Por Jorge Lapeña, EX SECRETARIO DE ENERGIA DE LA NACION
Cierto día del fin enero en Buenos Aires, llega por debajo de la puerta la factura de EDESUR con un valor irrisorio para el consumo de todo un bimestre de una casa no pequeña . La factura está cruzada por un cartel rojo que dice “Consumo con Subsidio de Estado Nacional”. Sorpresa: ¡el monto del subsidio (del regalo del Estado) es superior al valor de la factura! La factura del gas que llega un par de días más tarde es igualmente ridícula por su reducido monto.
El regalo del Estado no tiene justificación: la vivienda se ubica en el barrio más caro de Buenos Aires; y para más datos los “beneficiarios” no son ni pobres, ni indigentes, ni jubilados. Son, digamos, clase media alta. Tampoco parece tener plazo: el Ministro del área declara en forma enfática que las cosas en Energía marchan bien y que las tarifas no se incrementarán. Más claro habría que echarle agua: el regalo (injusto) parece que continuará.
Ese mismo día de enero, la Asociación Argentina de Presupuesto y Administración Financiera Pública (ASAP) publica datos interesantes: durante todo el año 2010 el gasto que la Administración Nacional destina a subsidios ascendió a $ 48.032 millones, lo que constituye un 47% más que lo gastado en 2009; y el incremento de los subsidios estuvo liderado por el sector energético, que recibió en el año 2010 unos $ 26.000 millones, un 63% más que en 2009.
A esta altura conviene dejar claras dos cosas: la primera es que los subsidios energéticos son muy elevados y superan al 2% del PBI ; y la segunda es que son explosivamente crecientes ; el informe nos habla de un gran crecimiento interanual y la propia experiencia del quinquenio pasado 2005-2010 así lo demuestra. También el hecho de que la brecha entre lo pagado por los usuarios como tarifas y el costo de adquisición tiende a agrandarse con el tiempo por la caída de la producción doméstica de hidrocarburos que, combinada con el incremento de la demanda, requiere importaciones crecientes de alto costo, lo que impulsa mayores subsidios No hay Estado que pueda soportar tamaño crecimiento interanual de erogaciones sin quebrar, o por lo menos sin postergar sine die la resolución de crónicos problemas que aquejan a la sociedad argentina desde siempre. Es más, es probable que tarde o temprano se deba intentar una maniobra de ajuste desesperada .
Un dato de la realidad de este año 2011 nos mostró que cerca de nuestras fronteras tanto en Bolivia como en Chile las cosas se pusieron realmente difíciles para gobiernos democráticos de izquierda y de derecha cuando intentaron corregir desequilibrios presupuestarios originados en la eliminación de subsidios (en el sur de Chile en el caso del gas natural y en Bolivia con los combustibles líquidos). En este caso la enseñanza sería “es muy fácil y hasta tentador poner un subsidio; es muy difícil eliminarlo; y en todo caso hay que saber cómo, cuando y por qué hacerlo”. Una segunda enseñanza colateral es que los argumentos de un ajuste de la derecha y de la izquierda son casi iguales.
Tanto los subsidios, como los impuestos, son instrumentos de política para conseguir determinados fines; no son infinitos y su recaudación debe ser sustentable en el tiempo; su existencia debe ser justificada y razonable y finalmente debe quedar claro que al utilizar fondos públicos, si estos se aplican a un fin no conveniente (por ejemplo, pagar la mitad de la factura de todos los consumidores de energía eléctrica), ello nos obligará a postergar la solución de los problemas crónicos que nos afectan como sociedad.
Un listado no taxativo de esos problemas son: 1) Argentina tiene un déficit habitacional crónico desde hace más de 40 años que se estima en 2.800.000 viviendas y que afecta a más de un 25 % de la población; 2) hacen falta no menos de 4000 Km. de autopistas y autovías para transportar en forma eficiente y segura un volumen de producción agrícola que hoy alcanza a las 100 millones de toneladas y está destinado a expandirse en los próximos años; 3) la electrificación de los trenes suburbanos no ha crecido prácticamente nada desde que los ingleses inauguraron en 1924 los ramales a Moreno y Tigre; y ello en un conurbano con una población que no deja de crecer y donde el transporte es altamente ineficiente; 4) los subterráneos apenas logran llegar a la mitad geográfica de la ciudad de Buenos Aires, cuando esto ya había sido alcanzado en 1913; y esta enumeración puede seguir...
En este contexto, el desafío de la política y de la democracia todavía pendiente es resolver en forma eficaz estos y otros problemas. Para ello debe haber una priorización de objetivos y luego una asignación inteligente de recursos escasos; no hay atajos ni recetas mágicas.
No vale la receta de utilización de las reservas del BCRA, ni la emisión inflacionaria, ni el endeudamiento irresponsable.
Es necesario utilizar los impuestos que pagamos todos evitando el despilfarro del gasto improductivo que en nuestro país tiene muchas formas. Una forma, y por cierto no la única, es dejar de pagar la factura energética de los que no lo necesitan.