Por Héctor A. Huergo.
Una andanada de noticias recientes permite echar más luz sobre el concepto de “ruralización de la industria” que colocamos la semana pasada en este tablero, como una alternativa a la idea de “industrializar la ruralidad” devenida en muletilla oficial. Aclaremos nuevamente que no hay oposición entre ambas, sino complementariedad. Pero entender lo segundo es más complicado que lo primero, así que aprovecharemos estas noticias para explicar un poco más la cosa.
Primera noticia: la empresa alemana Evonik cortó cintas y empieza a producir metóxido, el catalizador que necesita la flamante industria del biodiésel en la Argentina. Todavía no se cumplieron cuatro años del primer embarque de este biocombustible elaborado a partir del aceite de soja. Ahora diez plantas producen más de 2 millones de metros cúbicos, por un valor de 3.000 millones de dólares. Usaban metóxido importado. Es entonces una sustitución de importaciones. La planta de Evonik se instala en un terreno dentro de Terminal 6, el joint venture entre Bunge y AGD que no para de invertir en capacidad de molienda y carga. Procesa 13.000 toneladas de soja por día. 500 camiones. Adentro ya hay tres líneas de producción de biodiesel y provee aceite para la planta aledaña de Unitec Bio (grupo Eurnekian) y otras. Hay también una planta que refina la glicerina obtenida como subproducto, y se está construyendo otra.
Así, la soja consolida su condición de nodo alrededor del cual nace un sinnúmero de industrias competitivas, en el up y en el down stream. Maquinaria, industria química, biotecnología, molienda, oleoquímica, puertos, bancos, camiones, cemento. Mucha, muchísima gente. Desarrollo.
La segunda noticia involucra al segundo producto de la industria agrícola argentina: el maíz. Es el anuncio de una nueva planta de etanol -otro biocombustible- en La Carlota (Córdoba), con una inversión de 43 millones de dólares. La empresa es Agroctanos, perteneciente a Bunge-AGD, y es la cuarta que se anuncia para la provincia de Córdoba. Procesará 250.000 toneladas de maíz por año. Lo notable es que hace solo quince días se dio a conocer que Arcor instalará una planta de jarabe de fructosa (también a partir de maíz) en Arroyito, con una inversión de más de cien millones de dólares. El maíz es otro nodo de la Argentina Verde y Competitiva.
Dos más: Becker Underwood, una empresa high tech de EE.UU., inaugurará el mes próximo una planta de inoculantes en Sauce Viejo (Santa Fe). Y como contraparte, Rizobacter Argentina (líder nacional en el rubro) informó que ha logrado registrar marcas y productos en los EE.UU.. Una que refuerza su presencia con operación industrial propia. Otra que se internacionaliza para expandir los mercados de sus desarrollos biotecnológicos locales.
Esto es industrializar la ruralidad. La mayor parte de los políticos, oficialistas y opositores, hablan de “reindustrializar” el país. Seguramente no tienen idea de que aquí ha nacido una nueva industria. En lugar de la nostalgia por lo viejo, habría que profundizar en el conocimiento y el análisis de “lo nuevo”.
Lo nuevo tiene el enorme mérito de haber crecido como el trébol campero, diría Yupanqui. Sin hacer barullo y apretándose contra el suelo para aguantar los malos vientos. Sin plan. Ahora tenemos el PEA, que habla de industrializar la ruralidad. Insistimos: la ruralidad es industria en sí misma, pero además es madre de otras industrias. Esta sociedad está embarazada de una nueva.
Durante muchos años ganó la ideología de la “industria integrada” y “diversificada”. Hoy la Argentina parece viable. El camino no es la reindustrialización, es la creación de una nueva estructura industrial. Hay dolores de parto, pero viene naciendo. Ojalá aparezca la partera.