POR ANDRÉS MALAMUD POLITOLOGO, UNIVERSIDAD DE LISBOA
En una Argentina industrial, la conducción de la CGT debe ser para un dirigente gremial de las empresas metalúrgicas o de las automotrices”.
Como siempre que va a la guerra, el gobierno la justifica con un relato: la cabeza de Moyano es el precio a pagar por la reindustrialización nacional.
El discurso es tan épico como ilusorio: Argentina no se está industrializando y, además, la economía está entrando en un plano inclinado.
Conste que nada de eso es culpa del Gobierno, sino señal de los tiempos. La virtud del camionero consiste en haberla olfateado. Mientras la revista Time consagra a los indignados como personajes del año, Moyano olfatea que por ahí viene el futuro. Y no yerra: cuando el colapso europeo lance su onda expansiva, el crecimiento económico global será un recuerdo. El desempleo y el desplome del Estado de bienestar desatarán movimientos de protesta generalizados. Hoy languidece una década de crecimiento desmesurado, que sacó a más gente de la pobreza que el resto de la historia, y ya se vislumbra a su sucesora. Pero lo que asoma no es bonito. Despuntan tiempos de ajuste, con diagnósticos controvertidos sobre lo que funcionó mal y ninguna hoja de ruta con alternativas claras.
El muy argentino diciembre de 2001, esta vez, se presagia planetario. Moyano lo intuye . Quizás no sea él quien recoja los frutos, pero la insatisfacción y la protesta juegan en su equipo.
El equipo del Gobierno, en cambio, entra lesionado a la cancha. La industrialización es un viejo anhelo latinoamericano que funcionó poco y mal, salvo en Brasil. Eso, por lo menos, dice el relato, y hay algo de cierto.
En 1964, el 85% de las exportaciones del país vecino eran productos primarios. Como resultado de la estrategia desarrollista implementada por la dictadura militar, que incluyó un lustro de altísimo crecimiento (el milagro brasileño), en 1978 la exportación de manufacturas superó por primera vez a la de commodities. Irónicamente, fue con el liberal Collor de Melo y su sucesor Itamar Franco que se alcanzó el record del 60%. Más irónico aún, el ascenso de Lula significó la inversión de la tendencia: a partir de 2005 el peso de las exportaciones industriales empieza a caer sin pausa, hasta que en 2010 fueron otra vez superadas por las commodities.
Dos conclusiones abofetean al observador: la primera es que la industrialización depende más de la demanda mundial que de la ideología del Gobierno ; la segunda, que si el gigante adelgaza es difícil que el ladero engorde: el mundo no precisa una Argentina industrial .
Si los sindicatos de servicios acaban perdiendo la supremacía contra los industriales será por la rosca política y no por el modelo económico .
La pelea entre Cristina y Moyano, las dos personalidades más influyentes del país según una encuesta reciente de Poliarquía, enfrenta a un relato en declive con un instinto brioso . Pero revela algo más: la vigencia inoxidable del peronismo. El desafío lanzado por el líder sindical podría leerse, en clave de Juan Carlos Torre, como la revancha del peronismo permanente sobre el contingente : presintiendo el cambio de época, los de la primera hora van a por los advenedizos.
La lectura de Eduardo Fidanza no diferiría: los propietarios de la planta baja (el peronismo-peronista) empiezan a hastiarse de los inquilinos del primer piso (los líderes coyunturales) y les ponen condiciones: aumento del alquiler o desalojo.
Los contendientes, sin embargo, no son simétricos: uno puede gobernar, el otro sólo bloquear.
Poco ha cambiado entonces: el tan anunciado “gobierno de la opinión” nunca nació, y siguen siendo las relaciones de fuerza entre actores organizados las que definen el conflicto político.
La novedad es que el enfrentamiento ya no es armado sino que se procesa en las urnas, las calles y, cada vez más, los tribunales.
Pero justo cuando los gremialistas empezaban a visitar las cárceles, la crisis viene a darles razones y músculos. Aunque Moyano termine mal, otros heredarán su instinto.
La historia argentina enseña que siempre que llovió sobre la economía, se inundó la política.
Ahora que la lluvia es inevitable, la pelea por los botes puede tornarse cruenta. Lo único seguro es que el timonel será peronista.
Nada como una certeza para atenuar la angustia ante lo desconocido