Jorge Fontevecchia
No es para alegrarse
Perfil
Que
Carlos Slim haya comprado el 8,4% de las acciones de
YPF “es una buena noticia”, dijo
Cristina Kirchner durante el almuerzo con empresarios norteamericanos en su reunión del Council of the Americas antes de ayer, viernes. El diario
Página/12 hizo su tapa del sábado con foto a toda página de la Presidenta durante ese almuerzo, rodeada de empresarios, bajo el título “YPF, la gran estrella del menú”. Y el diario Tiempo también le dedicó su título principal: “Las acciones de YPF suben un 9,08% tras el ingreso de Slim”, y en el copete de la nota destaca: “Los analistas consideran que la inversión del magnate mexicano es un voto de confianza al programa de expansión de la producción petrolera”.
En la misma sintonía el día anterior se había expresado el CEO de YPF,
Miguel Galuccio, para quien la compra de Carlos Slim “es una gran muestra de confianza en la Argentina y en el nuevo proyecto de la compañía”.
Pobre YPF y pobre Galuccio. Es triste tener que alegrarse porque alguien compra el 8,4% de la mayor empresa argentina por sólo 345 millones de dólares, o sea, valuando implícitamente el 100% de YPF en apenas 4 mil millones de dólares, cuando hace tan sólo seis meses la misma YPF valía 15 mil millones: casi cuatro veces más.
También es triste tener que alegrarse y destacar que las acciones de YPF subieron el viernes en la Bolsa el 9,08%, al saberse que Carlos Slim era uno de los nuevos accionistas de la empresa, porque ese aumento hizo que YPF se valorizara en 376 millones de dólares, pasando a valer su 100% de 4.126 millones de dólares a 4.502 millones. Conviene recordar que hace sólo siete semanas, cuando ya se había anunciado que el Gobierno había estatizado el 51% de las acciones de YPF, el valor total de sus acciones todavía cotizaba a 6 mil millones de dólares. O sea, aún vale 26% menos que hace siete semanas y 70% menos que a comienzos del año.
Otra es la perspectiva de los analistas de
Wall Street, como el citado por
Bloomberg Businessweek de
Oracle Investment, con negocios petroleros en Canadá, Laurence Balter, quien sostuvo que “YPF vale mucho más del precio que el mercado le asigna hoy, y esta compra es otro gran acierto de Slim”. O Marcus Sequeira, del
Deutsche Bank AG de Nueva York, para quien Slim vio “una gran oportunidad” al poder comprar activos por mucho menos de su valor real. Por su parte, el vocero de Slim en México, Arturo Elías, declaró que los motivó “ver una empresa sólida con un buen potencial de crecimiento” en coincidencia con analistas bursátiles en Argentina, para quienes el valor de las acciones de YPF ya había “encontrado un piso por debajo del cual no van a caer”.
Cabe preguntar por qué ninguno de los empresarios argentinos, con fortunas que cuentan con una liquidez mucho mayor que los 345 millones de dólares que pagó Slim por las acciones de YPF, aprovechó para hacer el buen negocio que realizó el mexicano.
Por ejemplo los Bulgheroni, que también integran la lista de Forbes con 3 mil millones de dólares de fortuna personal; ¿por qué no destinaron el diez por ciento de su capital a comprar el 8,4% de YPF, cuando hace poco más de un año y medio, junto con sus socios chinos, le ofrecieron a British Petroleum comprar su 60% de Pan American Energy por 7 mil millones de dólares, siendo sus ventas anuales de 2.800 millones de dólares, casi cinco veces menores que las de YPF, que son de 13 mil millones?
Además de los Bulgheroni está Perez Companc, con experiencia petrolera por haber vendido hace una década Pecom a Petrobras; Eurnekian, que varias veces analizó ingresar al negocio energético, o Cristóbal López, que está en la actividad petrolera y lleva invertidos en compras de diferentes empresas más de 200 millones de dólares en el último año. Y varios millonarios argentinos más.
Una hipótesis es que los argentinos, después de ver la suerte corrida por los Eskenazi y en menor medida por otros empresarios que en su momento estuvieron muy cerca del Gobierno y hoy cayeron en desgracia, no quieran líos y prefieran abstenerse de participar en un negocio de alta exposición simbólica. Algo que, si fuera cierto, no dejaría de ser un perjuicio para el país, por lo menos para todos aquellos que defienden la necesidad de una burguesía nacional.
Otra perspectiva entristecedora es que el Estado argentino no haya comprado él mismo el 8,36% de YPF por los 345 millones de dólares que pagó Slim. Más allá de tener que deprimirse por la fenomenal destrucción de capital, por lo menos sería un consuelo recomprar parte de YPF por el equivalente de un valor total de 4.126 millones de dólares, cuando en 1998 el propio Estado argentino la vendió a los españoles por 20 mil millones de dólares.
¿Compró o capitalizó deuda? Pero quizás no haya que entristecerse por nada de lo anterior sino por algo diferente. Por ejemplo si se confirmara que ni el Estado, ni Bulgheroni, ni Perez Companc, ni Eurnekian, ni ningún otro empresario argentino hubiese podido comprar esas acciones porque, en realidad, Slim no las compró sino que tuvo que capitalizar un préstamo que garantizaba el crédito (se llama colateral) con el que se le había prestado a los Eskenazi el dinero para la adquisición de una parte de sus acciones en YPF.
De haber sido así, Slim no habría pagado 345 millones de dólares, sino que se registró contablemente esa transferencia de acciones en 345 millones de dólares simplemente porque ése era el precio al que cotizaban las acciones ese día en la Bolsa.
En esta alternativa tampoco habría nada para alegrarse.
La Presidenta tuvo en Nueva York reuniones con directivos de las petroleras Exxon y Chevron, la primera y la sexta más grandes del mundo (vale recordar que Petrobras es la cuarta mayor del mundo y en los 90 era más pequeña que YPF). Dicen que los norteamericanos solicitan tres cosas: contrato de cincuenta años, que el precio de la energía que produzcan sea el internacional y la libre disponibilidad de remitir los dividendos. Con condiciones así, la propia YPF valdría diez veces más. Pero al Gobierno se le destruiría su sistema de precios subsidiados de energía, y con él gran parte de su modelo.
Pobre Galuccio.