POR EMILIO APUD EX SECRETARIO DE ENERGIA
Nuestro país es pródigo en recursos energéticos. Sin embargo no los estamos utilizando y, en su reemplazo, recurrimos a la solución cortoplacista de la importación , con sus secuelas en la balanza comercial, en los costos internos, en la inversión genuina, en la investigación, en la calidad ambiental y en la postergación de zonas no favorecidas por la naturaleza para el desarrollo agropecuario.
Disponemos de recursos energéticos potenciales con diversidad, cantidad y calidad como para abastecer satisfactoriamente la demanda interna y también exportar saldos a nuestros vecinos y al resto del mundo globalizado.
Pero además de esos recursos, contamos con algo muy importante: el conocimiento y la experiencia adquirida en más de un siglo en la industria petrolera, en la construcción y operación de grandes centrales hidráulicas y de miles de quilómetros de redes de transporte de electricidad y gas natural, en los desarrollos en el sector nuclear -que hicieron de nuestro país un líder de nivel internacional en el uso pacífico de la energía atómica- y en la producción de biocombustibles.
Es decir, contamos con los recursos energéticos primarios y con el know how para ponerlos en valor , pero evidentemente algo esta fallando desde el momento en que el Gobierno está invirtiendo a los apurones para transformar al país en importador de energía.
La consecuencia de persistir en esta tendencia importadora es muy nociva para nuestra economía ya que le quitará la competitividad necesaria en la colocación de sus productos en el exterior, en particular los que tienen valor agregado.
Tomemos como ejemplo el gas natural, que abastece al 50% del consumo total de energía en la Argentina. Este año ya se importará más del 20 % de la demanda, casi todo como GNL, gas natural licuado, que es la forma en que se puede transportar prescindiendo de un gasoducto. Lo de Bolivia hoy es menos del 30 % de las importaciones y además inseguro. Recordemos que la demanda de gas sin restricciones ya supera los 140 millones de m3 diarios.
La importación significa pagar por el gas más de tres veces de lo que costaría producirlo aquí con precios atractivos para la inversión en exploración y desarrollo, incluso de los yacimientos no convencionales que son sensiblemente más costosos. Además, si el año que viene importáramos 20 millones de m3, deberíamos pagar más por esa cantidad que por los 100 millones producidos localmente.
Para ilustrar sobre la potencialidad de nuestros recursos energéticos citaré algunos casos: contamos con recursos hídricos que pueden duplicar la hidroelectricidad actual , vientos con características excepcionales prácticamente sin aprovechar, recursos uraníferos y conocimiento para encarar un plan nucleoléctrico que apuntale la investigación y el desarrollo de la actividad nuclear, recursos potenciales de hidrocarburos convencionales en el territorio y en el mar y de no convencionales que, según los estudios preliminares que se llevan a cabo en la cuenca neuquina y de relevamientos a nivel mundial realizados por la Agencia Internacional de Energía, nuestro país contaría con ese tipo de hidrocarburos en cantidades excepcionales.
Pero para poner en valor esos recursos y el know how es necesario el concurso del complemento inevitable, el capital . En los próximos cinco años será necesario el aporte de más de US$ 60.000 millones en electricidad y petróleo, para reponer el capital energético gastado por el kirchnerismo y atender al crecimiento de la demanda.
La pregunta obvia que surge entonces es ¿cómo se financia ese nivel de inversión anual superior al 3% del PBI, siendo que no hay ahorro interno, tampoco acceso al crédito internacional y cuestionamientos a los organismos bilaterales para créditos a nuestro país? El sector público podría encarar una parte de esa inversión con gran esfuerzo y a expensas de postergar otras de mayor urgencia en lo social, pero la mayoría inexorablemente la debería aportar el sector privado. Lamentablemente, hoy no están dadas las condiciones para las inversiones en nuestro país y menos en el sector energético donde se requieren horizontes de proyecto que se miden en décadas e inversiones de alto riesgo y difícil recuperación si hubiese que desistir de las mismas.
Si el Gobierno piensa que con un saneamiento tarifario basta para concitar el interés de los inversores, se equivoca.
El factor económico es importante pero más lo es el ámbito para los negocios que ofrece el país.
Y en este sentido Argentina no presenta atractivo alguno para la inversión productiva, salvo para los que son amigos del poder, los que, como sabemos, se han acostumbrado a participar con poco aporte de capital propio.
Desde 2002 no hay contratos ni seguridad jurídica, tampoco marcos regulatorios ni entes que velen por su cumplimiento. Es decir, no hay reglas de juego y se han hecho una práctica habitual los intervencionismos, las arbitrariedades, el cortoplacismo, el capitalismo de amigos, la falta de transparencia, entre otras irregularidades, que de no ser removidas seguiremos gastando cada vez más en importar lo que tenemos. Es hora de que el Gobierno advierta que la corrección de estos desvíos, producto de una mala gestión en el sector desde 2003, requerirá de mucho más que una sintonía fina.