Por Miguel Polanski. Economista
Recientemente, Dinamarca hizo público el Plan Estratégico de Energía 2050, destinado a lograr la plena autonomía energética sobre la base del aprovechamiento de recursos renovables, meta que debería ser alcanzada para mediados del siglo XXI. Es el primer país que hace efectivo el compromiso asumido en las Cumbres de Copenhague (2009) y Cancún (2010), de llevar a la práctica políticas efectivas destinadas a reducir las emisiones de carbono y el calentamiento global convencidos de que es la única forma de garantizar la competitividad y proveer a las necesidades de la población.
En un escenario caracterizado por un creciente consumo, la energía de origen fósil será cada vez más escasa y onerosa, provista por un número cada vez más limitado de países, de los cuales de algunos hasta resulta riesgosa la confiabilidad del suministro. Planteado el contexto con singular realismo, encara la búsqueda de la autonomía a través de los recursos naturales renovables a sabiendas que el esfuerzo será enorme, pero que la recompensa para la población, los pueblos vecinos y el resto del mundo, será mucho mayor y, además, duradera.
Porque los recursos sobre los que edificará la plataforma energética, tienen hoy un costo de inversión sensiblemente superior y un rendimiento inferior a los que lo hacen los combustibles fósiles convencionales. La decisión de sustituir el uso de carbón, petróleo y gas natural por fuentes renovables como la energía solar, eólica, mareomotriz más otras que se encuentran en fase experimental ó de incipiente desarrollo, se adopta con la firme convicción que los investigadores, tecnólogos, centros de investigación, universidades y empresas danesas, serán capaces de hallar las respuestas que permitirán en el futuro que las energías limpias resulten tan eficientes y económicas como las contaminantes.
A primera vista, el objetivo asoma como un desafío descomunal, para un mundo que se ha acostumbrado a vivir demasiado del presente, con escasa preocupación de lo que ocurra en el futuro. Sin embargo, el Gobierno confía plenamente en la responsabilidad de su pueblo, el mismo que fue capaz de lograr un crecimiento del 80% de su PBI en los últimos 20 años, con un aumento en el consumo de energía de apenas un 2%, algo que ningún otro país logró siquiera aproximadamente.
Como todo plan de largo plazo, concentra su atención en el diseño de la estrategia y las principales directrices, más que en los detalles, consciente que en épocas de cambios profundos impulsados por una constante innovación tecnológica, proyectar el futuro como una réplica ampliada del presente constituye un ejercicio fútil.
El aspecto más destacado del Plan, que no aparece explicitado, es el compromiso que asume la dirigencia con las generaciones futuras del país y con los pueblos vecinos, a los que legará una mejor calidad de vida, asumiendo el costo y los sacrificios que esa decisión demanda.
Porque sin duda que habrá que llevar a cabo inversiones sustantivas en diversas áreas, en particular en las de investigación y desarrollo, necesarias para tornar más eficientes y económicas las tecnologías que hoy aparecen con mayores posibilidades de liderar el proceso hacia un mundo más sustentable. Son apuestas que deberán traducirse en tecnologías y productos concretos capaces de brindar una mayor eficiencia, con un menor costo de inversión por unidad de energía generada. De los resultados de estas investigaciones y de los trabajos de campo dependerán en buena medida las posibilidades de alcanzar los objetivos perseguidos en el Plan Estratégico.
El Plan no se agota en la simple sustitución de combustibles de origen fósil. Apunta también a lograr una importante reducción en el consumo global de energía, como consecuencia de la aplicación de políticas activas y medidas de diversa índole, tales como readecuar los sistemas de calefacción y de aislamiento térmico de edificios públicos, privados y de todas las viviendas, para conseguir una efectiva disminución en el consumo. De la misma manera, también se busca reducir el consumo de hidrocarburos en el transporte público y privado, en el lapso que media hasta que se incorporen al mercado los vehículos propulsados por otro tipo de energía ó utilicen otros combustibles no contaminantes.
Dos directrices fundamentales definen la madurez y la viabilidad del Plan : (i) los recursos tanto para la reconversión del sistema existente como para el desarrollo y aplicación de nuevas tecnologías, no provendrán del presupuesto nacional. Deberán ser sufragados por consumidores, empresas e individuos y (ii) el costo resultante de incorporar las inversiones en infraestructura con nuevas tecnologías, no podrá resentir la competitividad de su economía.
El primer hito de cumplimiento obligado, ya establece para el año 2020 una meta de reducción del 6% del consumo global alcanzado en el año 2009, en tanto que el consumo de energía de origen fósil deberá reducirse en un 33%, a ser sustituido íntegramente por energías de recursos renovables.
El aspecto mas trascendente del Plan, del que conviene tomar nota, es el trabajo mancomunado entre partidos políticos y corrientes de opinión, que han sabido amalgamar los diferentes puntos de vista, creencias e intereses, en pos de un emprendimiento cuyos principales beneficiarios serán las generaciones futuras. Es un ejemplo cabal y una guía por demás ilustrativa para nuestro país, sobre como pueden y deben encararse los desafíos que hay por delante, en vista de la cada vez mas compleja y costosa tarea de proveer la energía necesaria para seguir creciendo. Argentina cuenta con un vasto espectro de recursos renovables, cuya amplitud amerita realizar el esfuerzo de pensar en el diseño de una nueva matriz energética sostenible en el tiempo.