Rosendo Fraga
Para LA NACION
En los últimos años se han producido avances en la política de defensa, sobre todo en la revitalización de proyectos de alta tecnología y la llamada política de género para incorporar plenamente a las mujeres a la vida militar, como está sucediendo en todo el mundo.
Las asignaturas pendientes están en el bajo presupuesto -para 2011, el de defensa aumenta menos del 10% frente a una inflación que puede ser entre dos y tres veces mayor- y la falta de reglamentación de la ley de reestructuración militar sancionada por unanimidad de ambas Cámaras a fines de los 90. Además, hay cierto desorden salarial que ha derivado de las sumas no remunerativas y los problemas que esto ha suscitado con los retiros, la distorsión de la pirámide de personal, en la cual hay más oficiales y suboficiales que soldados, y la falta de un sistema de reservas, que resulta esencial, a partir de que se eliminó el servicio militar obligatorio.
En el pasado, los liceos militares proveían los oficiales de reserva, y los conscriptos, una vez que se iban de baja, pasaban a ser los soldados y suboficiales. Los primeros han sido desmilitarizados y ahora sólo hay tropa voluntaria.
Probablemente, la situación de los conscriptos por tropa voluntaria sea el cambio más importante que han tenido las Fuerzas Armadas, desde que en 1901 se estableció el servicio militar obligatorio. Es que el reclutamiento es una faceta del sistema militar. Este cambio es mundial, aunque en América latina por razones presupuestarias se realiza gradual y lentamente.
La ministra de Defensa ya ha dicho que no hay politización en las Fuerzas Armadas, y en ello tiene absoluta razón. Pero la situación anímica no parecería ser la mejor. Al respecto, el voto de la Antártida siempre ha sido tomado por la sociología política como un indicador de la posición política de los militares como ciudadanos. Es que se trata de una muestra que incluye sólo personal en actividad de las tres fuerzas, que, por su grado representa bastante bien la pirámide del personal militar, a la que se suman algunos científicos civiles.
En 2007, cuando el oficialismo obtuvo el 45% de los votos a nivel nacional, en las mesas de la Antártida tuvo sólo el 13 por ciento. Dos años después, en la elección legislativa, cuando el Gobierno promedió el 30% a nivel nacional, en dichas mesas tuvo menos de la mitad.
Otro indicador es la cantidad de postulantes por vacante, lo que da una idea de la capacidad de selección que tienen para reclutar. En los últimos años ha bajado y en determinados institutos militares se ha presentado sólo un postulante por vacante, cuando, en general, el promedio histórico era de tres.
Dentro de las Fuerzas Armadas, la relación familiar es muy fuerte. Aproximadamente, uno de cada tres integrantes es familiar de otro (hijo, hermano, cuñado, etc.). Esto es un fenómeno general en todas las Fuerzas Armadas, que se da también en otros ámbitos de la Argentina, como puede ser el Poder Judicial.
Ello no ha variado. Lo que sí ha cambiado es que antes, entre los oficiales, los hijos de militares lo eran de oficiales y ahora lo son de suboficiales. Pocos hijos de oficiales hoy siguen la carrera militar, a diferencia del pasado, pero, en cambio, son muchos los hijos de suboficiales que hoy son oficiales. Esto ha producido un cambio en cuanto a la relación entre ambos segmentos.
Por último, a 27 años de democracia, más del 95% del personal militar en actividad no lo estaba durante el último gobierno militar. El tema de los derechos humanos debería estar superado por lo menos para el personal en actividad. Pero la eliminación de las propuestas de ascensos de quienes son hijos de militares que estuvieron en actividad en dichos años hace que esta cuestión se proyecte, inevitablemente, hacia las nuevas generaciones.
El autor es director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría.