Santiago Kovadloff / Para LA NACION
Abundan las dudas en buena parte del electorado que, a partir de 2011, querría ver en el gobierno a una figura de la oposición. Están los que admiten que Ricardo Alfonsín podría llegar a ser el candidato adecuado. Sin embargo, son ellos también quienes estiman que algo hay en él que no termina de convocar al porvenir con la contundencia necesaria. Esa confianza, proponen muchos simpatizantes del radicalismo, la despiertan la firmeza y el rigor de Ernesto Sanz. Pero se descree que prospere su proyección hacia la candidatura indispensable. Pocos lo conocen fuera del escenario restringido de la política y es escaso el tiempo que resta para imponer su nombre donde se lo ignora.
Se oye decir en otros ámbitos que Eduardo Duhalde es el hombre apropiado para conducir el Estado en esta hora de acentuada turbulencia. Pero esta convicción abunda donde, a la vez, se reconoce que el ex presidente no despierta el fervor popular imprescindible.
De Carlos Reutemann esperan, todos los que en él confían, el gesto que lo instale entre los aspirantes al sillón de Rivadavia. Pero temen, simultáneamente, que acaso nunca se decida a dar el paso con el que sueñan.
Que Elisa Carrió se ha impuesto como la opositora éticamente más estricta del tiempo desmadrado que nos toca es algo fuera de discusión para mucha de la gente que charla sobre estas cosas sin pertenecer al riñón de la política. Pero es esa misma gente la que considera que su personalidad, signada por la suficiencia y las predicciones enigmáticas, la condena a un liderazgo sin futuro presidencial.
En lo referente a Mauricio Macri, circulan dos versiones contradictorias. Se admite por una parte que su popularidad se robustece a medida que se deja atrás la Capital Federal para ingresar al interior. Y se tiene a la vez la impresión de que, difícilmente, convergerán en el respaldo a su figura las fuerzas que puedan garantizarle suficiente sustento político.
No son éstas ciertamente sino opiniones y, como tales, parciales y discutibles. Hay, no obstante, algo atendible en ellas, así como lo hay en otras por el estilo aquí no transcriptas y que atañen a varios políticos más que integran el todavía difuso tropel de los opositores con voluntad de poder. Ellas expresan, me parece, la imposibilidad de hacer pie en una convicción sin que, al unísono, se deje de sentir la dudosa consistencia del suelo que se pisa. Algo hay en quienes inspiran tales inseguridades que vuelve, a esos políticos, inciertos, casi inasibles, más virtuales que reales. Acaso sea ésta, como me dijo el crítico Jorge Cruz, la hora de los tiempos condicionales y subjuntivos. Nada se sabe aún, todo se presume y la imperiosa necesidad de discernir el mañana confunde deseos con posibilidades. Cansado de todo lo que no le agrada, ese electorado opositor no sabe sin embargo qué consistencia real tiene lo que le atrae.
Por el momento, ninguno de los opositores ha construido un discurso simultáneamente sensato, vigoroso y unificador. Todos ellos parecen vivir ensimismados en la reivindicación de su propia figura. Persuadidos de que ser basta para convencer, se los ve inmersos en una especie de magma endogámico; se frotan las antenas como hormigas que buscan reconocerse y generar cercanías y distancias que no tienen, al final, sino la breve consistencia de la luz de un día. Falta persuasión en todo lo que se escucha y, porque falta, proliferan entre la gente las predilecciones tímidas, segmentadas y cambiantes.
Aun así, es sobre todo a esa dirigencia opositora desdibujada a la que se dirige la demanda popular mayoritaria. Es la transición incumplida hacia la democracia lo que denuncia la insatisfacción actual de ese electorado y no su inviabilidad como sistema político. No son las personalidades fuertes las que irritan a la gente sino las instituciones débiles.
