Antonio Cafiero *
La recuperación de YPF por parte del gobierno de Cristina Kirchner marca un hito en la historia económica argentina y da un paso más en el paulatino abandono del neoliberalismo que se enseñoreó entre nosotros y que dejó como resultado sólo fracasos a la vista de todos. Esta importante reivindicación reveló la madurez de la dirigencia política que, abstrayéndose de las disputas partidarias, no vaciló en sumarse a un consenso y decidir, con mirada estratégica, la conveniencia soberana del estricto interés nacional. Esto es lo que ha ocurrido cuando la Presidenta promulgó la ley que coloca en manos del Estado el 51 por ciento de las acciones de YPF. La norma había sido aprobada con amplia adhesión en el Congreso (64 a 4 en el Senado y 208 a 32 en Diputados). Este golpe final al paradigma privatista se enmarca en la línea de anteriores medidas, como la renegociación de la deuda externa, el fin del acatamiento sumiso a los dictados del FMI, la recuperación de los fondos de las AFJP y la reforma del BCRA, entre otras. De modo similar, la nacionalización de YPF constituye un hito fundamental que rompe el paradigma neoliberal del Estado ausente que condenaba a la Argentina a ser un mero exportador de materias primas, para constituirnos en un país industrial, aun con base agroindustrial, fundamental para el autoabastecimiento y el manejo soberano de la energía, para lo cual es imprescindible el rol protagónico del Estado, que nunca debió abandonarse.
- Autoabastecimiento. Uno de los aspectos positivos de la ley es que declara de “interés nacional la recuperación del autoabastecimiento”, vital para erradicar incertidumbres por la volatibilidad del precio internacional de los hidrocarburos y cumplir con el sano desafío de mantener en equilibrio la balanza comercial del país, sin que la importación de combustibles genere un gravamen cargoso y creciente, sobre todo teniendo en cuenta las mayoritarias predicciones de que el precio del barril seguirá aumentando. Perón siempre sostuvo que, para poder industrializarse, el país tenía que brindar energía barata, y que YPF vuelva a estar al servicio del desarrollo argentino significa que se ha recuperado un instrumento central para el objetivo estratégico de proporcionar combustible accesible no sólo para la industria sino también para las familias, en especial para los sectores más humildes, contribuyendo a favorecer la competitividad de los diversos sectores de la economía argentina. Ese objetivo es, a la vez, compatible con la decisión de que YPF sostenga en sus planes de producción, explotación y crecimiento empresarial un alto nivel de profesionalismo, así como un deseable afán de ganancias para confirmar la efectividad y eficiencia de un Estado atento y consecuente con los riesgos que adopta.
- Previsibilidad. En las últimas semanas se oyeron voces alertando respecto de la seguridad jurídica y la previsibilidad del sistema argentino. Yo me pregunto: ¿qué previsión puede tener una empresa que percibe que el país en el que invierte se desentiende de algo tan básico como la energía y lo deja librado a las fuerzas del mercado? Como señaló la Presidenta, “somos el único país de Latinoamérica y casi del mundo que no maneja sus recursos naturales”. La definición de la matriz energética es esencial para el desarrollo de cualquier país y es indiscutible, como lo es la importancia estratégica de los hidrocarburos y el rol que cabe al Estado en su explotación sustentable. En ese marco, reasumir el control de YPF, la principal petrolera nacional, constituye el rescate de una herramienta clave para el desarrollo argentino pues ella permitirá que las potencialidades energéticas en su más variada gama se hagan visibles para el bienestar de todo el pueblo. La renacionalización de YPF nunca fue más oportuna que ahora, a la luz del creciente desinterés puesto de manifiesto por la empresa Repsol, más evidente en los últimos dos o tres años con las casi nulas inversiones realizadas, el descenso en la producción de combustible, el agresivo reparto de dividendos rayano con el vaciamiento, la caída de las reservas de hidrocarburos convencionales y la incapacidad de desarrollar una propuesta acorde con nuestra necesidad de explotar los no convencionales.
