Clarín
Tanto los informes científicos cuanto la experiencia cotidiana de los habitantes de casi cualquier punto del planeta, dan cuenta de la frecuencia de fenómenos climáticos extremos que causan muertes, destrozos físicos y daños importantes en terrenos que son recursos productivos. Desde las grandes sequías en Argentina, China o Estados Unidos y las inundaciones masivas en Europa o Australia, hasta la acentuación de lluvias y tormentas habituales, son índices de cambios climáticos debidos a prácticas poco cuidadosas o hasta depredadoras del medio ambiente.
A pesar de la creciente evidencia de estos problemas y de los enormes costos humanos y materiales que implican, la comunidad internacional no avanza en los acuerdos imprescindibles para evitar un mayor deterioro ambiental y establecer formas sustentables de utilización del planeta.
Las reiteradas conferencias y acuerdos internacionales realizadas hasta el momento, en Tokio, Copenhage o Cancún, el año pasado, no han dado los frutos esperados, principalmente por la reticencia de países como Estados Unidos y China a aceptar modificaciones en procesos productivos y patrones de consumo destinados a reducir el daño ambiental, cuya implementación es costosa, pero necesaria para revertir las tendencias destructivas del cambio climático.
Argentina aporta al drama ambiental, por su parte, con falta de políticas para enfrentar la deforestación, proteger los glaciares o revertir la contaminación de cuencas fluviales como las del Matanzas y el Reconquista.
Tanto los informes científicos cuanto la experiencia cotidiana en todo el mundo dan cuenta de cambios climáticos que sólo pueden revertirse con acuerdos internacionales y políticas locales.