A diferencia del electorado prooficialista, que es de bajo caudal pero compacto, el que se vuelca hacia la oposición es de mayor caudal pero disperso. Aquél contó con una gran cabeza en un cuerpo enjuto; éste cuenta con un cuerpo voluminoso pero acéfalo. El oficialismo construyó poder y lo hizo a cualquier precio. La oposición seguramente no procederá así, si llega al gobierno el año próximo. Pero la gran incógnita es si sabrá construir poder. Por ahora y al pronunciarse, los opositores no brindan signos de fortaleza ni demuestran aptitud para la interdependencia. Resultado: generan desconfianza y perplejidad. Los valores que invocan en sus manifestaciones públicas no reflejan acentos personales ni aparecen suficientemente enhebrados con los recaudos que se tomarán para darle el respaldo que requieren. Con raras excepciones, las generalidades en que incurren, inscriben a todos poco menos que en una masa indiferenciada. A la gente, no sólo le interesan las declaraciones de propósito. Quiere, además, que se le diga cómo pondrán a salvo el cumplimiento de sus programas de las asechanzas que previsiblemente se empeñarán en frustrarlos.
En el oficialismo, nadie a excepción de la Presidenta está en condiciones de hacer de su discurso, un recurso. Un recurso que, en su caso, no cesó de traducir a conceptos las iniciativas políticas de su esposo e infundir, a lo que él consideraba indispensable hacer, el barniz retórico que, con acierto o sin él, daba a conocer "el modelo". Esas iniciativas políticas ya no cuentan con un gestor omnímodo. Y habrá que ver si dispone de gestores parciales eficientes y dispuestos a ejecutar una labor orquestada y congruente. Si así no fuera, es posible que entre los hechos dispares producidos por el oficialismo y la intención de las palabras de la Presidenta comience a abrirse una brecha de incoherencia insalvable; la brecha nacida de una atomización que hasta ahora parecía afectar únicamente a la oposición.
En semejante marco y contra quienes pretenden negarlo, los jóvenes del país están mayoritariamente disconformes con la marcha que a los asuntos públicos le ha impreso el kirchnerismo. Más allá de los porteños que la integran, esa juventud reside, en alta medida, en las provincias, tanto en sus ciudades como en sus pueblos. Su perfil participativo cobró relieve en las manifestaciones campesinas del año 2008. Como destacó Eduardo Bunge, presidente de la Fundación Despertar, esos jóvenes van comprendiendo que "el futuro no es el ruralismo, sino la ruralidad, suma de ruralismo y comunidad". Ellos se saben herederos de generaciones que han fracasado en la administración del Estado. ¿Qué demandan a sus gobernantes venideros? Ante todo, reglas claras. Saben cuál es la dificultad central de la Argentina: entender cómo es el mundo que viene. Están persuadidos de que, para que el país progrese, debe haber algo que hoy no hay y que ha sido bien señalado por el ingeniero Fernando Vilella: una sólida correlación entre tecnología, organización e institucionalidad. A ninguno de esos jóvenes se les escapa ya que los sectores vulnerables y marginados son los que más sufren la falta de instituciones. Y que contar con instituciones significa aportar soluciones a lo público que puedan sostenerse en el tiempo. Están hartos de ver que, en los cargos del Estado, casi siempre y casi todo se reduce a administrar la pobreza, la ignorancia y el delito. Están hastiados de prácticas conservadoras camufladas de progresismo; de dirigentes espectrales y despóticos, de transgresiones impunes y palabras sin sustancia. No pide esa juventud que se la vuelva a llamar "maravillosa" ni que se le asigne un futuro convocándola a encarnar a los muertos. Quiere paz y quiere instituciones que aseguren la paz con su proceder equitativo y riguroso. Quiere sentido común, eficacia operativa en el marco de la ley. Quiere poner fin al maniqueísmo y disociar la confrontación indispensable de la agresividad innecesaria. Está atenta, está expectante, está disconforme. Sabe lo que quiere y no quiere lo que hay. ¿Qué lección de madurez creíble puede extraer de una dirigencia política patéticamente dividida entre quienes consideran a sus adversarios como traidores a la patria y quienes, postulándose como voceros de la convivencia, no hacen otra cosa que expulsarse entre sí de la mesa del diálogo?