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(Opinión) MARCHA ATRÁS ENTRE MILES DE CIFRAS Y PALABRAS
04/03/2012

Marcha atrás entre miles de cifras y palabras

La Nación
Si bien el discurso presidencial ante el Congreso pareció una reafirmación sin fisuras de todas las políticas oficiales, el análisis en frío de lo dicho a lo largo de tres horas veinte minutos revela otra cosa. Cristina Kirchner dio marcha atrás por lo menos en media docena de asuntos. Sólo que su oratoria desafiante , la permanente descalificación a los opositores, el latiguillo de culpar a los medios por tergiversar la realidad, el ambiente de excitación partidaria con jóvenes que se ofrecían "para la liberación", un anecdotario épico y la extensa primera parte, efectivamente reivindicativa, sobre la economía en la era K , dieron a la exposición un aspecto de ratificación uniforme.
Los casos más nítidos de marcha atrás fueron sobre Malvinas y el traspaso de los subtes. En Malvinas la Presidenta invirtió de manera súbita el planteo que venía propiciando en los últimos seis meses: de aislar a los isleños pasó a ofrecerles un aumento de los vuelos semanales. En el tema subtes, luego de descargar unos cuantos párrafos burlescos contra Mauricio Macri (en la transcripción, tres carillas) revirtió la orden de retirar a la Policía Federal, en ese momento piedra angular del litigio, que había sido ejecutada el día anterior por la ministra Nilda Garré. Al hacerse cargo de la seguridad por un mes más, la Presidenta mostró que si el asunto hubiera sido atendido en una mesa de diálogo, el gobierno nacional habría podido evitar que se desencadenara la escalada que el mismo jueves dejó sin subte a un millón de usuarios.

La costumbre exclusiva de Cristina Kirchner de no leer los discursos, sumada a su decisión, el jueves, de batir el récord de extensión en el rubro mensajes al Congreso (desde el siglo XIX), quizás contribuyó a que mucha gente también identificara como un rasgo cristinista el de la diversidad de temas abordados. Pero la diversidad viene del fondo de la historia y se debe a la prescripción constitucional de dar cuenta en ese acto del estado de la Nación. Un abanico tan vasto que llevó a varios presidentes a instaurar la costumbre de leer frente a diputados y senadores sólo las partes principales del informe y enviar el contenido pleno del mensaje a la imprenta del Congreso, de donde saltaba con forma de librito a las bancas de los legisladores. Los sucesivos presidentes (menos, por distintos motivos, Hipólito Yrigoyen y Roberto Ortíz) inauguraban las sesiones ordinarias, pues, con exposiciones igualmente politemáticas. Pero al emplear Cristina Kirchner el método coloquial para desgranarlas, de a ratos con un insólito registro de entrecasa ("no me toques los papeles", le dijo en un momento al Vicepresidente), y al naturalizar el uso de la primera persona del singular para relatar gestiones institucionales, el discurso del jueves resultó tal vez la más acabada escenificación de concentración del poder desde que gobiernan los Kirchner, es decir, un récord dentro de la propia singularidad cesarista. Es probable que Cristina Kirchner haya batido también el récord de cantidad de cifras y porcentajes. "Tampoco quiero atiborrarlos de números, aunque tengo muchos más, desgraciadamente, y los voy a tener que decir porque así me obliga la Constitución", dijo en medio de la alocución. En realidad, la Constitución no exige eso. Pero siempre se espera que el titular del Poder Ejecutivo aproveche su visita anual al Congreso para exponer soluciones de los grandes problemas pendientes, cosa que por lo menos con la inflación, la minería y la política ferroviaria, la Presidenta no hizo.
De los textos que antiguamente se estructuraban sobre áreas ministeriales (explícitamente elevados al presidente por sus ministros) se pasó a la jactancia del unicato. "Controlo todo -dijo la Presidenta ante el Congreso cuando hablaba sobre el tema cambiario- e igualmente se pasan cosas, porque es imposible controlar todo". También dijo (a propósito de los códigos civil y de comercio) que se sentía Napoleón. "Medio en broma, medio en serio", aclaró.
Completó el contexto la proverbial indisposición a admitir errores precisos (errores en términos genéricos muchas veces reconoce), bajo el supuesto de que el relato de éxitos hilvanados le impide a las audiencias descubrir golpes de timón.
He aquí los principales temas en los que el jueves se deslizaron cambios de política de manera no explícita.
