Por Daniel Gustavo Montamat. Economista
El Cronista
Cuando nos referimos al problema energético tendemos a subrayar los daños presentes cuantificables. Algunos especialistas aluden a la depredación del stock de reservas probadas de gas y petróleo que se calcula entre 100.000 y 300.000 millones de dólares según se considere su valor bajo tierra o el costo de oportunidad de reponerlas con importaciones del mercado regional e internacional. Otros hacen hincapié en el impacto que tiene el déficit energético en las cuentas externas y en las cuentas públicas.
Antes, la balanza comercial energética proveía dólares; desde el año pasado los demanda de manera creciente. El déficit comercial energético del año pasado fue de 3.000 millones de dólares y este año, aún con la economía estancada, seguirá creciendo significativamente. La economía ha empezado a cambiar dólares de soja (exportaciones) por dólares de energía (importaciones). Las importaciones de energía a precios de referencia internacional muy superiores a los del mercado doméstico, han generado un fenomenal sistema de subsidios que ha beneficiado más a los ricos que a los pobres, y que hoy tiene fuerte impacto en el déficit presupuestario. Como ya importamos el 25% del gas que consumimos (de Bolivia y por barco) a precios entre 4 y 6 veces superiores a los que remuneran la producción nacional, el precio promedio del gas que se paga en la Argentina es de alrededor de 6 dólares el MM de BTU, cuando los productores locales, en promedio, reciben 2. 70 dólares.
Otro daño emergente a la competitividad de la industria argentina, a la que se pretendía favorecer con controles de precios que desalentaron la inversión en la geología local y nos arrojaron de cabeza a la dependencia del gas importado.
El listado de los daños emergentes no se agota en estas cuentas. La industria eléctrica está fundida, y la industria gasífera, aguas abajo (transporte y distribución), también. El costo promedio de proveer los electrones que nos dan luz y mueven los aparatos y las máquinas es de alrededor de 380 pesos (el megavatio hora). Pero la demanda paga en promedio por ese megavatio hora poco más de 90 pesos. El desfasaje ya ha roto la cadena de pagos entre los distintos segmentos de la industria. Pero el costo promedio sólo refleja la necesidad de seguir operando el sistema. No incluye las inversiones para ampliar el servicio y mejorar la calidad. Las distribuidoras de gas tampoco pueden afrontar los costos operativos. ¿Dejarán de pagar el suministro a los productores locales ya perjudicados por los precios que recibe la oferta local respecto a la oferta importada?
El daño emergente del problema energético impacta el estado de situación patrimonial de la Argentina. Ha erosionado activos, y, como bien sostiene un colega, transforma el tan mentado desendeudamiento en una quimera. Aun aceptando cifras oficiales de reducción de deuda (cuestionables por la cantidad de pasivos contingentes), el patrimonio neto del país se ha degradado por pérdida y deterioro de activos energéticos. El daño emergente de la crisis energética es grave, pero, como bien reflexionó un miembro del grupo de Ex Secretarios de Energía en el seminario organizado en la UCES, el lucro cesante es peor. Hoy la industria energética, clave en cualquier proceso de desarrollo económico y social, es parte del problema, no de la solución. El desarrollo argentino presupone nuevas y mayores inversiones. Nuevas plantas, más ampliaciones, nuevos equipos, más instalaciones, más infraestructura, más construcciones. Aún con incremento sostenido de la productividad, la tasa de inversión bruta que promedió en la década pasada el 19%, debería aumentar al 25% del producto. La crisis energética es disuasiva de nuevas inversiones. Lo destacan muchos nuevos emprendedores que no saben cómo resolver sus dudas respecto a un suministro energético confiable en lo técnico y en lo económico. Hemos perdido el atractivo de poder ofrecer a las nuevas inversiones un escenario energético despejado en el corto y en el mediano plazo. El suministro energético argentino ya no es seguro, ni es barato en términos comparativos. ¿Cuánto hemos resignado de riqueza potencial para los próximos años debido al choque del auto energético?
Devolver a la Argentina un sistema energético sustentable y competitivo para la producción nacional llevará tiempo y cuantiosas inversiones. Urge empezar con el replanteo de la política energética.