina estaba al borde de una situación crítica en materia de abastecimiento energético cuando el Estado tomó las riendas de YPF. Recuperar reservas para avanzar hacia la meta del autoabastecimiento hace de los recursos no convencionales (shale oil y gas) un camino imprescindible. Se calcula que para que los recursos que, se sabe, existen en Vaca Muerta sean aprovechables, se necesitan no menos de cien perforaciones en el área por año, que es justamente la cantidad comprometida por Chevron para la primera etapa del acuerdo. Un pozo no convencional suele padecer un envejecimiento o maduración en pocos años. (Argentina aún carece de experiencia suficiente como para conocer su propia curva de declinación en “shale”). Lo usual en el mundo es que, tras el primer año de explotación, pierda el 50 por ciento de su capacidad de producción, frente a los veinte años en promedio que dura un pozo convencional en ver caer su producción a la mitad. Sólo por esa condición, la explotación de un yacimiento no convencional requiere de nuevas perforaciones permanentemente.
Además, extraer crudo o gas por métodos no convencionales exige equipos y procesos mucho más caros que los de perforaciones normales. “Esto ratifica que se acabó la época del crudo barato”, afirmó Víctor Bronstein, director del Centro de Estudios de Energía, Política y Sociedad (Ceepys), a Página/12. “Al mundo le sale cada vez más caro reemplazar las reservas que se van agotando, el problema es que se agotan las reservas convencionales y empiezan a reemplazarse por no convencionales, al que solamente se puede acceder si se tiene la tecnología para sacarlo”, explicó. “Por eso es que hay empresas, como Chevron, dispuestas a correr el riesgo y cargar con el costo de la inversión”, agregó Bronstein. Desde su punto de vista, “las empresas de Estados Unidos son los socios naturales de Argentina para esta explotación, porque es el país que ya hizo medio millón de pozos no convencionales, es el gran productor mundial de shale oil y gas, y Chevron tiene experiencia en la materia”.
En el Instituto Energético Scalabrini Ortiz, que encabeza Marcos Rebasa, elogian el acercamiento de inversores de peso como un paso “fundamental en este proceso”, pero prefieren abrir un compás de espera hasta conocer los detalles del contrato, y por sobre todo el destino de la producción que se obtenga, antes de evaluar otras cuestiones de fondo. Si a Chevron se le pagara con hidrocarburos y se permitiera su libre disponibilidad para exportar, Argentina estaría postergando su meta de autoabastecimiento, es lo que se interpreta. El petróleo que se obtendría en Vaca Muerta, a diferencia del que surge de Cerro Dragón (Chubut-Santa Cruz), hasta ahora el más productivo del país, es de un tipo liviano y de uso sin restricciones en las refinerías nacionales, lo cual hace altamente inconveniente su destino a mercados externos. Si se obtuviera gas, Argentina necesitaría destinarlo en su totalidad al consumo interno para bajar la creciente dependencia de las importaciones de gas natural licuado en barco, para regasificar.
Es indudable que el anuncio de este primer contrato de inversión genera expectativas y distintas interpretaciones. Por un lado, rompe el supuesto bloqueo que pretendía tenderle Repsol. Por otro lado, demuestra que una empresa estadounidense de primera línea está dispuesta a invertir asumiendo costos elevados y los riesgos por una expropiación no resuelta (falta definir la indemnización). Pero es la regla en el mundo: para acumular reservas, las petroleras toman posición en países prácticamente en guerra civil en Asia o Africa, o en aquellos fuertemente cuestionados políticamente por Estados Unidos, como Venezuela. La situación de YPF ni siquiera roza esos niveles de conflicto. Y, sin embargo, muchos agitaron el fantasma de la “falta de seguridad jurídica” para tratar de frenar el avance de la YPF estatal. Más allá de interrogantes aún no resueltos, el ingreso de Chevron representa que esos obstáculos fueron superados.