El kirchnerismo sólo acostumbra a perder la compostura cuando siente desafiado su poder. Con ese mismo reflejo, aunque al kirchnerismo se lo haya llevado su marido a la tumba, reaccionó Cristina Fernández ante el malhumor social que siembra el paro de transporte de combustible dispuesto por la familia Moyano. Lo lanzó Pablo, el secretario adjunto del gremio camionero pero lo avaló Hugo, el líder natural y secretario general de la CGT.
Aquel desafío del poder K encierra varias cosas. Desnuda, por un lado, los límites objetivos de movilización callejera que tiene el oficialismo cuando los sindicatos –o los intendentes del conurbano– no son de la partida. La Cámpora es una ambiciosa estructura que se desenvuelve en los pliegues burocráticos del Estado, que puede organizar, incluso, algún nutrido y festivo mitin pero que no se erige, de ningún modo, en un contrapoder. La Presidenta y su círculo carecieron de una política preventiva para neutralizar el desafío sindical que se veía venir.
Debieron recurrir a los gendarmes para intentar desalojar las plantas bloqueadas y distribuir combustible.
El mismo desafío descubre las notorias anomalías políticas y de gestión del Gobierno que el exacerbado personalismo de Cristina no alcanzan a disimular. Amado Boudou demostró, por ejemplo, carecer de autoridad política y moral para enfrentar el conflicto con Moyano en ausencia de la Presidenta. Seguramente amenazó con aplicar la Ley de Abastecimiento por mandato presidencial. Pero pudo haberse tomado el trabajo, al menos, de averiguar que la aplicación de aquella norma sería de elevada complejidad.
Quedó en desuso hace décadas. Para su aplicación en los 90, también por un paro de los camioneros, Carlos Menem debió recurrir a un DNU. El poder de Boudou, en una circunstancia brava como ésta, pareció además derretirse como un helado bajo el sol. Los Moyano sacaron a relucir sus cuentas pendientes con la Justicia, en especial por el caso Ciccone, y Boudou debió abandonar rápido el campo de batalla.
Estuvo más cómodo en Rosario presidiendo el homenaje al bicentenario de la creación de la Bandera.
Cristina decidió improvisar, entonces, la creación de un comité especial para enfrentar el conflicto que pareció espejar todos los desacoples que caracterizan ahora al poder. Se convocó a Sergio Berni, el segundo del Ministerio de Seguridad que, desde hace tiempo, actúa como comisario de la ministra Nilda Garré. Fue incorporado Julio De Vido, una auténtica alma política en pena en el poder, cuyo mayor mérito en la época de Néstor Kirchner fue mantener aceitada la relación con Moyano.
Y terció Gabriel Mariotto. ¿Qué tendría que ver el vicegobernador de Buenos Aires con la seguridad y los camioneros? Mariotto fue empinado a ese lugar sólo como un mensaje cifrado a Daniel Scioli.
La puja con Moyano incluye también al gobernador. Entre ambos podrían abrir una grieta en la extensa y heterogénea geografía oficial, donde empezaría a asomar una alternativa a Cristina 2015 .
Habrá que observar, sin embargo, si el líder camionero elige los mejores caminos para acompañar ese proyecto. La medida de fuerza que bloquea las plantas de combustible y trastorna la vida de muchísima gente pareciera asemejarse a varias de las medidas salvajes que adoptó en su primera época, cuando hacía y deshacía bajo el calor de los Kirchner. Esos fueron sus tiempos de acumulación de poder aunque, también, de una profunda impopularidad de su imagen.
¿Encajaría ese método con las necesidades de Scioli, que hace del cuidado de su imagen y su popularidad casi una religión? Moyano está desencantado con Cristina.
Ese desencanto es mutuo.
Pero en el caso del camionero, ese desencanto sería una mala compañía en momentos de decisiones cruciales. Tal vez debió evitar que su hijo Pablo llegara lo lejos que llegó en este conflicto.
