La relación con Luksic, un dato para el "modelo"

A mitad de mes, el ministro de Planificación Federal, Julio De Vido, se reunió por primera vez con el vicepresidente de Quiñenco, Andrónico Luksic Craig. Luego, la propia presidenta, Cristina Fernández, se habría encontrado con el poderoso empresario.

Quiñenco es la casa matriz del grupo chileno Luksic, al que los medios de comunicación sindican como un fuerte interesado en adquirir las operaciones de la filial argentina de Shell.

Conocidas las reuniones, precedidas de contactos a nivel diplomático, la versión más difundida fue que eran hechos consumados la adquisición de Shell, e incluso el despido de su principal ejecutivo, Juan José Aranguren, a quien el Gobierno considera como un activo militante de la oposición.

Tanto el ministro argentino como el holding trasandino negaron formalmente esa versión, lo cual, para cualquier conocedor del mundo de los negocios, era previsible: Luksic de ningún modo puede anticipar por los diarios lo que primero debe informar a las bolsas de Santiago y de Nueva York.

Explicado en criollo, la razón es sencilla. Cualquier compra de un activo significa una erogación de capital cuyo pago afecta el flujo financiero de la compañía (máxime cuando acaba de poner 633 millones de dólares en la Shell de Chile) y, por lo tanto, puede incidir en el valor de sus acciones.

Oficialmente se aseguró que el motivo del encuentro fue el interés de Luksic por invertir de este lado de la Cordillera. Que se haga o no la operación de Shell Argentina ya es lo de menos. El dato consistente y confirmado es el fluido intercambio del Gobierno con Luksic. Y esto puede ser verdaderamente positivo o terrible, según la posición en que se encuentre quien analice la situación.

En momentos en que se habla de que con la segura reelección de Cristina el Gobierno avanzaría hacia la “profundización del modelo”, abrir las puertas de los grandes negocios en la Argentina a Luksic es un hecho significativo. Lo que se dice, un dato en sí mismo.

Hasta ahora, la compañía, que según la revista Forbes reúne una fortuna de 19.200 millones de dólares (pasó del lugar 52 al 27 a nivel mundial en tan solo un año), tenía un rol menor en la actividad económica argentina.

A través de su subsidiaria CCU, fabrica cerveza para un puñado de marcas, entre ellas “Córdoba”, de la que se hizo cargo en un controvertido y recordado proceso judicial, ya que compró la histórica cervecería y luego trasladó la producción a Santa Fe. Al tiempo, transfirió el predio donde hoy se erige un proyecto inmobiliario.

Pero Luksic es mucho más que eso. Participa con la mayoría del capital accionario en yacimientos de cobre, servicios de agua potable, el sector financiero, el transporte marítimo, las telecomunicaciones, la vitivinicultura, las gaseosas (Pepsi en Chile), la industria forestal y en mayo adquirió Shell de Chile. Incluso, desde hace un año es dueña del 67 por ciento del Canal 13 chileno. El otro 33 por ciento está en manos de la Universidad Católica.

Los sectores “progresistas” del país trasandino consideran que los Luksic, junto con los Matte y los Angelini, representan a los grupos “más concentrados” de Chile, una caracterización bastante repetida en el mensaje kirchnerista cuando se trata de definir a sectores económicos que le resultan adversos o simplemente críticos.

Si la presencia de Luksic se confirma, sea a través de Shell o de otra oportunidad que el Gobierno le habilite (para eso vinieron a hablar), la llamada “profundización del modelo” tendrá un dato más a la vista: que el capitalismo sigue latiendo y desafiando los más abigarrados discursos que bajan de las tribunas.