Clarín. Por Felipe de la Balze. ECONOMISTA Y NEGOCIADOR INTERNACIONAL
El futuro de China es importante pa- ra los argentinos. China es y será un comprador privilegiado de nuestras exportaciones y enfrentará durante los próximos años complejos desafíos económicos, políticos y ambientales. Vale la pena reflexionar sobre su resolución porque afectará nuestra prosperidad y posicionamiento internacional.
En 1978, la dirigencia comunista china decidió abandonar el fracasado modelo de desarrollo es- tatista, autárquico y anti-mercado que Mao había implementado a partir de la década de 1950. El nuevo modelo copió con adaptaciones la estrategia industrialista y exportadora que transformó al Japón y a Corea del Sur en países económicamente avanzados en una generación.
Se favoreció la creación de un vigoroso sector privado, se promovieron políticas de mercado (tanto en los mercados de bienes y servicios como en los de trabajo) y se incentivó la inversión directa de las empresas multinacionales en el sector de exportaciones industriales.
El sector gubernamental fue reorganizado. Las empresas públicas menos eficientes cerraron. Otras, en sectores considerados estratégicos (energía, telecomunicaciones, informática, minería, siderurgia y bancos) fueron reestructuradas con el propósito de crear "campeones nacionales" que contaran con la escala y los recursos para competir a nivel mundial.
La disponibilidad de una mano de obra barata y laboriosa y una férrea disciplina social admi- nistrada por el partido comunista gobernante contribuyeron al éxito. Además, las empresas multinacionales norteamericanas, europeas y japonesas proveyeron capital y tecnología y sirvieron de ariete para abrir sus mercados nacionales protegidos a las exportaciones chinas.
Mano de obra barata, liberalización económi- ca, inversión extranjera directa masiva y acceso a los mercados internacionales generaron un crecimiento económico explosivo (una tasa anual promedio del 10% durante tres décadas) y un vigoroso proceso de modernización económico y social. El progreso realizado durante las últimas tres décadas fue extraordinario. La China actual es mucho más próspera, fuerte e influyente que la China de Mao.
Pero hay claros indicios de que un ciclo se ha terminado. China enfrenta desafíos estructura- les que demandarán profundas modificaciones en su estrategia de desarrollo. El país está recorriendo las primeras etapas de una transición hacia una economía cuyo crecimiento (seguramente más bajo) dependerá más del consumo interno y menos de la exportación y la inversión pública. Los éxitos económicos de las últimas décadas crearon una economía desbalanceada que privilegió la exportación (25% del PBI) y la inversión (40% del PBI) sobre el consumo (35% del PBI). La acumulación de capital en los sectores exportadores fue masiva. China se convirtió en una gran factoría orientada a conquistar los mercados mundiales. Pero casi el 70% de las exportaciones "made in China" son realizadas por firmas extranjeras o sus contratistas y la economía es fuertemente dependiente de la demanda externa.
En el futuro, la expansión exportadora encontrará límites en un previsible menor crecimiento del mundo desarrollado.
Las altísimas tasas de inversión fueron un elemento determinante del crecimiento de las últimas décadas. China invierte mucho, pero la calidad de la inversión es relativamente baja y la rentabilidad del capital está disminuyendo.
Después de la crisis mundial del 2008, China se volvió más dependiente de la inversión y la construcción pública (casi 30% del PBI). De acuerdo con estimaciones del Banco Mundial, la misma es más ineficiente que la privada en un 20%-30%.
Los problemas ambientales se han multiplicado durante los últimos años. El crecimiento de la pro- ducción y un acelerado proceso de urbanización (la población urbana se incrementó del 30% en 1978 al 60% en la actualidad) generaron polución, graves conflictos por el uso de la tierra y escasez de agua en algunas regiones del norte del país.
El crecimiento económico acelerado ha ido de la mano de altos y crecientes niveles de corrupción en el sector público y en las grandes empresas estatales o mixtas que dominan la economía. El rol de los jerarcas del partido comunista en la gestión de las grandes empresas y los grandes negocios es determinante. El "capitalismo de partido" es también capitalismo de familia y de amigos. La ineficiencia y la corrupción en el sector público se ha extendido al resto de la sociedad que comienza a resentir (sobre todo la nueva clase media urbana) los privilegios y el nepotismo de una clase política entronizada en el poder.
China dejó de ser un país con mano de obra excedente y barata. La disponibilidad de mano de obra rural barata se ha reducido y los salarios reales aumentan rápidamente en los centros urbanos. Además, China sufre las consecuencias de un envejecimiento poblacional prematuro (resultado de las políticas adoptadas a partir de 1980 para reducir el tamaño de las familias y privilegiar a los hijos varones).
Para seguir creciendo, China deberá promover el consumo interno en detrimento de las exporta- ciones y la inversión, mejorar significativamente la calidad de la inversión productiva, promover una política de sustitución de las importaciones sin cerrar su economía y mejorar su gobernanza en términos de menor corrupción y mayor respeto por las consecuencias ambientales del crecimiento.
Pero es mucho más fácil hablar de transición que llevarla a cabo. El sistema político actual es au- toritario y anacrónico. La imprescindible reforma económica afectará intereses políticos poderosos en el partido gobernante y el sector de las grandes empresas públicas y mixtas.
La transición económica implicará presiones políticas difíciles de prever. Habrá demandas de la población por un régimen más respetuoso por los derechos individuales y quizás más democrático.
¿Será la respuesta una mayor liberalización política o quizás, una mayor represión?