Por: Fernando Navajas. Economista jefe de FIEL
La agudización desde el mes pasado de los desbalances macro-financieros en Europa y del letargo de la actividad económica en todo el hemisferio norte ha obligado a pensar las disyuntivas que se abren para la política macroeconómica de la región. En el caso de la Argentina esto se intensifica por la combinación del cierre de un ciclo electoral y la inauguración de un tercer período de la actual administración. Ambos rasgos sugieren cada vez con más fuerza que nuestra economía va a tener que transitar nuevos desafíos frente a las repercusiones de la situación internacional y al propio debilitamiento de los márgenes de maniobra externo, fiscal y monetario-financiero de la década posconvertibilidad.
Frente a este panorama es normal que una parte importante de los análisis económicos contengan un sentido normativo, es decir, incluyan opiniones de lo que se debería hacer en materia de contener la inflación y moverse a un sendero más sostenible frente a shocks. El problema obvio que tiene este enfoque es que una cosa es lo que los analistas vean como deseable o recomendable y otra muy distinta es lo que va a suceder en el marco del proceso político en curso. Al margen de que las recomendaciones técnicas son siempre útiles para quien pueda y quiera escucharlas, va a existir un problema serio de divorcio entre análisis y realidad si lo que se requiere no puede ser procesado políticamente.
Ejemplo
Yo llamaría a este enfoque normativo la macroeconomía del pida tres deseos. A continuación va un ejemplo frecuentemente escuchado de tres posibles deseos. El primero es la normalización paulatina de las mediciones del INDEC y el establecimiento por parte del Banco Central de un anuncio que aspira a hacer converger la inflación a niveles más bajos. El segundo es la coordinación explícita o implícita entre sindicatos y formadores de precios de que los ajustes de precios y salarios nominales van a moverse en un andarivel bastante inferior al actual. El tercero es el establecimiento por parte de los ministerios de Economía y de Planificación de una reducción paulatina de subsidios asociados a severas distorsiones de precios relativos de la energía, el transporte y los servicios, tal que permitan una disminución en la expansión nominal del gasto primario y colaboren con un programa financiero que busque colocar deuda en los mercados.
Por supuesto que el enunciado de los tres deseos puede ser cuestionado. Por un lado, no se dice cómo va a ajustarse la política cambiaria, en particular si los eventos externos y Brasil -mediados por la fuga de capitales- requieren mover más rápido el tipo de cambio. Por otro lado, tanto es-te movimiento cambiario como el desarmado de los subsidios van a involucrar presiones inflacionarias adicionales. Asimismo, hacer política de ingresos moviendo incrementos salariales de modo más pausado es más fácil decirlo que hacerlo, en particular si la formación de precios no acompaña en virtud de shocks. La respuesta que uno imagina a estos cuestionamientos es que cualquiera de estas cosas va a ser mucho más difícil de procesar para la economía -en particular frente a un shock externo- de no existir algún marco al menos implícito que actúe favorablemente sobre decisiones y expectativas, y que abra una ventana, aunque pequeña, de financiamiento externo.
Ahora volvamos a la realidad. Por más que nosotros seamos unos enamorados de los instrumentos y quisiéramos funcionar como si fuéramos dentistas (en el sentido que alguna vez imaginó Keynes para los economistas), lo cierto es que la política económica es hija de las visiones políticas y culturales que dominan la sociedad. Estas visiones están plasmadas en actores políticos que -bajo un fuerte mandato de las urnas a CFK- ocupan cargos centrales en los planos decisorios de la política económica. Bajo este mandato, lo que está vigente en la Argentina es la macroeconomía política del nunca menos, lo que involucra de manera directa a la estrategia de expansión continua de la economía y de los salarios reales. En cambio, la macro de los tres deseos supone que uno va a esperar que estos actores reprogramen sus visiones para adaptarlas sin más a modos operativos muy diferentes, por no decir antagónicos a su estructura de pensamiento. ¿Qué otra cosa es pensar que el INDEC, el BCRA y los ministerios de Economía y Planificación van a salir frescamente a decir que ahora, de repente, que les interesa medir mejor la inflación, controlar la inflación, desacelerar el crecimiento del gasto y moverse a una formación de precios eficiente de la energía y los servicios. Un lugar casi común en la macroeconomía mundial de los últimos 35 años es la cuestión de la credibilidad de la política económica, o lo que se llama la consistencia temporal de anuncios y decisiones. La macroeconomía de los tres deseos tiene el obvio sesgo simplista de suponer que actores dotados de visiones ortogonales al encuadramiento macroeconómico recomendado van a resultar creíbles, para los demás y para sí mismos, para llevar adelante esos lineamientos. Como tal resulta, valga la redundancia, un modo poco creíble de ver la macroeconomía política.
¿Es desesperanza y pesimismo lo que resulta de todo esto? No necesariamente. Los eventos posteriores a la crisis de septiembre de 2008 y la forma en que la macroeconomía argentina se adaptó al nuevo escenario son el ejemplo histórico más cercano -dentro de este modelo y conducción política- que da cuenta de una serie de correcciones que, sin estridencias ni anuncios de virajes, produjeron de hecho algún viraje importante a lo que se venía dando en materia de política económica. Asistida por una recesión importada -a la que se podía culpar a los ojos de la gente-, la Argentina logró transitar una devaluación real significativa, bajando la inflación, reduciendo los subsidios y con una menor salida de capitales. Para mí es más realista estudiar estos modos de adaptación, y su enseñanza para lo que viene, que recalar en la normativa de la macroeconomía de los tres deseos. Pero eso da para otra nota.