Juan Miguel Massot. Director Investigaciones Económicas USAL
En las últimas semanas, escenarios menos optimistas sobre los precios de las commodities, sumado a otros eventos, prenden luces de alarma y plantean la necesidad de tomar decisiones en la Argentina. Esto obliga a revisar algunos aspectos de la economía de largo plazo y su vínculo con la política macroeconómica.
Argentina nunca ha estado aislada de las tendencias mundiales en diversas materias, incluyendo la económica. Es más, su “nacimiento” en el siglo XIX es consecuencia de cambios a escala global de diversa índole. No es nuevo que el ciclo económico internacional afecte a la economía local.
A partir del período 1914-1930 y, especialmente, a partir de la Segunda Guerra, la Argentina se orientó hacia un régimen de menor apertura comercial y financiera, con sustitución de importaciones. Desde la óptica de las políticas económicas internas, el país adoptó con diverso éxito las tendencias mundiales en la materia, las cuales suponían que el país podría sostener su crecimiento y su grado de desarrollo en el nuevo contexto mundial. Los indicadores más relevantes dan muestra de los resultados de la experiencia. Reducción del grado de apertura externa (primero como consecuencia de factores exógenos -como las guerras-, y luego, parcialmente determinado de manera endógena por el modelo de acumulación nacional), mejoras en los indicadores sociales pero en el marco de un proceso inflacionario persistente, y alteraciones en precios relativos, tasa de inversión y crecimiento de la productividad.
La mayor autarquía relativa a la que se hace referencia encontró límites concretos en el mismo patrón de acumulación y distribución. Éste conducía al país a la inflación elevada (costo en términos de desequilibrio interno si se desea mantener bajo el desempleo), o a la crisis de balance de pagos si se deseaba sostener el equilibrio interno. Dado el nuevo orden económico y político internacional, la Argentina enfrentó recurrentes dilemas macroeconómicos con sus correspondientes conflictos sociales y políticos. Su origen habría radicado en la falta de complementariedad entre el sector exportador de commodities agroalimentarias y parte del sector industrial, el que empujaba tanto la demanda interna como la demanda de las escasas divisas. La “restricción externa” y el dilema económico parecía destinado a persistir.
La evolución económica mundial de la última década sugiere que dicha restricción podría haberse despejado, gracias a una demanda pujante en los países emergentes y a expectativas positivas hacia el futuro que se trasladan a los precios de commodities. El excedente de divisas que se genera por razones exógenas y por la inversión de los productores locales permite, luego de un siglo, la complementariedad entre los sectores excedentarios y deficitarios, aunque no impide que se generen otros conflictos y crisis de origen interno.
En los últimos años se ha verificado que el tipo de cambio firmemente administrado y el creciente nivel de precios generan una progresiva apreciación real del peso. Si a esto se suma el crecimiento sostenido del gasto interno y de la fuga de capitales, el menguante superávit de cuenta corriente del balance de pagos culmina en un proceso de pérdida de reservas del banco central. A medida que esto sucede el esquema macroeconómico se vuelve menos sustentable, dinámica que se fortalece si el contexto externo empeora o persiste la fuga de capitales. En esta situación, las principales opciones son recurrir al mercado internacional de capitales para financiar el déficit externo, o el régimen cambiario para que el balance de divisas logre su equilibrio. La primera generaría una deuda que se debería pagar en el futuro y solo evitaría postergar la adecuación del gasto en el caso de que el problema del deterioro del balance de pagos fuese transitorio. La segunda puede avivar la incertidumbre interna si no se la acompaña por una política económica consistente y creíble. En resumen, si el gasto interno y la apreciación real del peso continúan creciendo a estas tasas, salvo un evento extraordinario, el proceso culmina en una modificación de la política económica, más o menos conflictiva según el tiempo que transcurra para aplicarla, su coherencia interna y su credibilidad.
A pesar del mejor panorama mundial para nuestras exportaciones en el largo plazo, el crecimiento sostenible no está asegurado. La política macroeconómica puede consolidarlo o frenarlo.