Daniel Gustavo Montamat. Economista
Promediaba el 2004 y se hacía manifiesta la crisis energética con epicentro en la producción y oferta de gas natural. Los cortes a Chile permitieron amortiguar el impacto sobre la demanda doméstica, pero hubo que recurrir a las apuradas a importar gas de Bolivia. El relato oficial negó la crisis y editó la realidad con anuncios rimbombantes. Si se agotaba el gas argentino lo íbamos a reemplazar con gas boliviano. El proyecto GNEA (gasoducto del noreste argentino) tenía fecha prevista de inauguración en el año 2006 y nos habría de suministrar en el 2010 unos 30 millones de metros cúbicos día. ENARSA, una nueva empresa comercial de capital público, que reavivaba en el inconsciente colectivo el rol de la privatizada YPF, aparecía como un nuevo actor todoterreno para afrontar los desafíos de la respuesta oficial al problema. Por si fuera poco, la solidaridad del Presidente venezolano habría de suplir cualquier faltante de suministro. El relato de la sobreabundancia de opciones de suministro para paliar el déficit energético atribuido al “crecimiento a tasas chinas” llegó al paroxismo cuando el 12 de diciembre del 2005 los presidentes Néstor Kirchner y Hugo Chávez suscribieron un acuerdo para evaluar la construcción del “gasoducto bolivariano” que, atravesando el Amazonas, uniría las reservas de Venezuela con el mercado argentino. Cuando la escasez de combustibles hizo evidente la necesidad de importar crecientes cantidades de gasoil, y la capacidad de refinación exhibía niveles de saturación, se anunció en los medios la construcción de una nueva refinería en Comodoro Rivadavia (llevaría el nombre de General Mosconi).
En el 2007, la culpa la tuvo el invierno, y los racionamientos energéticos -silencio empresario de por medio-, pasaron desapercibidos para la gran audiencia: los argentinos que tenían que votar. Pero había que preparar el relato para el 2008. Bolivia no cumplía sus compromisos de entrega de gas y lo del gasoducto de Chávez había sido una quimera. Sotto voce hubo que recurrir a la importación de gas por barco (GNL). Chile, ya casi sin suministro argentino, había empezado a construir una planta de regasificación en Quinteros y planificaba otra en Mejillones. Con la realidad editada, la Argentina no necesitaba construir una instalación fija porque iba a demandar sólo algunos cargamentos de GNL en el pico de consumo invernal. Con el barco de gas en Bahía Blanca nos convertimos en vanguardia de la importación de GNL que opera con instalación flotante alquilada (otro barco) para regasificar. Desde aquellas importaciones para “afeitar los picos” de consumo invernal, las compras no han dejado de aumentar y ahora son imprescindibles para suplir la demanda de gas todo el año. Por eso se inaugura la nueva planta de Escobar. En el relato oficial toda obra energética inaugurada por esta gestión marca un hito histórico. La realidad es que la oferta de potencia eléctrica en estos años creció un 21% y la demanda un 45%. La inversión pública es insuficiente y no puede sustituir la privada en segmentos como el de la exploración petrolera. Llegamos así al final de la segunda administración Kirchner: faltaba una gran mascarada para encubrir la depredación del stock de reservas de petróleo y gas.
Entre el 2003 y el 2010 las reservas comprobadas de petróleo se redujeron un 11% con producción anual declinante, y las de gas natural un 43%, con producción declinante desde el 2005. En la década de los 80 se perforó un promedio de 102 pozos exploratorios, en la de los 90, 98 pozos exploratorios. En la década pasada el promedio cayó a 48 pozos, pero en el 2010 la actividad se redujo a sólo 24 pozos exploratorios.
Un nuevo espejismo exacerba las expectativas generadas por los anuncios de hallazgos de gas y de petróleo no convencional. El desarrollo de yacimientos de petróleo y gas de esquistos (shale oil, shale gas) y de arenas compactas (tight gas) es una buena noticia que abre una nueva frontera tecnológica y alienta expectativas sobre las potencialidades geológicas del país. Pero el relato oficial lleva a confundir recursos con reservas probadas e induce a creer que la recuperación de las reservas y la producción de petróleo y gas argentinos están a la vuelta de la esquina. No es así, los recursos no convencionales de petróleo y gas necesitan múltiples y costosas perforaciones y fracturas para poder acumular y acreditar reservas probadas. La falta de equipos especiales es una limitación para sumar perforaciones. Y peor, la política energética vigente es disuasiva de una mayor actividad. Es la política energética la que debe cambiar para que cambie la realidad.