Un retroceso corría riesgo de ser visto, en el universo político, como una debilidad. Pero el líder camionero había comenzado a evaluarlo al atardecer de ayer. Volvió a endurecerse cuando Gendarmería intervino y terminó amenazando con un paro general de camioneros. “Vas muy rápido, Negro”, le dijo uno de sus principales asesores. “La gente te va a culpar a vos por los problemas con la nafta, no al Gobierno”, le insistió. Aquel consejero subrayó que sus mejores tiempos políticos fueron los últimos, confrontando de palabra, dando charlas públicas y lejos de los pleitos callejeros.
El kirchnerismo conoce bien las debilidades de Moyano. Sabe que le duele el apriete de las cajas sindicales. Y que no dispone de sutilezas cuando enfrenta retos y provocaciones. Hay un poco de todo eso en dos cuestiones que involucran al líder camionero: la discusión salarial de su gremio, una de las últimas por cerrarse, y su reelección en la CGT, factible quizás en medio de una fractura.
El Gobierno no quiere convalidar para su gremio un incremento mayor al 21%. El promedio de las paritarias rondó el 25%. El Ministerio de Trabajo tampoco rechaza la impugnación del antimoyanismo gremial para la elección del 12 de julio en la central obrera.
Esas dos mechas encendieron una pelea cuyo fuego abarca ya a la sucesión presidencial.
Y que avanza a una velocidad que asusta .
La pregunta es cómo sucedió. Cómo y cuándo fue que la Presidenta comenzó a descender por el tobogán del 54% de octubre pasado para volver a las apuradas de Río de Janeiro porque Hugo Moyano amenazaba con dejarle el país sin combustible. La fotografía de anoche era la de una Argentina caótica. Con filas de autos en las estaciones de servicio; con los camioneros tatuados pegándose con los gendarmes en una refinería de La Matanza; con los defensores del Gobierno atacando en la TV pública al moyanismo alimentado históricamente por los Kirchner y con el jefe de la CGT llamando a un paro nacional en un programa televisivo del Grupo Clarín, al que llegó a bloquear también con sus camiones hace no mucho tiempo.
Los cambios han sucedido demasiado velozmente en estos ocho meses. El primer cepo al dólar; el anuncio de recortes a los subsidios de los servicios al gas, el agua y la electricidad; y la certeza del enfriamiento de la economía. El bloqueo a las importaciones; la crisis energética; la expropiación de YPF para poder salir de la crisis energética; el cepo total al dólar; los proyectos de pesificación; las idas y vueltas oficiales sobre la pesificación y la guerra total con el ex socio Moyano. Todo sin respirar. Con la dinámica del 2001 pero sin razones de peso que justifiquen la comparación.
Es Cristina la que debe parar la pelota. Es ella la que debe volver a consolidar el rumbo. Y entender que velocidad no es lo mismo que eficacia. Y que la incertidumbre es el peor acompañante para cualquier gobernante. Los errores comenzaron hace muy poco tiempo. Todavía tiene mucho margen para poder corregirlos.
El recurso del método
Página 12
Por Mario Wainfeld
Para funcionarios, dirigentes y laburantes del gremio de Camioneros, el día de ayer no fue feriado. Para muchos ciudadanos de a pie, hubo desabastecimientos, frío mal reparado, un incordio para cargar nafta y un episodio para mirar por tevé, en una jornada sin fútbol.
Muchas ramificaciones tiene el conflicto entre el Gobierno y el secretario general de la CGT, Hugo Moyano, contexto general en el que opera Pablo, titular de Camioneros e hijo del líder cegetista. El uso abusivo de la acción directa es un tópico central en esta etapa, incluso (especialmente) su ejercicio por quienes disponen de herramientas legales e institucionales para bregar por sus derechos.
Muchos de esos aspectos se mentarán en esta nota. Para ordenarla vale poner lo principal adelante. La Federación que comandan Pablo en lo formal y Hugo en lo real se excedió en el ejercicio de su derecho de huelga. Interrumpió servicios básicos sensibles, dirigió toda la lesividad de su obrar contra el Gobierno, pero, sobre todo, contra los ciudadanos consumidores. La paritaria del sector que se viene desarrollando está trabada (como ocurre tantas veces) y se dictó una conciliación obligatoria que el sindicato desoyó.