Malvinas. La Presidenta recordó, sí, que ella misma había hablado en su último discurso en las Naciones Unidas, en septiembre, de cancelar los vuelos que parten de Chile a Malvinas -único puente aéreo de las islas con el continente- en caso de que el Reino Unido no se aviniera a negociar la soberanía, pero no explicó por qué ahora resolvió ir por el camino opuesto (sólo dijo: "no estamos para perjudicar a ninguna comunidad" y enseguida levantó la voz para recordar que es nieta de inmigrantes). El embajador argentino ante la ONU, Jorge Argüello había inscripto aquella advertencia presidencial sobre la cancelación de vuelos "en la misma dirección de siempre", en el sentido de "trabajar para generar las condiciones propicias para la reapertura de la negociación bilateral". Pero si la dirección de siempre consistía en aislar a los isleños, también mediante la prohibición a barcos de bandera de Malvinas para atracar en puertos del Mercosur, es obvio que el mejoramiento del tráfico aéreo sería antagónico con la idea de un bloqueo. Ante el Congreso, Cristina Kirchner sólo usó categorías emocionales para justificar la amenaza que hiciera en septiembre ante los jefes de Estado y de gobierno de todo el mundo. "Estábamos muy cansados" y "muy humillados", dijo, por la intransigencia británica. Ahora bien, el Gobierno sostiene que en el tema Malvinas siguió una "política de estado" (que ahora se habría convertido en "política global"). Por lo visto, se trató de una política de estado de vagos contornos si, entre otras cosas, no especifica si conviene aislar a los isleños o atenderlos mejor, lo que está lejos de ser un mero detalle táctico.
En realidad, en el medio sucedieron dos cosas, una pública y otra reservada, que la Presidenta evitó mencionar. La pública fue la difusión del documento de los intelectuales no kirchneristas sobre Malvinas (Beatriz Sarlo, Juan José Sebrelli, Vicente Palermo, Gustavo Noriega, Luis Alberto Romero, entre otros), que reflexionaba sobre la necesidad de cambiar el petrificado enfoque del reclamo e incorporar a los habitantes de Malvinas como sujetos de derecho. El Gobierno enseguida envió a su vocero de prosa menos delicada, Aníbal Fernández, a replicar con insultos a los autores y al contenido del documento, pese a lo cual ahora la Presidenta propuso un viraje que va en línea -si bien tímidamente- con lo que los intelectuales plantearon. En cuanto a la novedad reservada, circula la versión de que algunos aliados regionales se opusieron a profundizar el bloqueo a los isleños que había arrancado con su apoyo a la prohibición a los barcos de bandera malvinense. Una especie de "hasta aquí llegamos". Fuentes de la oposición aseguran incluso que en el acto sobre Malvinas realizado hace un mes en la Casa Rosada con la inusual convocatoria a dirigentes de varios partidos, en el que se esperaban importantes novedades finalmente reducidas a una reiteración sobre el Informe Rattembach, la Presidenta iba a anunciar la cancelación de los vuelos. Pero ello se habría frustrado a último momento por objeciones del principal socio del Mercosur, Brasil. Los razonamientos diplomáticos antibloqueo generalmente terminan refiriéndose al fracaso del antecedente más emblemático -y más extremo- de la era moderna, el de Estados Unidos respecto de Cuba, casualmente una isla. ¿Podría ser malo asfixiar a los cubanos y bueno asfixiar a los malvinenses?
Subtes. Como ya se señaló, la Presidenta revirtió una orden controvertida, si bien no admitió desacierto alguno en el trámite del traspaso. Al cambio de postura lo presentó como un gesto de grandeza destinado a tolerar la incapacidad de Macri para organizar sus propias fuerzas policiales.
YPF. El propio Gobierno dejó correr las versiones que indicaban que se iba a anunciar en el Congreso un cambio en la situación jurídico patrimonial de la mayor empresa argentina, a la que viene encumbrando como responsable estelar de la crisis energética. Todo indica que hubo un cambio de planes motivado por nerviosas gestiones del gobierno español, cuyo ministro de Industria, Energía y Turismo, Juan Manuel Soria, estuvo 12 horas en Buenos Aires justo en el momento en que la Presidenta preparaba su discurso. Claro que Cristina Kirchner no dejó de hablar de YPF, pero lo hizo entre otras cosas para justificar -de manera implícita- el apoyo que ella y su marido le dieron en los noventa a la privatización, postura contraria a la estatización que ahora se menea. "Cuando se federalizó y privatizó, YPF no era de los argentinos porque ya había sido vaciada durante la dictadura con préstamos, además luego terminó presa de las empresas contratistas y de los partidos políticos de turno", dijo la Presidenta el jueves. De todos modos frenó la reestatización, no se sabe por cuánto tiempo ni bajo qué nuevas condiciones.
