Daniel Gustavo Montamat. Economista
Argentina deambula sin rumbo estratégico en el mundo global. Confiada en la bonanza de los términos de intercambio que ahora la favorecen, corre el riesgo de resignarse al destino de “república sojera”. Para quienes auguran largos años de “vientos de cola”, conviene recordar la cita de Séneca: “nunca hay vientos favorables para un barco que no tiene rumbo”
La soja ha sido una bendición para las arcas argentinas en estos años. Si no hubiera sido por su aporte fiscal vía retenciones -viabilizado por los precios que alcanzó su cotización en el mercado internacional-, la dinámica del ciclo económico kirchnerista ya estaría merodeando las vecindades del “rodrigazo” de 1975. La soja es también un emergente de la revolución productiva agrícola que experimentó la Argentina en estas últimas décadas a caballo de nuevas tecnologías duras, y de las nuevas formas de organización de la producción. La “sojización” de la producción agrícola, en cambio, es un subproducto de la política agropecuaria ejecutada por el Gobierno. Los incentivos sectoriales están puestos para producir más soja, menos trigo, menos maíz, menos carne y menos leche. ¿Habrá entonces que producir menos soja si queremos desarrollarnos? No, hay que producir más de todo, y también más soja como parte de la base agro industrial que constituye el núcleo duro del rumbo estratégico a seguir. Se trata de agregar más valor a las cantidades producidas y de acercarnos a los consumidores finales en las cadenas de valor global. No solos, en acuerdo con Brasil, nuestro principal socio estratégico regional, que también comparte riesgos y preocupaciones de convertirse en “república petro-sojera”.
El objetivo primario de una estrategia productiva argentina negociada y compartida con los socios regionales debe ser convertir la proteína vegetal, que producimos con ventajas comparadas, en proteína animal y biocombustibles. Agregamos entre 5 y 10 veces más valor. China y la India son destinos naturales de gran parte de esa producción, pero la estructura arancelaria de ambos países discrimina con gravámenes más altos las importaciones de productos con mayor valor agregado. Argentina y Brasil -y sus socios regionales- deben operar en conjunto, con una política articulada que de fundamento a una relación estratégica madura y de largo plazo con ambas potencias asiáticas.
El objetivo mediato de la estrategia productiva argentina debe ser la instalación de cadenas de comercialización de su producción agroindustrial en los grandes centros de consumo del mundo. Grandes cadenas de comercialización extranjeras están presentes en la Argentina. No sólo de las potencias desarrolladas, también de países vecinos como Chile. Bienvenidos todos: ¿pero cuáles son las cadenas comerciales argentinas que abren circuitos en otras economías del mundo, empezando por las de la región?
El énfasis en la producción exportable y la necesidad de alcanzar las góndolas de los grandes mercados consumidores obligan a mantener un tipo de cambio competitivo que se apreciará en el tiempo vía aumento de nuestra productividad global. El contexto internacional hoy favorece la revaluación del peso (alta liquidez, bajas tasas, altos precios de los commodities exportables) y la política inflacionaria del gobierno empeora la situación. Abortar el ingreso de capitales con medidas restrictivas no es suficiente y frenar importaciones es contraproducente. Alentar la fuga de capitales argentinos para que desarrollen otras economías es la reducción al absurdo del objetivo cambiario. La política consistente con un tipo de cambio competitivo e inflación acotada es la de comprar los dólares del excedente comercial con pesos de superávit fiscal. Con esos dólares hay que constituir un fondo soberano que podrá ser utilizado para hacer política fiscal contracíclica, como hizo Chile durante la crisis del 2009; pero también con estos dólares podrán alentarse colocaciones de capital argentino en el exterior que reporten dividendos y utilidades: ¿las góndolas en Shangai?
El tipo de cambio competitivo con baja inflación, y la constitución de un fondo soberano argentino, obligan a recrear la lógica de los superávit gemelos y a consensuar la solvencia fiscal intertemporal. Por supuesto, privilegiando el gasto social destinado a eliminar la pobreza, y apuntalando una educación igualadora de oportunidades. Estrategia y consistencia económica. En ese orden. Punto de inflexión a la decadencia y viento en popa rumbo al desarrollo económico y social.