La pertinencia de todas las demandas gremiales (y hasta su razonabilidad) no facultan a la desmesura, máxime cuando la mesa de negociación está habilitada. De hecho, hay una nueva reunión prevista para mañana a las once.
Otros datos relevantes de ayer fueron la reacción activa de la Casa Rosada, el alto protagonismo del secretario de Seguridad, Sergio Berni. Una anécdota casual condimentó la jornada: Cristina Fernández de Kirchner y Daniel Scioli estaban fuera del país. La Presidenta puso al rojo vivo sus celulares conduciendo las movidas oficiales. Habló varias veces con todos los funcionarios más visibles de ayer. Y regresó antes de lo previsto a la Argentina, materializando (al mandar) y simbolizando (al volver) su interés en el conflicto. El gobernador se mantuvo ausente, apenas se expresó por vía de trascendidos. Su bajísimo perfil fue fustigado en público por el vice Gabriel Mariotto (quien participó en el Comité de Crisis) y en comentarios filosos por todo el espinel del kirchnerismo nacional.
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La paritaria es una parte: la querella viene de lejos, acaso desde la llegada de aquel exhorto de la Justicia suiza que sacó de sus casillas al Negro Moyano. Se radicalizó con la confección de las listas para las elecciones nacionales, con la interna de la CGT... y siguen las firmas. Pablo Moyano finca todo su discurso en reclamos gremiales (algunos atinentes a todo el movimiento obrero y por ende exorbitantes a su competencia), pero todas las jugadas contemplan ese contorno. Hay otros, que se deslizan en comentarios reservados. Por ejemplo, cuestiones de fondo, en las que (acusan los camioneros) el Gobierno discrimina a los trabajadores y contempla a los empresarios. Así sucede, alegan, con una plata adeudada por cursos de capacitación: se saldó la deuda con los patrones y se soslayó a los sindicatos.
En la convención colectiva, en tanto, sigue el regateo de rigor. Disconforme con una contraoferta patronal, Pablo Moyano anunció una escalada de “paros sorpresivos”. Trabajo ordenó la conciliación obligatoria por quince días. En este punto, las versiones se bifurcan. Según el Gobierno, la representación gremial jamás la acató. Del otro lado hay contrargumentos múltiples, no todos compatibles. Explican que hubo fallas en la notificación (en Trabajo se comenta que se hizo en tres ocasiones para precaver críticas formales). Hay también quien cuenta que había intención de someterse a la tregua institucional, pero que el vicepresidente Amado Boudou “pateó el tablero” y “provocó” cuando habló de aplicar eventualmente la Ley de Abastecimiento. He ahí, opina el cronista, un argumento atendible de los sindicalistas que, sin embargo, es desmerecido por la magnitud de la retaliación. Esa norma es odiosa y de discutible vigencia y legalidad. Pero pasar de la confrontación verbal (arte en que los Moyano no son desvalidos) a un bloqueo de un insumo fundamental es una demasía. Las razones pesan lo suyo mas no legitiman un método tan desmedido.
Más allá de la estricta letra de la ley, es irresponsable poner en jaque un servicio básico (como son los combustibles), por demandas salariales o de condiciones de trabajo. Máxime para quien, como Hugo Moyano, tiene anhelo de avanzar en la representación política.
La soledad de los camioneros durante la brega seguramente no descalifica las demandas, pero marca diferencias, dentro de su redil, con los métodos. Un fiel integrante del sector moyanista en la interna de la CGT se lo comentó ayer por teléfono a su encolerizado jefe: “No estamos peleando con una dictadura sino con un gobierno democrático que, hasta ahora, no nos sacó nada”. El interlocutor de este diario subraya el “hasta ahora”. Y adereza el relato con la queja por la falta de voluntad de diálogo del Gobierno, que (a su sensato ver) ha cerrado todas las vías de interlocución, salvo la negociación colectiva.
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Razones y excesos: los Moyano se salen de rosca cuando exigen la derogación del Impuesto a las Ganancias o su supresión llana para todos los trabajadores, cualesquiera fueran sus ingresos. Pero es atendible su reclamo de aumento del mínimo no imponible, que está muy desfasado. La extensión de las asignaciones familiares a todos los laburantes es un pedido lógico, cuanto menos una reivindicación propia del movimiento obrero.
