Los distintos gobiernos que hemos tenido han manejado el petróleo con diversas orientaciones. La bonanza comenzó con las concesiones de Pérez Jiménez cuando nos convertimos en primer exportador de petróleo. Después de ese período de dictadura comenzaron los dolores de las tendencias de izquierda manifestadas en posiciones variadas sobre el control de los recursos petroleros y la dialéctica sobre su propiedad. Se estatizó la industria y se la ha usado para promover distintos enfoques que en fin de cuentas terminaron en el caos que conocemos en carne propia.
Pérez Jiménez usó la bonanza para, enfáticamente, mejorar significativamente la infraestructura del país concentrando la acción en usar los ingresos para invertirlos en Venezuela, aunque no en mejorar las bases del Desarrollo Humano y promover su causa. Los gobiernos subsiguientes enfocaron su gestión más que nada hacia la educación y el mejoramiento de la calidad de vida, la sustitución de importaciones a todo costo para generar empleo y el uso del petróleo como elemento de la acción política. Con Carlos Andrés Pérez comenzó la grandiosidad del Estado y las ínfulas de convertir al país en un factor internacional imposible. Comenzó la inflación. Luego vinieron los altibajos de la alternabilidad política en función más de la conveniencia personal o institucional en función de los grupos y los partidos, que del verdadero progreso del país. Finalmente, se exacerbó la creencia de que Venezuela, por y con su petróleo, se podría convertir en una potencia mundial; todo con el consecuente perjuicio real al verdadero progreso del país, exacerbando también los niveles de pobreza y dependencia del país de la suerte de los precios del petróleo y el consecuente incremento en los niveles de dependencia del país de las suertes ajenas. Petróleo y política en función electorera más no en función del progreso del país. En algunos casos como dictadura franca, en otros como mecanismo del logro del triunfo político con resultados positivos para la población, luego en función de grupos y partidos, para terminar con una extrema concentración de poder bajo el disfraz de democracia, en la búsqueda de la permanencia en el poder: el juego con la democracia y el poder por los políticos, con la palanca petrolera, dejando afuera a quienes deben ser, en todo caso, el objeto de la acción política: el pueblo, la gente; a todos sus niveles y estratos.
El Desarrollo Humano que tiene que ser el objeto de la gestión gubernamental se olvidó y se ha usado a la gente como instrumento con fines electorales y electoreros, dándole dádivas y haciéndole promesas incumplidas, en función de la búsqueda de una democracia o de un poder, sin que se hayan podido conjugar y balancear las necesidades de la gente, la política y la democracia, en un enfoque para todos, usando el petróleo en función del desarrollo humano de la gente.
Una vez que tengamos el desarrollo humano requerido, conjugando política, democracia y crecimiento en función de las necesidades de la gente y una economía en la que el petróleo, sujeto a sus vaivenes y los deseos del Gobierno o gobernante de turno, no sea el único factor de posible crecimiento, podremos pensar en convertirnos en un país que por su probidad, su seriedad, su confiabilidad y su desarrollo humano pueda ganarse el respeto del mundo en el que convive.