- Shale gas y shale oil. Me aventuro a anticipar que aún carecemos de la real conciencia que tiene para la Argentina la recuperación de YPF. Porque si los pronósticos científicos realizados, que colocan al país en el tercer lugar en materia de reservas de recursos de energía no convencionales –shale oil y shale gas–, se corresponden con un plan de gran aliento y continuidad en el tiempo, nos convertiremos en un jugador mundial de primer orden por la posesión del 11 por ciento de esos recursos mundiales y la capacidad exportadora que exhibiremos en un futuro no muy lejano. Resolveremos de esa forma dos cuestiones básicas de un proyecto nacional: el autoabastecimiento energético y la provisión de energía a naciones que no la tienen. De la misma forma que estamos en condiciones de ser el país proveedor de alimentos por excelencia. China y Estados Unidos, dos de las principales economías y los actores geopolíticos de mayor relevancia actual, han comenzado una carrera de desarrollo científico y tecnológico para garantizarse la explotación sustentable de estos recursos “no convencionales”. Son consecuentes con sus aspiraciones de liderazgo mundial.
No es casual que la segunda mitad del siglo XX y el inicio del XXI se hayan caracterizado por guerras cuyos objetivos principales fueran, y lo son, los recursos naturales. Por eso es hora de que la Argentina se ponga en marcha, no sólo para explotar sus riquezas y usufructuarlas en todas sus dimensiones sino para proteger su soberanía, porque de ella depende el futuro de sus habitantes. Es tiempo de que la Argentina avance también para articular, como dice la Presidenta, el desarrollo productivo con justicia social que propugna su gobierno. El éxito productivo está indisolublemente ligado al éxito del desarrollo social, una bandera del peronismo que se avizora más cercana después de la feliz decisión de recuperar YPF.
* Dirigente del peronismo, ex ministro y ex senador de la Nación.
Amílcar Salas Oroño *
1 La decisión del gobierno de expropiar Repsol-YPF es una medida que debe observarse tanto por lo que es, una afirmación de la capacidad de regulación política por parte del Estado, como por los efectos que puede generar: es una decisión y, al mismo tiempo, una señal de cara a las formas que asumen ciertos comportamientos capitalistas en nuestras periferias latinoamericanas. Quizá sea precisamente sobre este aspecto que la disposición se vuelve relevante y auspiciosa también para los países vecinos, para las agendas progresivas de sus gobiernos, e incómoda para los “países centrales”. Las dialécticas de mercado que viene a denunciar –y a anular– se habían convertido en absurdos rentísticos que, a la manera de las tradicionales sujeciones coloniales, prácticamente no dejaba nada en estas tierras: en los últimos tiempos, casi el 90 por ciento de las utilidades de Repsol-YPF se iba fuera del país. Seguir aceptando este esquema no sólo hubiera puesto en jaque las capacidades del desarrollo energético, económico y social de la nación; también tenía costos respecto de nuestra autoestima colectiva, moral. De allí que la expropiación fuera vivenciada con un ciudadano sentido de júbilo, cosa que suele suceder cuando, de tanto en tanto, logramos apartar de nuestra experiencia singular aquellos obstáculos (externos) que se anteponen entre nosotros y nuestra realización.