El Gobierno, estima este escriba, cometió un error y hasta una injusticia al encuadrar esas reformas como “pedidos de Moyano”. Así las cosas, admitirlos se traduciría como debilidad en la pulseada. La consecuencia es que la mejora del ingreso de bolsillo se posterga hasta que se salde la interna de la CGT. Hay funcionarios que minimizan el costo social, ya que la quita es retroactiva. Subestiman el efecto multiplicador del mercado interno que tendría la reforma. Y la perspectiva de que los trabajadores cobren el aguinaldo y dispongan de la diferencia antes de las vacaciones de invierno.
Lo que, se reitera, es exótico es que Camioneros, en sus tratativas propias, se arrogue la representación de todos los trabajadores formales. Los propios aliados de Moyano callan y se mantienen distantes: “esa plata no es la nuestra” dice un histórico del MTA. Amores son amores y garbanzos son garbanzos.
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Una tratativa entre tantas: la paritaria de Camioneros perdió la centralidad que le cupo en la era kirchnerista. No es el caso testigo, el que (sin fijar pautas universales) demarca y encauza. Quedó, en buena medida, para el final. Muchas importantes ramas de la actividad han cerrado sus convenios: entre ellos los estatales, la UOM, Comercio, la Uocra en estos días. Alimentación y Sanidad (que tiene cierre más tarde) todavía esperan su turno. Pero la base está.
Pablo Moyano quiere apurar el paso y se queja ante cámara y micrófonos complacientes del multimedios: “¿Qué quieren, que espere hasta fin de año?”. En Trabajo le retrucan que el convenio vigente vale hasta julio de 2012 y que si hubiera voluntad restarían chances para acordar.
Que otros gremios ya hayan cerrado, paradójicamente, deja más margen a los camioneros para quedar por encima de la media: no hay riesgo de “efecto contagio”.
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Futsal y basura: “¿Quién es ese Mariotto?” deslegitimó Pablo Moyano varias veces. Y lo excluyó del movimiento nacional, peronómetro en ristre. Cada cual tiene su instrumento de medición en el justicialismo... legalmente Mariotto es el vicegobernador electo de la provincia, en ejercicio interino de la gobernación. Mientras Scioli no se dejaba ver ni oír, su segundo-adversario mostraba hiperquinesis y daba visibilidad a la ausencia. “Ni Gabriel llamó a Scioli ni Scioli lo llamó a Gabriel. Se borró”, dictaminan, cerquita de “Gabriel”.
La imagen del partido de futsal entre el equipo de Scioli y los camioneros enardeció al kirchnerismo y también puso en guardia a los intendentes bonaerenses. Muchas cuitas acumulan con los camioneros, que les sacan canas verdes.
Los gremios que encabeza Moyano abarcan muchas actividades, con expansión creciente en servicios ligados a lo público: recolección de basura, transporte de combustible o de caudales, Correos. Esa potencia estratégica es parte de su poder, pero también de su responsabilidad. “El transporte no es servicio esencial” explican avezados asesores de “Hugo”. Y es verdad, pero el apego a la ley no se configura sólo con no hacer lo prohibido. Máxime cuando hay ámbitos institucionales establecidos, en pleno funcionamiento.
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Gobernabilidad: la Casa Rosada tomó el timón, en su clásico anhelo de demostrar que nadie se la lleva por delante y que se garantiza la gobernabilidad. En esta situación, se jugó para evitar el cierre total del abastecimiento.
Hubo escenas que infundieron temor a cualquier argentino con memoria: manifestantes convencidos y duros versus fuerzas de seguridad que no suelen manejar bien el monopolio del uso de la fuerza. Por suerte, primó la templanza compartida y, al cierre de esta nota, frisando la medianoche, no se conocen desbordes lamentables o irreparables.
El resto de la historia, abarcando un paro nacional de camioneros (hasta acá sin adhesiones de otros gremios), continuará.