El miércoles 7N en el horario de consumo pico unos 1700 megavatios de oferta eléctrica salieron de servicio y dejaron sin electricidad a 850.00 usuarios de la ciudad de Buenos Aires. Fallaron líneas de alta tensión (220 kilovoltios) que operan dentro del radio de las dos distribuidoras, Edesur y Edenor. Las líneas comprometidas volvieron a estar en servicio en algunas horas, y se investigan las causas de la falla, incluso la hipótesis de un sabotaje.
El sistema eléctrico ya padece las consecuencias de un apagón financiero , con ruptura de la cadena de pagos, y el déficit de inversión lo torna cada vez más vulnerable a los rigores del calor o del frío.
En años anteriores, cuando se producían cortes del servicio de cierta magnitud que trascendían a los medios, el relato oficial recorría una especie de algoritmo que empezaba por descalificar las opiniones técnicas críticas, y luego hacía responsable de la falla al clima, a las empresas prestadoras del servicio, y al vertiginoso crecimiento económico, en ese orden. Cuando se superaba el incidente y empezaban las vacaciones de verano todo parecía volver a la normalidad. Se repetían los problemas localizados en muchas provincias como ahora, pero, como sucedían lejos de la gran audiencia metropolitana, no tenían mayor repercusión pública.
El incidente de la semana pasada no pudo transitar el algoritmo exculpatorio.
En primer lugar, a partir de la repetición de episodios, una parte de la opinión pública ha empezado a advertir la conexidad entre déficit energético, las crecientes importaciones de energía, los problemas de abastecimiento, los cortes de gas en invierno, y el deterioro del servicio eléctrico (número de interrupciones y duración de las mismas). Los argentinos están más conscientes del problema energético que muchos especialistas anticiparon. A su vez, los ex “agoreros” pueden ahora avalar sus preocupaciones en el revisionismo del nuevo diagnóstico oficial sobre las dificultades energéticas.
En segundo lugar, los chivos expiatorios del pasado perdieron relevancia en el presente. Empecemos por el clima. Es cierto que noviembre nos ha sometido a calores excepcionales, pero también es cierto que la demanda de potencia máxima del sistema el día del corte fue de alrededor de 20.500 megavatios y estuvo por debajo de la demanda de potencia récord del verano pasado, cuando no hubo cortes de esa magnitud.
Sigamos con las empresas. La oferta de potencia disponible en el sistema interconectado supera los 23.000 megavatios, lo que descarta a las empresas generadoras como potenciales responsables. Tampoco hubo problemas con el sistema de transporte de alta tensión interregional (550 kilovoltios).
¿Habrá que cargar tintas sobre las distribuidoras involucradas y acusarlas de la falta de inversión en redes y estaciones subdistribuidoras?
Todavía no tenemos el dictamen técnico sobre las causas del incidente, pero es posible que la falla esté asociada a la necesidad de nuevas inversiones. Sin embargo, como ya muchos saben que estas empresas no pueden pagar la factura de la energía que distribuyen y pagan los sueldos del personal con aportes del Estado, las exigencias de inversión recaen sobre el propio Estado. Culparlas sería culparse.
Si las empresas ya no están en condiciones de afrontar sus costos operativos, de hecho operan como si estuvieran estatizadas. Es como si el Estado hubiera tercerizado el management de los electrones en un grupo de personas que ya no deciden sobre sus sueldos ni sobre las inversiones. Por último, la economía está casi estancada y la demanda de energía acusa recibo. Tampoco se puede imputar la falla al crecimiento a “tasas chinas”.
Entonces ¿quién tiene la culpa? ¿Un acto de sabotaje?
¿No seremos todos un poco culpables de lo que nos pasa? El gobierno entrampó la energía, un sector intensivo en el uso de capital, en el corto plazo. La política energética es la responsable primaria del problema.
Reglas, planes y precios quedaron sujetos a una intervención discrecional. Pero el populismo energético de estos años fue funcional a muchos intereses y cosechó adhesiones por derecha y por izquierda. La gratificación presente de precios de energía que no recuperan costos fue una suerte de bálsamo, como el uno a uno en los noventa.
Pasamos de la convertibilidad cambiaria a la convertibilidad energética , sin solución de continuidad. Estamos varados en el presente, sin un proyecto capaz de establecer transacciones entre las urgencias del hoy y las demandas de un futuro que se nos vino encima. La solución del problema energético es un capítulo de un proyecto alternativo de desarrollo económico y social.