2 Los comportamientos capitalistas en América latina tienen una larga lista de barbaridades y violencias en su haber, explícitas o sutiles, características inherentes a la naturaleza misma del momento de su implantación: las necesidades de expansión y acumulación de Europa. Sobre esa matriz de intercambio y tránsito de mercancías se definieron en paralelo las fórmulas internas del disciplinamiento social y los modelos ideológicos del pensamiento, elementos indispensables para que el dinamismo económico resultante pudiera colocar a la “situación periférica” en un rol subsidiario, al servicio del proceso civilizatorio del “centro”. En ese sentido, fuimos construidos (capitalísticamente) como subalternos, como apéndices. Buena parte de los comportamientos oligárquicos de nuestras elites dominantes siempre estuvieron iluminados por aquel signo inaugural, ni hablar de los capitalistas extranjeros que siguieron haciendo negocios en nuestros territorios; así es como estas latitudes se convirtieron en espacios geográficos para todo tipo de desaguisados. Sin embargo, hubo momentos en los que, como país, como región, logramos revertir la dirección de los vectores que determinaban las interacciones del mercado: la causa del petróleo, de Mosconi a Cárdenas y de Perón a Vargas, fue un circunstancia emblemática y clave en la construcción de una dialéctica histórica de signo diferente, de carácter nacional, popular, con una “centralidad” en el Estado. Y lo vuelve a ser ahora, en pleno siglo XXI.
3 La expropiación de Repsol-YPF encierra las características de la época al mismo tiempo que propone una síntesis que va más allá. Por un lado, deja en claro que el Estado debe y puede estar allí, controlando, socializando, normativizando, actuando respecto de decisiones más drásticas –como la de YPF– o microsociales. Nunca hay una generación espontánea de la experiencia, siempre es un proceso histórico que implica un trabajo constante; más aún cuando el neoliberalismo está, según los países, o bien presente en innúmeros resortes cotidianos, o bien agazapado en fuerzas políticas competitivas. Por otro lado, la medida también resulta una afirmación (política) respecto de las características que debe asumir el mercado. No se trata de una “estatización”: el carácter de sociedad anónima se mantiene, como otros principios propios de una empresa privada (con mayoría accionaria estatal). Como mensaje, la expropiación se vuelve necesaria: el interés nacional debe estar incorporado en los modelos de valorización y acumulación contemporáneos. No se trata de hacer cualquier cosa y de cualquier manera; en parte, porque ya no nos aceptamos como espacios residuales. Pero está claro que, y puesto que el dinamismo actual está articulado en torno de ese circuito, las “fuerzas del mercado” son un componente del ciclo, más aún en un sector estratégico como el energético. La eficacia se compone de ambos elementos, ninguno por separado: intereses privados y regulación pública. Nuestras posibilidades endógenas se definen en la originalidad que se le pueda imprimir a la combinación entre más Estado y más mercado; a fin de cuentas, es esa composición la que nos ha permitido plantear una salida al encierro neoliberal. Esto no supone que, llegado el caso, alguno de los términos no deba ser reestructurado. Los comportamientos capitalistas siempre deben ser objeto de seguimiento y corrección, y más corrección: su lógica no es precisamente la de la filantropía.
4 No es que estemos saliendo de las contradicciones latinoamericanas, quizá tan sólo estemos entrando más de lleno en ellas. Pero el siglo XXI nos está mostrando que no sólo somos capaces y merecedores de poder definirlas según nuestros propios criterios sino que la salud de nuestros pueblos va de la mano de esas autoafirmaciones nacionales que se vienen bosquejando. Medidas como la expropiación de Repsol-YPF tratan sobre los límites al capitalismo, a los “países centrales”, a lo que puede hacerse con nuestros recursos y con el trabajo vivo que los transforma. Que las coyunturas cotidianas estén repletas de asimetrías, desgracias reparables y violencias absurdas, no es ninguna novedad: hasta hace unos años éramos el rincón más desigual del planeta. Pero lo que no puede negarse es que hay una reconstitución espiritual latinoamericana, de vocación descolonizante, y elementos objetivos y subjetivos para poder desagregar y desarmar esos vectores del pasado. Quizá nos estemos mostrando los latinoamericanos que hay más para nosotros que lo que siempre pensamos que habría, que lo que siempre tenían guardado para nosotros. Un tiempo histórico abierto, intenso, dialéctico, germinal.
* Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (UBA).