El mundo de la energía está inmerso en una revolución tecnológica que tendrá consecuencias trascendentes sobre la geopolítica y la economía mundial.
Nuestra civilización se basa en el consumo masivo de energía barata . El mantenimiento de los altos niveles de vida en los países avanzados y el crecimiento de los países emergentes requiere que la oferta de energía aumente en el futuro.
Hasta hace pocos años las perspectivas eran problemáticas.
Se pensaba que el petróleo y el gas natural se volverían escasos y caros por falta de descubrimientos de envergadura. Las energías renovables (principalmente el etanol, el biodiesel, la energía solar y la eólica) crecían en importancia sin tener el potencial productivo y comercial para reemplazar a los hidrocarburos. El carbón mantenía su relevancia en la generación de electricidad pero con un destino acotado por ser altamente contaminante.
El panorama era incierto.
Las derivaciones geopolíticas de dichas circunstancias en cambio eran claras.
Oriente Medio mantenía su primacía en la producción mundial de hidrocarburos con su alta cuota de inestabilidad política y de incertidumbre respecto al aprovisionamiento de los combustibles. La OPEP (la Organización de Países Productores de Petróleo) salvaguardaba su rol determinante en la fijación de los precios internacionales. Rusia, transformada en el principal proveedor de gas natural a Europa, conservaba una influencia geopolítica relevante en la región.
Hoy, la situación evoluciona con rapidez. El motor: las innovaciones tecnológicas que permiten extraer petróleo y gas de yacimientos que antes no tenían potencial comercial (principalmente en rocas de esquisto, arenas bituminosas y yacimientos en las profundidades de los lechos marinos).
Las nuevas técnicas de “fractura hidráulica” y de “perforación horizontal” aumentan la capacidad de la industria para extraer gas natural y petróleo de formaciones geológicas sedimentarias y de baja permeabilidad que antes no ofrecían un potencial productivo. La nueva tecnología incrementó la producción de gas natural de esquisto en los Estados Unidos de 1.000 millones de metros cúbicos en el año 2000 a aproximadamente 150.000 millones este año. El gobierno norteamericano estima que hay 24 billones de metros cúbicos de gas “técnicamente recuperables” en su país y que las reservas mundiales alcanzarían los 186 billones de metros cúbicos. Los principales yacimientos probados fuera de EE.UU. estarían en China (36 mil billones de metros cúbicos), Argentina (22 billones), México (19 mil billones), Sudáfrica (14 mil billones) y Canadá (11 mil billones).
La abundancia del gas natural transforma el panorama energético mundial.
En la próxima década el gas natural sustituirá gradualmente a otros combustibles en la generación de electricidad, en la calefacción y, en menor medida, en el transporte. Tiene la ventaja de ser menos contaminante que el petróleo y el carbón.
El petróleo pesado extraído de arenas bituminosas en Canadá (líder en la materia) se incrementó sustancialmente en los últimos años.
Las reservas mundiales más importantes se encuentran en Venezuela, que podría transformarse en uno de los mayores exportadores si dejara atrás las políticas anti-inversión de su gobierno actual.
En Brasil la producción de petróleo en la plataforma marítima continental -inexistente a comienzos del año 2000- podría alcanzar los 5 millones de barriles diarios en los próximos diez años. También se proyectan sustanciales incrementos en la producción de petróleo “offshore” en el Golfo de México.
En la Argentina, la plataforma marítima presenta un vasto potencial inexplorado.
Desafortunadamente nos falta una política energética integral orientada a atraer inversiones de riesgo y a incrementar la producción.
Irónicamente, la excepción son los contratos otorgados por la administración de las Islas Malvinas en áreas disputadas con nuestro país.
La geopolítica mundial está afectada por las importantes modificaciones que están ocurriendo en los mercados energéticos.
El comercio de energía es un determinante importante del balance de poder mundial.
Los cambios crearán nuevos ganadores y perdedores . Disminuirá el poder de los exportadores tradicionales de energía y se ampliarán los márgenes de libertad de acción para muchos países, incluyendo a la Argentina si desarrolla las políticas correctas.
Estados Unidos (cuyas petroleras lideran la revolución tecnológica) se transformará en el más importante productor de gas y petróleo mundial, sobrepasando a Arabia Saudita y a Rusia. La dependencia norteamericana de Oriente Medio se reducirá y la OPEP perderá influencia. La probabilidad de que una crisis política en Oriente Medio interrumpa el suministro de crudo disminuirá significativamente. China se volverá más dependiente de las importaciones de gas y petróleo principalmente de Oriente Medio y Asia Central. Una China muy preocupada por su acceso a la energía será más propensa a desarrollar una política exterior asertiva y a involucrarse en temas de seguridad más allá de sus fronteras.
Las naciones europeas preocupadas por su excesiva dependencia del gas natural ruso intentan -hasta ahora sin éxito- desarrollar rutas alternativas para importar el gas natural disponible en las ex repúblicas soviéticas, como Azerbaiján y Turkmenistán. La importación de gas natural licuado de Qatar, Argelia y Nigeria se presenta como una alternativa costosa pero viable.
La Argentina perdió durante los últimos años la independencia energética que trabajosamente había logrado a partir de 1960 . Políticas gubernamentales pocos felices son las responsables de una preocupante merma en la producción y las reservas.
Nuestro país necesita una nueva política energética (pro-inversión) acorde con los nuevos tiempos.
La independencia energética es vital para cualquier país que se precie de ser soberano.