Legislación sobre bancos. Al anunciar la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central quedó consagrado un legado de la dictadura. Surge de estas palabras de Cristina Kirchner: "Sé que hay varios proyectos de reforma de la Ley de Entidades Financieras. Sinceramente esta presidenta -ustedes son los que legislan, no puedo darles instrucciones- considera que no es necesario reformar la Ley de Entidades Financieras". Si la Presidenta hubiera mencionado a esta ley como siempre mencionó a la vieja ley de Radiodifusión, habría dicho que "no es necesario reformar la ley de Entidades Financieras de Videla". Pero por algún motivo, esta vez omitió la paternidad del instrumento (y también el nombre del verdadero autor, firmante junto a Videla de la ley vigente: José Alfredo Martínez de Hoz). Es cierto que esa ley fue modificada varias veces, pero lo fue muchísimas menos que la ley de Radiodifusión tan repudiada cuando el kirchnerismo usó el vicio de origen como primer argumento para promocionar promover la mesiánica ley de Servicios Audiovisuales. Es probable que a los militantes de La Cámpora que desde los palcos cantaban "Cristina corazón, acá tenés los pibes para la liberación", el detalle de que la Presidenta se pronunció por la continuidad de una ley fundamental de Videla les haya pasado inadvertido. La jefa del Estado habló luego de Videla, pero lo hizo para contar que había puesto el recorte de un diario con las recientes declaraciones del dictador en la tumba de su esposo, se supone que a modo de homenaje. La sola mención de Videla enardeció a los militantes de La Cámpora.
Docentes. Las fuertes críticas a los gremios docentes que en los últimos días rechazaron las propuestas salariales del Gobierno no estuvieron circunscriptas a los negociadores sino que se extendieron al conjunto de los trabajadores del sector. Cristina Kirchner hizo duros reproches a quienes, según ella, trabajan poco y quieren ganar mejor. Como lo señalara Carlos Pagni en LA NACION del sábado, exponía esas críticas frente a los legisladores que vienen de duplicarse sus salarios y que tampoco trabajan todo el año. Desmesura salarial que, por cierto, no formó parte del discurso (en realidad, un legislador gana ahora aproximadamente lo mismo que un docente, pero con un cero más). Lo cierto es que el sector docente había tenido hasta hace poco el apoyo del kirchnerismo.
Minería. Acá hay dos aspectos. Uno es el medioambiental, en el que la Presidenta defendió a la megaminería y no dio ninguna marcha atrás, si bien se guardó los detalles de la política futura. Se están haciendo "obras de medio ambiente, de medio ambiente para la gente viva, la de dos patas", explicó. Pero el otro es el del negocio minero y allí sí debió admitir, aunque de manera solapada, que algo se hizo mal. "Debemos exigir también en este caso que las empresas dejen parte de sus inversiones en la Argentina, además del cuidado del medio ambiente, como lo hemos hecho en Santa Cruz. Si hemos podido hacerlo en Santa Cruz, se puede hacer en todo el país". Aunque esta reflexión que pone como ejemplo al modelo santacruceño da cuenta de que las empresas mineras no están dejando en el país lo que deberían, acá la Presidenta no dio números. Omitió indicar la cantidad de años que llevan estas pérdidas, los montos que el Estado dejó de percibir, las grietas legales y la forma en la que esto se va a resolver, cosa que prometió.
En materia ferroviaria , lejos de reconocer explícita o implícitamente fallas políticas Cristina sorprendió con una reivindicación de su proyecto del tren bala, aunque dedicó la mayor parte del capítulo a reiterar que los problemas son antiguos y que no tuvo plata para resolverlos por culpa del endeudamiento. Pero tampoco presentó un plan hacia adelante.
Podría entenderse, por fin, que esbozó una autocrítica respecto de la guerra con el campo, aunque pese a la importancia del tema no fue mucho más allá de estas dos oraciones: "Yo creo, sinceramente, que con todo lo que nos pasó hemos aprendido que, enfrentados, no hemos logrado nada. Enfrentados los únicos que ganaron en aquella oportunidad fueron cinco, siete, diez grandes firmas que se quedaron con todo y se la llevaron toda". Tampoco explicó cómo aprovechará ese aprendizaje sobre los enfrentamientos.

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