El gas, con capitalismo de amigos

Hace algo más de una década el gas era nuestra fortaleza energética, con grandes reservas y expectativas de nuevos descubrimientos. Es así como la demanda se “gasifica” y llega a representar la mitad del consumo de energía ; en Brasil no supera el 10%, en Estados Unidos, el 23 %, en la Unión Europea, 25 %. En Rusia el gas cubre el 55 % del consumo total, pero hay una gran diferencia: Rusia tiene reservas por 70 años mientras que las nuestras caen mes a mes por ya más de una década.

Esta no es una buena noticia para los 1,8 millones de automovilistas con GNC (record mundial), ni para la industria – particularmente la petroquímica- que se volcó al gas. Tampoco es alentador para los generadores eléctricos ni para el consumo familiar.

La visión oficial es que falta gas y hay que importarlo a precios altos desde el exterior porque el consumo crece fuertemente, y tienen razón: pensemos que desde el 2002 a la fecha, el PBI ha crecido nada menos que un 72 %. Pero este relato es falso porque es incompleto: el problema central no es el natural aumento del consumo sino la caída en la producción.

Desde el 2002, las reservas de gas han caído un 52 % , por eso la producción gasífera hoy es un 13 % inferior a la del año 2004, y sigue cayendo mes a mes. En petróleo, las cosas no son mejores: hoy se produce 23 % menos que en el 2002 y las reservas han caído un 18%. Veamos ahora cuál es el impacto global de este retroceso: en petróleo producimos 10 millones de metros cúbicos menos que en el 2002.

Esto representa una merma valorizada en 5000 millones de dólares.

Pero lo grave es la sistemática descapitalización en las reservas, que si bien se inicia a fines de los noventa se acentúa a partir del año 2003, ya que la caída a partir del año 2003 representa el 80 % del total de la caída en las reservas de gas. La pregunta es: ¿cuánto nos costará en el futuro cubrir con importaciones estos faltantes crecientes en las reservas de gas y petróleo? Teniendo en cuenta las alternativas presentes, particularmente importaciones de GNL y los precios vigentes, el monto supera los 200.000 millones de dólares. No es fácil imaginar esta cifra; para ayudar a visualizarla digamos que con esta suma se podría comprar toda la tierra arable de Argentina (30 millones de hectáreas) y probablemente aún sobren 50.000 millones de dólares.

Las preguntas claves, pensando en el futuro, son: por qué estamos en este escenario tan decadente? ¿Por qué no procuramos preservar nuestras reservas, especialmente las de gas, teniendo en cuenta la dependencia de toda nuestra actividad económica de un insumo crítico como el gasífero? ¿Qué hicimos mal o qué dejamos de hacer? Todas las respuestas encuentran igual fundamento. Estamos cosechando lo que se viene sembrando desde hace ya ocho años: un modelo energético basado en el capitalismo de amigos . Recordemos que el capitalismo de amigos se inventó no para crear rentas genuinas con el legítimo esfuerzo exploratorio en busca de más reservas de hidrocarburos, sino para apropiarse de las existentes.

De las 166 áreas petroleras adjudicadas en los últimos años, 95 se entregaron a “amigos” que ganaron las áreas no para invertir sino para especular posteriormente con su negociación cuando los precios internos alcancen a los elevados precios internacionales. Desde ya que incumplieron los programas comprometidos de exploración.

A esto hay que sumarle la política de la principal empresa petrolera de Argentina que, con el visto bueno de las autoridades, decidió no invertir y repartir con dividendos en efectivo más del 140% de sus utilidades (el promedio mundial petrolero es de apenas 26 %).

El resultado es que sus reservas gasíferas hoy son un 76% inferior a las del año 1999.

Recordemos que esta es la única empresa petrolera donde el gobierno tiene un representante en el Directorio.

Desde ya que es posible revertir esta decadencia energética. Para ello será esencial abandonar este improductivo capitalismo de amigos.