Por: Eduardo Amadeo
La Argentina que conocimos quienes tenemos más de 50 años, ya no existe más. Era un país en el que la vida era un proceso virtuoso por el que aún los hijos de los más pobres podían iniciar el proceso de movilidad social a través de la escuela pública y llegar así a imaginar y construir un proyecto de vida.
A fines de los ‘70 se inició un proceso de empobrecimiento sistemático, que se fue concentrando en los más pobres.
Cada inflación y cada ajuste consolidaron la decadencia y el trabajo informal que se instaló en el corazón de la exclusión.
Lo que siguió fue un proceso circular que erigió el muro de los dos países en los que poco a poco se convirtió nuestra Argentina. Los pobres son los primeros en perder un trabajo y los últimos en recuperarlo, sobre todo si su historia educativa y laboral es pobre. Por eso, cada crisis económica los sumergió más.
La degradación de la escuela pública también se concentró en ellos : inestabilidad en los salarios de los trabajadores, inequidad en la inversión en las escuelas de zonas pobres, caída en las calificaciones de los docentes y en su vocación por retener a sus alumnos. La degradación del ámbito urbano redujo las aspiraciones de los jóvenes a tener mejores horizontes y los convirtió en las principales víctimas de la exclusión.
Los hogares pobres se volvieron más vulnerables al aumentar en ellos la jefatura femenina, con madres discriminadas en el mercado de trabajo y con cada vez menos tiempo para ocuparse de sus hijos. Un sistema de transporte urbano corrupto y degradado ayudó a la debilidad de esos hogares al imponerles largos tiempos de viaje.
Una pandemia de embarazo adolescente (que triplica los porcentajes de los no pobres) se ha convertido en un factor terrible de reproducción de la pobreza . Investigaciones hechas en los Estados Unidos demuestran que el stress generado por la violencia y la inestabilidad en el hogar induce la secreción de hormonas que reducen el desarrollo cerebral y la educabilidad.
Así es uno de los países de la Argentina, dónde viven 4 millones de personas que apenas juntan lo necesario para comer, y otras 6 millones más en un permanente estado de vulnerabilidad.
10 millones de personas a quienes las une la imposibilidad de elegir los caminos de sus proyectos de vida.
Las diferencias entre los dos países son brutales: según la Universidad Católica Argentina, en el 10% de los hogares más ricos registran una calidad de la oferta educativa 4 veces mejor que la de sus pares en el 10% de los hogares más pobres. Sólo el 30% de los niños pobres asiste al Jardín de Infantes, mientras que el 90% de los no pobres lo hace.
El 25% de los pobres repite el primario, contra sólo el 5% de los no pobres y el 30% de los pobres abandona el secundario, contra un 6% de los no pobres. Y obviamente, estas cifras tendrán su correlato en los niveles de desempleo, mientras que el desempleo entre los jóvenes pobres es del 34%, en los no pobres está en el 5%. Desde allí sus vidas van divergiendo y tal vez se reencuentren en la violencia.
Todas estas cuestiones se relacionan entre sí para consolidar ese “otro país”, que además sufre la discriminación, el rechazo y la dificultad para tener una voz que lo inserte sistemáticamente en la vida social y política.
Cuando la CGT habla de salarios lo hace sólo por los trabajadores formales; cuando pide salud, se refiere a las “obras sociales”, no al “hospital público”.
Resolver esta situación es uno de los desafíos mayores de la democracia y del próximo gobierno: después de 8 años de crecimiento record, es obvio que con el crecimiento no alcanza .
La primera condición será asumir el problema en toda su profundidad y complejidad.
Mentir la inflación es una muestra de exactamente lo contrario , así como lo son la lenidad en resolver el problema del transporte urbano, el gas en garrafas, el acceso a la Justicia para los pobres, el trabajo en negro y la inundación de droga que quita aún más futuro a los jóvenes excluidos.
La segunda condición es acordar un programa a diez años, con objetivos y metas que puedan monitorearse, y que incluya el compromiso de crecimiento sostenido y sin inflación, un programa transparente de asignaciones y una reforma educativa a fondo. Y el compromiso explícito de considerar el impacto sobre los pobres de todas las decisiones de Gobierno: una opción preferencial por ellos.
Todo ello deberá concretarse en un “Contrato Social”, firmado por los partidos políticos, e instrumentado en leyes y mecanismos de control periódicos. Así se construyó el Estado de Bienestar Europeo, así fueron las políticas sociales exitosas en América Latina. Así debe ser en Argentina para romper el muro entre los dos países.