La historia suele dejar lecciones valiosas. Nuestro país, debido a la ausencia de políticas de largo plazo, no ha encontrado un camino de crecimiento sostenido y sustentable para el sector petrolero. Lo planteábamos hace 25 años en un trabajo de tesis doctoral (‘Política, hidrocarburos y eficiencia energética: Argentina frente a la experiencia mundial’. UBA.1987), cuyas conclusiones siguen teniendo vigencia, y son extrapolables a las últimas dos décadas.
Desde que los shocks de precios de la década del ‘70 obligaron a los países no exportadores de petróleo a replantear sus políticas de largo plazo, hubo experiencias exitosas y otras frustrantes. Hay países que se transformaron de importadores netos a exportadores de petróleo, y luego en jugadores de primera línea en el mercado mundial, como los casos de Brasil y México. La Argentina se ubica en el polo opuesto, pues la combinación de la inestabilidad de políticas y de gestiones poco eficientes, condujeron a la crítica situación actual, que la ‘nueva’ YPF deberá revertir.
La frustración de esta etapa contrasta con la fuerte expansión de la producción de crudo y derivados de comienzos de la década del 60, cuando la política petrolera fue un factor clave del crecimiento industrial argentino, asociado a la segunda etapa de sustitución de importaciones, logrando reducir significativamente el coeficiente de importación de petróleo, y despejando una restricción clave para el crecimiento industrial. Tras los shocks petroleros de 1973/74 y 1979/80, las respuestas estratégicas de distintos países apuntaron a dos tipos de modelos pero en ninguno podría incluirse a la Argentina.
Uno fue el ‘modelo conservacionista’, que incluyó a países de la OECD. A través de políticas de conservación y sustitución, cambiaron hábitos de consumo, y a fines de los ’70 ya habían reducido en un 20% la cantidad de petróleo requerida por unidad de PBI. También impulsaron políticas de explotación dentro y fuera de sus fronteras (España, Reino Unido y Holanda) para revertir su alta dependencia importadora.
El éxito logrado con la mayor eficiencia energética fue tal, que condujo al retroceso real del precio del crudo y a una creciente capacidad ociosa del parque refinador mundial al promediar los ‘80, basado en una estrategia convergente desde la demanda y la oferta.
Otro modelo fue el ‘adaptativo’, aplicado por México, Brasil, Colombia y también por Canadá y Noruega, cuyas políticas aprovecharon los mayores precios del petróleo para impulsar la exploración y producción, revertir su perfil importador y finalmente convertirse en exportadores netos. Con mayor grado de regulación o desregulación, el objetivo fue incrementar reservas, producción y exportaciones. Incluso Brasil tuvo una respuesta anticipatoria: el primer shock petrolero encontró a Petrobrás saliendo de una tecnología de prospección ‘on-shore’ hacia una ‘off-shore’, ya desde mediados de los ‘70.
El caso argentino se caracterizó por ser un modelo errático e ineficiente. La Argentina no logró el autoabastecimiento (salvo cortos períodos) y alternó ciclos de expansión y contracción, con un retroceso neto al cabo de más de dos décadas. Si se proyecta el análisis de fines de los ‘80 hasta la actualidad, Argentina se ubicó en las antípodas de países conservacionistas y de los que incentivaron la inversión en hidrocarburos.
A la luz de estas lecciones, es esencial tener en cuenta lineamientos clave para el futuro, tales como la necesidad de aplicar criterios económicos racionales para la fijación de precios -al productor y al mercado- que contemplen las elasticidades precio e ingreso de corto y largo plazo, contar con un plan de inversiones para el upstream y el downstream, generar una estrategia de financiamiento que incluya emisión de deuda, equity y otros instrumentos del mercado de capitales, en los mercados local e internacional. Finalmente, implementar un modelo empresarial con prácticas de transparencia y gobierno societario.