Ante una impresionante ma raña de 150 rascacielos que orillan los 200 pisos, todos en ajetreada construcción, parece increíble pensar que China también fue alcanzada por la crisis.
Pero en Tianjin, una ciudad costera a 45 minutos de tren bala desde Beijing, pocos hablan de las penurias económicas internacionales. Aquí se sigue al pie de la letra el plan de convertir a esta urbe, de unas 13 millones de personas, en un superpuerto y polo financiero. Y, para eso, hace faltan edificios nuevos. Obreros chinos trabajan 24 horas, en tres turnos. Se estima que todo estará listo en dos años y aquí los plazos se cumplen a rajatabla: acaban de inaugurar una imponente sala de ópera, una biblioteca, dos museos, todas moles de diseño ultramoderno que bordean un lago que ofrece un espectáculo de luces y sonidos traído de Las Vegas. Se está ampliando el puerto –el cuarto más grande del mundo– y también se construye un sector de la ciudad completamente ecológico.
A pesar de ese lujurioso despliegue de poderío en plena crisis mundial, el gobierno chino no se duerme.
“La crisis financiera internacional ha tenido un gran impacto en el desarrollo. En este contexto, ningún país sale sin daño”, dice Zhao Bentang, subdirector del Departamento de América latina de la Cancillería china, ante un grupo de periodistas latinoamericanos en Beijing. “China y Latinoamérica han sufrido menos daño y se han recuperado más pronto”, asegura y allí está la clave de la visita del premier Wen Jiabao a nuestra región.
“Profundizar la cooperación ante la crisis”,dice Zhao.
Ampliar mercados es el desafío chino. El crecimiento del PBI del gigante cayó del 10,4% en 2010 al 9,2% en 2011, y se estima un 8,1% en 2012. Para alentar el consumo, el gobierno chino decidió bajar hace dos semanas un 0,25% el interés de los créditos y depósitos a un año.
El objetivo es reactivar la economía con inversión pública y mayor flexibilidad monetaria para incentivar créditos y así también estimular la actividad privada. Creen que, tras las turbulencias mundiales, las grandes firmas podrían volar hacia mercados orientales más seguros. Y allí están los flamantes rascacielos de Tianjin, dispuestos a alojarlas.
El gobierno chino tiene mirada de largo plazo –plasmada en los planes quinquenales que aplica con rigor–, pero a la vez flexibilidad de poder adaptarse a las crisis. Claro que esta planificación parece más sencillo hacerla en un sistema de partido único, en un país donde no hay elecciones, los opositores son acallados o encarcelados y hasta se prohíbe el acceso a Facebook y Twitter.
“Hay 400 millones de internautas que pueden criticar al gobierno”, justifica Ma Jisheng, vocero de la Cancillería. “Tenemos versiones chinas de Facebook y Twitter que satisfacen la misma necesidad”, agrega, aunque reconoce que esas redes locales son vigiladas: “No podemos permitir que se difundan rumores que atenten contra la integridad del Estado” .
El control es férreo. En Beijing, para acceder a la plaza Tiananmen, por ejemplo, hay que pasar por un aparato que no sólo detecta explosivos o metales . Al interprete de los periodistas le hicieron abrir el portafolios y le leyeron los papeles que tenía. Temen que se filtre algún opositor a repartir panfletos en la emblemática plaza.
En esta capital, donde los ojos arden por la contaminación, los contrastes son enormes. Conviven miles de bicicletas, motitos y rickshaws que zigzaguean en el tráfico endiablado entre miles de edificios fulgurantes, shoppings y Starbucks.
En Shanghai, a una hora y media de vuelo de Beijing, solo se ven imponentes torres vidriadas. Inmenso también es uno de los edificios que alberga una de las empresas privadas más poderosas del país.
Tiene 5 pisos y un kilómetro de largo . Allí trabajan 10.000 empleados, sólo una pequeña parte de los 140.000 que esta compañía tiene en el mundo. Se trata de Huawei, una firma de tecnología que brinda productos a 45 de las 50 grandes telefónicas del mundo. Esta empresa ha invertido 3.100 millones de dólares en América latina en lo que va del 2012 y busca expandir aquí su mercado.
Los empleados trabajan allí de 8 a 18. Un ingeniero recién ingresado gana unos 6.500 yuanes (poco más de 1.000 dólares) por mes, más bonificaciones.
En las ciudades los salarios son mejores y hay más trabajo. Por eso, casi la mitad de los chinos vive ahora en las grandes urbes, frente al 36% que lo hacía 12 años atrás. El desequilibrio entre el campo y la ciudad es una de las preocupaciones del gobierno. “Hay 30 o 40 millones de pobres extremos, que viven con menos de un dólar por día”, dice Zhao Bentang, funcionario de la Cancillería. “La pobreza relativa supera los 100 millones”, resalta, sobre todo en el oeste del país.
La visita del premier Wen apunta a ampliar los mercados para proveerse de alimentos y también minerales estratégicos para su camino a convertirse la primera potencia del mundo. “China está trazando un camino peculiar de desarrollo”, dice Ma, el vocero de la Cancillería. “Además del modelo de Estados Unidos y la Unión Europea, hay otro que funciona”. Cierra con una frase del líder Deng Xiaoping: “No importa el color del gato si puede cazar ratones”.